Los infantes tomaron un carro de comidas y se montaron en ella, mientras que un par de criados de su misma edad los empujaron para correr por los pasillos de la fortaleza como si estuviesen en una carrera de autos. Las mucamas y limpiadores se molestaron, mientras que los guardias intentaron detenerlos. Al final, se estrellaron contra un muro y ahí terminó el juego.
La princesa Margarita, al enterarse de la travesura de sus primos, fue corriendo hacia ellos y, estirándoles de las orejas, los arrastró a su habitación.
Una vez dentro, los regañó:
– ¿Qué no pueden quedarse quietos por al menos cinco minutos? ¡Por eso no quería traerlos!
– Fue su idea – dijo Marco, señalando a su hermano mientras escondía su cabeza entre sus hombros.
– ¡Pues yo no te obligué! – dijo un molesto Matías, tras ser delatado.
– ¡Bueno! ¡Basta! – dijo Margarita, dándoles coscorrones en la cabeza – No importa quién empezó, sino lo que sucedió. Están conmigo como representantes del Gran Reino. ¿Qué pensara la gente de estos lares si los ven actuar así? ¡Compórtense como miembros de la realeza!
– ¡Es que nos aburrimos aquí! – dijo Matías, mientras se frotaba la zona golpeada – Además estamos haciendo todo esto para que nadie se fije en ti y puedas hacer tu misión.
– ¡Es verdad! – dijo Marco, quien procedió a sacarse los lentes para limpiarlos con un pañuelito – he notado que la virreina y los guardias son muy esquivos cuando te ven, prima. Así es que buscamos crear una buena distracción para que no te hagan tanto caso. Le prometimos a la reina que te apoyaríamos y estamos en eso. ¿O me equivoco?
La princesa Margarita se dio una palmada en la frente. Ella no entendía el porqué su madre le pidió que se llevara a los niños si no hacían más que causar problemas. Cuando le cuestionó su decisión, lo único que le dijo fue:
– Sus habilidades te serán de gran ayuda, confía en mí. Ellos fueron educados para que, a futuro, puedan protegerte a ti y a tu hermana cuando yo no esté más en este mundo. Por eso, estarán siempre a tu lado para apoyarte en todas tus misiones como princesa.
Ya habían pasado dos días desde que llegó al virreinato y lo único que hizo la princesa Margarita fue recorrer la fortaleza, hablar con la condesa Aramí y regañar a sus primos cuando cometían sus locuras. La virreina siempre estaba en su oficina y los alcaldes que solían visitarla mantenían la distancia. No había nada que pudiera sacarles de ellos, así es que no tenía idea de cómo hacer para detectar cualquier anomalía entre los funcionarios del virreinato.
“¿Qué haría mi hermana en mi lugar?”, se preguntó Margarita. “Ella siempre ha sido buena fijándose en los detalles y expresiones del rostro, por lo que nadie puede mentirle. Desearía tener al menos una pizca de su habilidad para culminar con esta misión con éxito”.
Sus pensamientos fueron interrumpidos tras escuchar unos golpes en la puerta. Decidió abrirla y se encontró con la condesa Aramí, quien sostenía unos folletos turísticos. La joven los agitó y, con una amplia sonrisa, les explicó:
– El chofer de la virreina se ofreció en llevarnos a un recorrido por la Ciudad Central, con autorización firmada por su excelencia. Aquí tengo los lugares que podemos visitar, así quizás los chicos puedan relajarse un rato.
– ¡Es cierto! – dijo la princesa, mientras golpeaba sus puños – la idea era simular que estamos de vacaciones. ¿Por qué no aceptar ese simple viaje para ser más convincentes? Estoy segura que, con eso, la virreina relajará sus tensiones con nosotros.
– ¿Entonces vamos de paseo? ¡Genial! – dijo Matías, dando un salto – este lugar es deprimente, no hay drones voladores a quienes lanzarle piedras.
– Los drones no son juguetes – le reprochó Margarita – sirven para hacer recados de cortas distancias. Es claro que no habría aquí porque son exclusivos del palacio.
– ¿Qué lugares visitaremos? – preguntó Marco, mirando a Aramí.
– Podemos ir por el mercado – dijo Aramí, fijándose en el folleto – también está el Parque Central, donde hay una hermosa fuente. ¡Ah! ¡Y también está la avenida de los dulces! Dicen que es de un barrio muy coqueto, por lo que solo veríamos residencias elegantes y veredas bien limpias.
– ¡Eso me interesa! – dijo Margarita - ¡Bien! ¡Vayamos de paseo! Gracias, Aramí, por la idea.
– De nada, su alteza. Estoy aquí para servirla.
La princesa Margarita se puso un cómodo conjunto de camisola azul con pantalones vaqueros y botas de cuero. La condesa Aramí llevó un vestido verde limón sin mangas y falda hasta la rodilla. Matías se puso una camisa negra y estuvo a punto de dejarla semiabierta, cuando la joven princesa lo mandó a vestirse bien con una mirada de advertencia. Aun así, optó por llevar los cabellos sueltos y revueltos como un rebelde sin causa. Marco llevó una camisa azul cubierto por un chaleco negro.
Llamaron a dos de sus escoltas para que los acompañara y, así, caminar seguros por las calles. Si bien la virreina les dijo que había cámaras de seguridad por la ciudad, nunca estaba de más una protección extra. El grupo entero entró a la limusina y el chofer comenzó a recorrer las calles.
Esta vez, la princesa se fijó en las construcciones y la gente que transitaba por las cuadras. Las casas eran a dos techos y tenían las paredes muy coloridas. La gran mayoría de los transeúntes iban a pie y unos cuantos andaban en motocicletas, pero no había demasiados automóviles salvo algunas camionetas que transportaban mercancías.
Durante el paseo, Matías preguntó:
– ¿Dónde vamos primero? ¿Al mercado?
– La verdad es que me tienta la avenida de los dulces – dijo Margarita - ¿No podríamos empezar por ahí, primero?
– Me parece bien, alteza – dijo Aramí – pero tendríamos que bajarnos para recorrer cada local y no sé en cuál entraríamos primero.
La princesa Margarita lo pensó por un rato, al final, inclinó su cuerpo en dirección al chofer y le dijo:
– Usted que es oriundo de aquí, ¿puede recomendarnos un buen sitio para visitar en la Avenida de los dulces?
– Por supuesto, alteza – dijo el chofer – conozco un buen lugar al final de la avenida. Pero le recomiendo no bajar del coche, ya que hay muchos carteristas en ese barrio.
– ¿Pero no se supone que era un barrio elegante?
– Sí, es bastante elegante. Pero justo por eso es donde más abundan esos rateritos de pacotilla que quieren robarle a la gente pudiente de la ciudad. Le recomiendo que baje su dama de honor junto con los escoltas, mientras que usted y sus primos esperan aquí adentro.
– Puedo bajar sin problemas – dijo Aramí, con una sonrisa amable – pero solo necesito a un escolta, el otro puede quedarse en el coche.
– ¿Y si bajamos nosotros? – dijo Matías.
– ¡No! – dijo la princesa Margarita – me sentiré más tranquila si ustedes dos están cerca de mí, donde los pueda ver.
Matías hizo un puchero mientras que Marco solo atinó a menear con la cabeza. Aramí, a modo de calmar las tensiones, les dijo:
– Si se portan bien, les compraré bombas de chocolate con canicas doradas de sorpresa. ¿De acuerdo?
– De acuerdo – dijo Matías – nos portaremos bien.
La limusina pasó a lo largo de la avenida y todos vieron que los locales tenían estructuras rectas, casi sin adornos salvo algunas pequeñas estatuas de bronce en las puertas. No vieron a ningún transeúnte, apenas estaban un par de motos estacionadas en algunos comercios.
Llegaron hasta el final, donde encontraron la tienda recomendada por el chofer. Primero bajó uno de los escoltas, quien abrió la puerta para ayudar a la condesa Aramí a salir. Pero apenas salió, el chofer pulsó un botón para trabar las puertas y pisó el acelerador, alejándose velozmente del lugar.
Tanto la princesa como los infantes y el escolta que se quedó con ellos gritaron del asombro. Desde el retrovisor, se fijaron que la condesa y el otro guardia agitaban sus brazos y se veían muy confundidos.
– ¿Qué estás haciendo? – le preguntó la princesa al chofer.
– Lo siento, alteza – respondió el chofer, sin apartar la mirada del camino – pero la señora ha sido muy convincente y decidí jurarle lealtad.
El chofer movió el volante y dio un giro brusco en una equina, haciendo que la princesa casi se estrellara contra el vidrio de la puerta, de no ser porque su escolta logró sostenerla a tiempo.
Los infantes, sin pensarlo dos veces, tomaron los brazos del chofer, haciendo que éste perdiera el control y se estrellara contra el muro de un edificio. Por suerte nadie resultó lastimado, por lo que aprovecharon para abrir la puerta y salir de inmediato del vehículo.
En eso estaban cuando fueron rodeados por un grupo conformado por cinco personas: cuatro hombres grandes y musculosos y una mujer pequeña, con los cabellos recogidos en dos coletas y un poncho que cubría su cuerpo.
La mujer los señaló y ordenó:
– ¡Atrápenlos!
El escolta se colocó delante de la princesa y los infantes, tomando su arma de disparo láser. La mujer de las coletas se acercó rápidamente a él, dio varias vueltas para atontarlo y se situó en su espalda, apuñalándolo con un cuchillo oculto tras su poncho.
“¡Qué rápida!”, pensó la princesa, entre asombrada y asustada. “¡Ni siquiera pude ver lo que hacía!”
Pero no pudo reflexionar sobre el asunto porque dos de los hombres se acercaron a ella como para atraparla. Matías le dio un cabezazo a uno de ellos, mientras que Marco le hizo zancadillas al otro. Matías tomó a su contrincante de las muñecas y le dijo a la princesa:
– ¡Huye! ¡Nosotros nos encargaremos!
Pero la princesa no quería dejarlos. Si bien entendía que ellos fueron educados para protegerla, en el fondo nunca estuvo de acuerdo con eso. eran sus primos queridos y, como familia, debía asegurarse de que estuvieran bien. Así es que tomó su bolso y le dio en la cabeza a uno de los bandidos.
Lamentablemente, su heroica acción no sirvió de mucho, ya que los dos hombres restantes la abordaron por la espalda y la derribaron. Pronto sintió que le tapaban la boca con una mano mientras le inmovilizaban los brazos por la espalda.
Los hombres que fueron retenidos por los infantes, pronto, se pusieron de pie y derribaron a los chicos. Una vez indefensos, los tomaron de los cuellos con la intención de ahorcarlos.
La mujer de las coletas se acercó a la princesa y, señalando a los infantes, le dijo:
– No te resistas o ellos morirán.
La princesa Margarita dejó de forcejear y se mantuvo quieta. La mujer de las coletas sonrió y dijo:
– Buena chica, sabía que ellos eran especiales para ti. Bien, eso me hará el trabajo más fácil.
Los hombres arrastraron a la princesa y a los infantes hasta una furgoneta de color negro. El chofer, quien había permanecido al margen, desapareció rápidamente del lugar. Los bandidos comenzaron a atar a las víctimas de pies y manos, mientras la mujer de las coletas comenzó a hacer una llamada. Cuando fue atendida, dijo:
– Capitán, los hemos capturado. Espero instrucciones.
La princesa vio que la mujer solo asumía con la cabeza. No pudo escuchar la voz detrás del dispositivo, solo sabía que era un “capitán”. Al final, la escucho decir:
– Entiendo. Haremos eso. Nos vemos.
Cuando cortó la llamada, subió al vehículo y ordenó a los hombres:
– Tápenles los ojos.
Y lo último que vio la princesa fue la mirada fría de sus secuestradores.