La virreina

Capítulo 1. La llegada de la princesa

El avión privado del Gran Reino acababa de aterrizar en el aeropuerto principal del virreinato Esperanza, el cual estaba situado en una península conformada por tierra fértil y fuentes de agua dulce. Los guardias se pusieron en formación y algunos empleados colocaron una alfombra roja, donde caminaría los integrantes de la realeza.
La puerta del avión se abrió y, de ella, descendió una escalera mecánica. De ahí bajaron la princesa Margarita, la condesa Aramí, los infantes Matías y Marco y cuatro escoltas del palacio real.
La princesa asombró a todos por sus brillantes cabellos dorados y ojos azules como el cielo. Su vestido blanco de mangas largas cubierto por una capa dorada la hacían lucir como una diosa. Por su parte, la condesa Aramí llevaba un ligero vestido negro que combinaba con sus cabellos negros y ojos azules. Como se cortó el pelo hasta por debajo de las orejas, resaltaba su cuello largo, el cual le era útil para cotillear en los eventos sociales.
Ambas mujeres bajaron por la escalera, seguidas del resto. Mientras caminaban por la alfombra roja, la princesa murmuró:
– Mi madre me otorgó una tarea complicada y una pesada carga en mis hombros, pero debo hacerlo si quiero honrar a mi patria y estar a la par que mi hermana.
– Su hermana será la heredera al trono, pero usted es la princesa más sabia del mundo – le dijo la condesa Aramí.
– Solo has conocido a dos princesas: mi hermana y yo – dijo Margarita, mientras comenzaba a reír ligeramente al escuchar las adulaciones de su dama de honor.
– Pero me he leído la biografía de todas las princesas importantes de nuestro reino y ninguna la supera a usted. Se lo puedo asegurar.
– Gracias, Aramí. Hice bien en traerte aquí, porque no sabría cómo lidiar con esto. Además, tampoco estoy segura de que pueda cuidar de mis primos mientras lleve a cabo mi misión.
Ambas mujeres giraron sus cabezas para mirar a los infantes, que eran dos hermanos gemelos en plena pubertad y primos de la princesa. Los dos chicos se veían bastante serenos, lo cual era de sorprender ya que solían ser muy revoltosos.
Pero no tuvieron tiempo de fijarse en los chicos porque, a la salida del aeropuerto, les esperaba la limusina que los llevaría a todos a la fortaleza de la virreina. El vehículo era bastante extenso y tenía vidrios blindados, por lo que estarían protegidos de cualquier tipo de ataque.
Subieron a la limusina y transitaron por una calle adoquinada, lo cual llamó la atención de la princesa debido a que estaba acostumbrada a las calles asfaltadas de la Capital del Gran Reino, donde se situaba el palacio real. Juzgó que la tecnología e infraestructura del virreinato estaba un poco atrasada, por lo que pronto dejó de tomarle importancia.
Cuando llegaron a la fortaleza, se encontraron con una construcción de ladrillos y piedras pulidas, junto a torres de control y muros con cámaras de alta seguridad. Encima de ellos rondaban los androides vigilantes, unas enormes máquinas humanoides que llevaban armas láser en sus extremidades y tenían visión infrarroja para mirar en la oscuridad. Al notarlos, la princesa comentó:
– Esto no es tan diferente del palacio. Me pregunto si mi madre les proveyó de esos androides, no estaba enterada de esto.
– ¡Gua! ¡Es espectacular! – dijo Matías - ¡Quiero ver a esos robots de cerca!
– No son juguetes, Matías – le dijo Marco, en voz baja – esas máquinas están para vigilar las veinticuatro horas, si detectan algo extraño dispararán a lo que sea.
– Seguro en la fortaleza debe haber un patio donde puedan jugar – intervino la condesa Aramí – pero tenía entendido que ustedes no están aquí para juegos, sino para apoyar a la princesa en su misión de espionaje.
– ¡No lo digas en voz alta! – le pidió la princesa Margarita, llevándose un dedo en la boca en señal de silencio – la gente debe pensar que estamos de vacaciones.
– Pues para eso venimos, para desviar la atención con nuestras travesuras – dijo Matías, con una amplia sonrisa – Haremos tantas travesuras que nadie se fijará en nuestra prima. ¿No es así, Marco?
– Sí... digo nooo – dijo un tímido Marco, al notar la mirada fulminante de la princesa – ella quiere que escuchemos las conversaciones de los soldados, gobernadores y alcaldes de pueblos. Por lo general subestiman a los niños y seguro que no seremos una amenaza para ellos.
No pudieron hablar por mucho porque el vehículo se detuvo frente a la entrada de la fortaleza. Ahí les esperaba una mujer de estatura alta, cabellos pelirrojos recogidos en una cola de caballo y un vestido color rojo oscuro, adornado con un pañuelo blanco en el cuello.
El chofer se bajó y abrió la puerta para que saliera la princesa. Ella quedó admirada por la presencia de la mujer, ya que había escuchado mucho sobre ella pero nunca la había visto en persona.
Cuando se acercaron, ambas mujeres inclinaron sus cabezas en señal de saludo y, luego, la princesa dijo:
– Buen día, Ludovica. Gracias por recibirnos en persona. Espero que mi llegada no le haya tomado por sorpresa.
– Al contrario, alteza – le respondió la virreina Ludovica – será un placer contar con su presencia en la Ciudad Central. Espero que no le haya agotado el viaje, dado que tuvo que cruzar el océano para llegar hasta aquí.
– Viajé en avión, así es que fue rápido – dijo la princesa, mientras procedía a señalar a sus acompañantes – ellos dos son mis primos, los infantes Matías y Marco. ¿Verdad que lucen muy diferentes pese a ser gemelos?
Los chicos también inclinaron sus cabezas, sintiéndose cohibidos por la imagen que reflejaba la virreina. Esta, a su vez, se fijó en ellos y, a simple vista, supo cuáles eran sus personalidades. Matías tenía los cabellos largos por debajo de los hombros y llevaba una camisa blanca, abierta por el cuello y de tela arrugada. Marco, por el contrario, tenía cabellos cortados al ras, un corbatín rojo que llevaba al cuello de su camisa y unos lentes redondos que ocultaban la delgadez de sus facciones.
La condesa, quien pareció notar que Matías andaba bastante desaliñado, se acercó a él y procedió a abrocharle rápidamente su camisa, mientras murmuraba algo incongruente. La princesa, por su parte, siguió con las presentaciones.
– Ella es mi dama de honor y mano derecha, la condesa Aramí. Siempre quiso conocer el virreinato, por eso la invité a ir de vacaciones conmigo.
– Espero que disfruten de su estadía – dijo la virreina, ignorando el hecho de que la princesa omitió por completo el presentar a sus escoltas – dejaré que se acomoden y recorran el lugar a gusto. Les proveeré durante la tarde de los horarios de comida y las indicaciones a seguir para recorrer la Ciudad Central con seguridad.
– Gracias por su hospitalidad – dijo la princesa, mientras procedía a entrar en la fortaleza.
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– Su Excelencia, aquí está el informe que me pidió.
– Muchas gracias, Adriano. Analicémoslo juntos.
Adriano era la mano derecha de Ludovica y general del ejército, aunque anteriormente desempeñaba funciones de guardaespaldas. Pese a elevarlo de rango, la virreina seguía enviándole a realizar trabajos de campo con los soldados que había capacitado luego de su nombramiento, ya que quería fortalecer la conexión con las provincias situadas en las fronteras y él provenía de esas tierras.
El informe que le entregó Adriano se veía bastante completo, pero lastimosamente no podía concentrarse en eso dado que le inquietaba tener a la familia real en su fortaleza. El guardaespaldas pareció notarlo, por lo que miró a Ludovica y le dijo:
– He fortalecido la vigilancia en los pasillos y los alrededores del muro. No debe preocuparse por la seguridad de los familiares de la reina.
– No es eso lo que me preocupa – dijo Ludovica, dando un ligero suspiro – es que la llegada de la princesa me tomó por sorpresa. Ya sabes que, hace apenas un par de semanas, había destituido a mi hermana de su puesto de gobernadora. Y ella era muy apreciada por la reina, estoy segura de que no le agradó mi decisión.
– Pero esa mujer debía desaparecer, hizo bien en despedirla – le dijo Adriano.
– Es… complicado.
Adriano no evitó poner mala cara al escucharla mencionar a esa mujer. Sabía que la ex gobernadora de la provincia llamada El Valle de las Flores fomentaba el contrabando y el lavado de dinero. Cuando Ludovica comenzó con sus deberes de virreina, lo primero que hizo fue investigar a todos los gobernadores que controlaban las provincias y despidió a aquellos a quienes pilló cometiendo crímenes y abuso de autoridad. Entre ellos se encontraba Rosana, la no tan querida hermana de Ludovica y quien ya llevaba una década gobernando la desdichada provincia.
Ludovica dio otro suspiro y comentó:
– Sabes bien que la reina es quien designa a los virreyes que gobernarán el virreinato en su nombre. Cada vez que hay uno nuevo, este puede elegir a sus propios gobernadores sin intervención de la corona, está en su derecho. Pero, en mi caso, la reina me proveyó una lista de los gobernadores que me sugería mantenerlos en sus puestos, ya que la mayoría provenía de familias de nobles de gran prestigio en mi reino, no es conveniente hacerlos enfadar por no cumplir con sus caprichos.
– Pese a todo, usted ignoró la lista y actuó bajo su propio criterio – recordó Adriano – me parece bien, muchos de esos gobernadores maltrataban a mi gente, éramos ciudadanos de segunda, hasta que tú llegaste.
– Sé bien lo que hicieron – dijo Ludovica, poniéndose de pie y acercándose a Adriano – es algo que siempre he detestado de mi propia gente, quienes le dan mucha importancia al estatus y lugar de origen. Para mí, todos somos iguales. Y es por eso que me incomoda la princesa Margarita, dado que la reina jamás enviaría a sus hijas a tierras tan lejanas solo por vacaciones. Ella está para algo más.
– ¿Está segura, excelencia?
Ludovica afirmó con la cabeza. Luego, se acercó a la puerta y ventana de su oficina para asegurarse de que nadie los estuviera espiando. Tras encontrar limpio los alrededores, volvió a su escritorio y saco del cajón un dispositivo comunicador, el cual era un aparato con el cual realizaba llamadas, mensajes y proyecciones holográficas. En esos momentos, activó una grabación que hizo al interior de la limusina donde subieron la princesa y su grupo. Adriano escuchó atentamente su conversación, quedándose impactado por tanta información revelada.
Cuando terminó la proyección, la virreina apagó el dispositivo y dijo:
– Mandé instalar esas cámaras en secreto, así podría detectar cualquier anomalía en cada una de mis visitas importantes. Tanto la princesa como su dama de honor mencionaron que estaban en una “misión”, pero se ve que son inexpertos en esto. Los infantes están como distracción y piensan que los subestimaremos por sus edades, pero yo no pienso hacerlo. Sé bien que los niños pertenecientes a la realeza reciben una educación muy avanzada para tratar toda clase de asuntos.
– Su reino es muy extraño – dijo Adriano - ¿Usan a niños para misiones de adultos? Ellos deberían hacer tareas más sencillas, como limpiar la casa y hacer mandados. Pero dejando de lado eso, entiendo su preocupación. Cree que la reina envió a la princesa para espiarnos por ir “contra la corriente”. ¿No?
– Así mismo – dijo Ludovica – mi hermana siempre fue muy apreciada por mi madre y su padre, tanto que hacían negocios por debajo de la mesa para otorgarle los cargos más altos de la corte. En cambio, yo, que nací como resultado de una noche loca de mi madre, fui dejada de lado y tuve que valerme de mi propio esfuerzo para llegar hasta donde estoy ahora.
En eso, Ludovica miró los informes sin leer que dejó a un costado. Pensó en que Adriano también se esforzó para cumplir con sus expectativas, por lo que se sintió mal por haberlo ignorado. Así es que tomó los papeles, procedió a leerlos y dijo:
– Olvida todo lo que dije, porque la princesa es lo de menos. Lo que realmente me preocupa es que el movimiento independentista ha cobrado fuerza en los últimos meses.
– Sí. De hecho, eso fue lo que incluí en mi informe – dijo Adriano – los nativos de las provincias lejanas, así como los mestizos, están apegándose a esos ideales y ya muchos hablan de tomar la Ciudad Central a la fuerza.
– ¿Y qué piensas sobre eso, Adriano? – le preguntó Ludovica, mirándolo atentamente.
– Yo le soy leal a usted, excelencia – le respondió Adriano, sin una pizca de duda – aunque considero que es una buena virreina, sus antecesoras dejaron mucho que desear y el pueblo ha perdido las esperanzas. Dudo mucho que los haga cambiar de opinión, ya no quieren saber nada de los extranjeros. Pero no se preocupe porque, pase lo que pase, siempre la apoyaré.
– Gracias, Adriano. Me alegra escuchar eso.
Así, ambos comenzaron a analizar los informes, olvidándose por un momento de las intenciones de la princesa.




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