La princesa Margarita fue amarrada en una silla, dentro de una jaula con barrotes de hielo. En esos momentos se encontraba dentro de un enorme salón, ya que la habían sacado a la fuerza del depósito y tampoco logró saber si sus primos consiguieron escapar con éxito.
Una vez que los bandidos lograron inmovilizarla, salieron de ahí y cerraron la puerta con llave. La princesa intentó desamarrarse, pero era inútil, debido a que las sogas estaban muy apretadas en su cuerpo. Su estómago comenzó a rugir por el hambre y se percató de que no había comido nada desde que salieron de la fortaleza. Así es que intentó relajarse para no enloquecer.
Lo que no sabía era que, dentro de la jaula, había una microcámara que captaba todos sus movimientos y eran trasmitidos en una pantalla holográfica, a tan solo una habitación de distancia. Ahí se encontraba un hombre barbudo y vestido con un viejo traje militar remendado. Uno de sus ojos era de vidrio y lucía una enorme cicatriz en forma de X sobre la frente.
Mientras el hombre miraba la filmación, la mujer de las coletas se acercó a él y le dijo:
– Capitán Lucio, no pudimos encontrar a los infantes. En verdad lamento mucho lo que pasó, no creí que se atreverían a escapar.
– No te preocupes, Jacinta – le respondió el capitán – esos muchachos no llegarán tan lejos. Después de todo, son de la realeza.
– ¿Y si logran llegar hasta el pueblo?
– Dudo que lo consigan. Y de lograrlo, solo les espera vivir lo peor de sus vidas.
Jacinta asumió con la cabeza y se retiró. Lucio, por otro lado, siguió mirando la pantalla y vio cómo la desdichada princesa, poco a poco, perdía sus energías y se sumergía en una ensoñación. Sonrió, solo bastaba unas pocas horas más para tenerla a su merced.
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Marco y Matías se escondieron entre unas rocas, cubierto por los matorrales. Ambos se taparon sus bocas y se mantuvieron quietos, hasta asegurarse de que los bandidos se alejaran.
En un momento, Marco se animó a asomar la cabeza y vio a un sujeto extraño, dándoles la espalda, jugando con un antiguo revólver de esos que disparan balas de plomo. Volvió a su posición, pero sin querer movió unas pequeñas ramitas y alertó al hombre.
– ¿Quién está ahí?
Matías, sin dudarlo, tomó una piedra y la aventó lo más lejos que pudo, consiguiendo estrellarla contra un par de rocas que daban forma a un estrecho sendero cuesta abajo. Así, lograron que el bandido se dirigiera hacia ese lugar y aprovecharon para salir inmediatamente de su escondite y escapar.
Ya cuando caminaron un buen trecho, se percataron de que estaban en una zona montañosa. No había casas y edificios, salvo algunas colinas y plantas propias de los ambientes secos. La única construcción existente era el edificio del que acababan de salir, el cual lo veían levantarse sobre una enorme meseta. Sus paredes estaban hechas de piedra pulida y parecía un lugar propio de un cuento de terror.
Marco tomó a Matías de la manga de su camisa y, con una voz temblorosa, le dijo:
– No podríamos hacer nada si nos quedábamos ahí. Solo somos dos chicos rodeados de hombres temerarios, rudos y armados con armas de fuego. Nuestra prima nos dejó ir, pero con la misión de buscar ayuda para rescatarla. Era la única opción.
– Sí, lo sé – dijo Matías, presionando los puños mientras gruñía – nuestra prima antepuso nuestra seguridad a la suya. Sé que lo hizo para que vayamos a buscar ayuda, pero… ¡Diablos! ¡Aun sigo siendo muy débil!
El muchacho pateó el suelo de la rabia. Marco dio un salto atrás y casi resbaló por una depresión. Por suerte, Matías consiguió sostenerlo a tiempo.
– Debemos tener cuidado – dijo Matías – por cierto, sé que memorizaste el mapa del virreinato. Ahora que estamos fuera del edificio, ¿puedes decirme dónde estamos?
Marco miró a su alrededor, atentamente. Ya el sol estaba tan bajo que comenzaron a salir las primeras estrellas. Aun así, todavía podía percibir el entorno con claridad. Una vez reconocido el terreno, respondió:
– Creo que estamos en la cadena de montañas Solares, que está a cientos de kilómetros del Valle de las Flores. Estuvimos dentro de esa furgoneta por cuatro horas aproximadamente, lo suficiente para llegar desde la Ciudad Central hasta aquí, en ruta.
– ¡Guau! ¿De verdad contaste las horas? – preguntó un asombrado Matías - ¿Cómo lo hiciste?
– Conté cada segundo que estuvimos ahí – respondió Marco – pero, también, lo intuí por la posición del sol visto desde la ventana.
– Bien. Entonces solo queda caminar hasta el Valle de las Flores. ¿No?
– No lo recomiendo. Está demasiado lejos y no resistiríamos. Pero hay un pueblo muy cerca de aquí, a solo un kilómetro de distancia. Si vamos a pie, llegaremos en 15 minutos.
– No es mucho. Podemos hacerlo – dijo Matías – entonces vayamos a ese pueblo.
Ambos hermanos comenzaron a caminar por un sendero, guiándose por la posición de las estrellas para llegar al lugar indicado. En el palacio fueron educados con lo básico de supervivencia, para poder lidiar con diversos casos hipotéticos que jamás creyeron que les pasaría. Si bien los dispositivos eléctricos contenían ubicaciones y rastreo GPS para llegar en cualquier lugar, nunca se sabía cuándo se necesitaría recurrir a los “conocimientos ancestrales” para situaciones extremas.
En un promedio de diez minutos llegaron hasta una ruta iluminada por faros eléctricos. Lo que más les preocupaba era quedarse en la intemperie, a oscuras, y con todos esos bandidos pisándoles los talones. Caminaron un trecho más hasta que encontraron un letrero que decía: “Bienvenidos al pueblo Solares, donde nació el sol”.
– ¿Dónde nació el sol? – se preguntó Matías – Pero si el sol es una bola de fuego gigante que está a miles de kilómetros de nuestro planeta. ¡Y es mil veces más grande! ¿Cómo se les ocurre pensar que puede nacer de la tierra?
– Ellos creen que el sol es solo una lámpara mágica que flota en el cielo – respondió Marco – pero bueno, no debemos burlarnos de sus creencias, ya que en nuestro reino hay gente que cree que la diosa de la vida creó el continente Tellus para que unos pocos elegidos puedan vivir en ese “paraíso terrenal”. Como sea, vayamos al pueblo, nuestra prima nos está esperando.
Caminaron al costado de la ruta, por si pasaba algún vehículo. Pero aunque estuvieron transitando por largo rato, no vieron nada. Supusieron que el pueblo no era tan concurrido y, por eso, no veían ni un alma. Con suerte, alguna persona gentil los llevaría hasta el alcalde para que éste se comunicara con la virreina y, así, mandara al equipo de rescate.
Pero, al llegar, se encontraron con algo asolador.
El pueblo apenas tenía unas pocas luces encendidas y las calles estaban vacías, llenas de basura y algún que otro animal muerto. También se encontraron con algunos mendigos durmiendo en la intemperie y, en una fuente situada sobre una rotonda, se encontraron con una mujer muy peculiar. Llevaba un top y una tanga como únicas prendas, tenía los pechos enormes y los cabellos rubios y enrulados, sueltos por la espalda. Su mirada era intensa y parecía buscar atraer a cualquier transeúnte para ofrecerle sus servicios nocturnos.
Ambos chicos se sintieron incómodos al verla, pero de todas formas se acercaron porque era la primera persona que les daba su atención. Una vez que estuvieron cerca, ella les sonrió y les dijo:
– ¡Vaya! ¡Cada día son más precoces! ¿Acaso vienen a estrenarse conmigo? Puedo darles la mejor noche de sus vidas.
– N… no es eso – dijo Marco, sintiendo que sus mejillas comenzaron a sonrojarse – venimos aquí pidiendo ayuda.
– ¿Ayuda? – preguntó la mujer, dejando de lado su mirada intensa y mostrando una expresión de incertidumbre - ¿Son mendigos? ¡No lo creo! Lucen como niños ricos que escaparon de casa.
– Nos escapamos, pero no de casa – le dijo Matías – en realidad nos han secuestrado y conseguimos escapar. Pero nuestra prima sigue aún con esos bandidos y queremos rescatarla. ¿Puedes decirnos dónde está el alcalde de este pueblo?
– Temo que el alcalde no podrá ayudarlos – dijo la mujer, mostrándose realmente apenada por la situación de los infantes – si fuera realmente útil e hiciera bien su trabajo, yo no estaría aquí vendiendo mi cuerpo.
– ¡No tenemos opción! – dijo Matías - ¡Es una emergencia! Y no creo que usted pueda ayudarnos.
– Entiendo. En ese caso, vayan por esa calle, en línea recta – dijo la mujer, señalando hacia una calle angosta y oscura – suelen haber vendedores de drogas y cambistas, pero mejor ignórenlos. Todos son unos farsantes que querrán estafarlos hasta dejarles sin nada. No se distraigan y caminen derecho hasta llegar a la alcaldía.
Los muchachos no estaban seguros de ir hacia esa dirección, pero no tenían otra opción si querían rescatar a la princesa lo más pronto posible.
– Gracias, señorita – le dijo Matías, tomando a Marco de la mano y yendo juntos a la dirección indicada.
– Le diremos al alcalde que la ayude a salir de su situación. Se lo prometemos – le dijo Marco, antes de girar la cabeza y centrarse en acompañar a su hermano.
– ¡Buena suerte! – dijo la mujer, mostrando una sonrisa gentil para, luego, volver a lo suyo.
A medida que caminaban, todo les parecía aterrador. Incluso un simple gato que maullaba en un muro y los miraba con sus ojos amarillos brillantes les provocaba un miedo atroz. Un hombre borracho les pidió limosna y les lanzó botellas cuando ellos le dijeron que no llevaban nada. Una mujer con un bebé los miraba fijamente, para luego ocultarse en las sombras.
Estuvieron caminando por cinco cuadras, hasta que se cansaron y se sentaron en el piso, respirando por la boca. Tenían mucha hambre y sed, por lo que no estaban seguros de resistir por más tiempo.
– ¿Y si nos quedamos aquí a dormir? – se le ocurrió a Matías.
– ¿Estás loco? ¡Nos podrían matar! – dijo Marco – esa mujer detectó que éramos ricos, pese a lo sucios que estamos de tanto correr y sudar. Prefiero continuar.
– Cierto – dijo Matías – nuestra prima la está pasando peor que nosotros, quien sabe lo que estarán haciéndole esos bandidos en estos momentos. ¡Rayos!
Mientras hablaban, se les acercó un hombre extraño que llevaba puesto un conjunto de pantalones y camisa color marrón. Su mirada era gentil y amable, por lo que los muchachos dedujeron que se trataba de una buena persona.
– ¿Están perdidos? – les preguntó el extraño – Si quieren, les puedo ayudar.
– Descuide, estamos bien – respondió Marco, recordando las palabras de la mujer de la fuente – solo vamos a la alcaldía.
– ¿Van a la alcaldía? – preguntó el hombre – si quieren, los puedo llevar en mi vehículo. Queda casi a final del pueblo y las calles son muy peligrosas para ir caminando.
– ¿No que era que estaba a final de esta calle? – preguntó un desconfiado Matías - ¡Así nos dijo esa mujer!
– Les mintió – dijo el hombre, mostrando una expresión de lástima – en este pueblo no deben confiar en las mujeres, todas son unas mentirosas y unas golfas de la más baja calaña. Pero no se preocupen, yo los ayudaré sin interés. ¿Tienen hambre? Les daré comida para reponer energías.
El hombre les mostró una canasta que estaba llevando en sus manos. Ahí había varios bocaditos envueltos en papel y tenían un olor muy agradable.
– No podemos comprarlo – dijo Matías.
– Descuiden, es gratis – dijo el hombre – Soy vendedor ambulante, pero no tuve suerte el día de hoy. Además, no quiero que se echen a perder, por lo que les invito a comer todo lo que quieran.
Los niños sintieron sus estómagos rugiendo e, ignorando los consejos de la mujer de la fuente, tomaron los bocaditos y comenzaron a comer. Pensaron que era lo más delicioso que habían probado, pero tampoco sabían si el hambre les engañaba sus sentidos, ya que no podían creer que la comida de los plebeyos fuera mucho mejor que la del palacio.
– También tengo agua – dijo el hombre, pasándoles un par de botellas – esto les ayudará a digerir los alimentos.
Los niños tomaron las botellas y comenzaron a beber, hasta dejarlas vacías. Incluso el agua les sabía deliciosa, aunque también pensaban que era a causa de la sed. Pronto pensaron que habían dejado por completo sus modales y se comportaron como unos vulgares pordioseros.
Una vez que se saciaron, el hombre les dijo:
– Síganme, por favor. Mi coche está cerca.
Los niños siguieron al señor hasta llegar a su vehículo. En el baúl notaron algunos paquetes cerrados, por lo que dedujeron que no mentía al decir que se trataba de un vendedor ambulante. Se sentaron en los asientos traseros y el señor tomó el mando. Encendió el motor y comenzó a conducir, despacio.
Mientras manejaba, les preguntó:
– ¿Por qué quieren ver al alcalde? Nunca los había visto antes. ¿Se han perdido en su viaje?
– En realidad nos secuestraron – explicó Matías – estábamos con nuestra prima de paseo por la Ciudad Central, pero unos malhechores nos atraparon y nos trajeron aquí.
– Ella aun sigue con esos bandidos – continuó Marco – por eso queremos ver al alcalde, ya que solo él puede ayudarnos.
– ¡Qué mala suerte han tenido! – dijo el hombre, cuya expresión amable pronto cambió a una más fría – y tal parece que el infortunio todavía les persigue.
En eso, detuvo el carro. De inmediato, dos hombres se colocaron a los costados, abrieron las puertas y tomaron a los infantes de los brazos, forzándolos a salir.
– ¿Pero qué sucede? – preguntó Matías.
– ¡Suéltame! – suplicó Marco.
Matías, quien había recuperado las fuerzas gracias a la comida, consiguió alejar al sujeto de una patada. Luego, se acercó a su hermano para ayudarlo a liberarse. Sin embargo, otros tres hombres más se abalanzaron sobre él como para atraparlo, pero logró esquivarlos de un salto. Uno de ellos empezó a darle puñetazos y el infante solo pudo esquivarlos, sin saber cómo darle.
Fue ahí que escuchó el grito de Marco, ya que su captor le colocó un cuchillo en el cuello. Ante esa mínima distracción, el sujeto golpeó a Matías en la cara, tirándolo al suelo. Luego, le pisó fuertemente sobre el pecho, haciendo que perdiera el aliento.
– ¡Espera! ¡No lo mates! – le dijo el falso vendedor ambulante - ¡No podemos entregar mercancías en mal estado!
– ¿Mercancías? – preguntó Marco, con una voz ahogada.
– Así es, niño – dijo el hombre que lo sujetaba – somos traficantes de humanos y ustedes son nuestros próximos productos de venta.
El bandido que golpeó a Matías lo levantó del cuello de su camisa y, mirándolo con malicia, comentó:
– Este chico de verdad es muy fuerte. Seguro que podrá servir para hacer trabajos pesados. Aunque falta que le moldeemos su carácter primero.
– No puedo decir lo mismo del otro – continuó su compañero quien, esta vez, tomó a Marco de la cara para mirarlo a los ojos – aunque tiene un buen aspecto. Seguro que algún depravado querrá comprarlo para satisfacer sus bajos instintos.
– ¡No se atrevan! – dijo Matías, con su último esfuerzo - ¡Si se atreven a tocar a mi hermano, yo…!
El hombre lo golpeó en el estómago, logrando así arrebatarle toda la fuerza que le quedaba. Marco grito, pero también fue arrojado al suelo. El infante caminó a gatas hasta su hermano. Ambos se abrazaron, como si intentaran impedir que los separaran.
– Supongo que podemos venderlos juntos – dijo el falso vendedor ambulante – después de todo, los gemelos son muy cotizados en el mercado.
– Le preguntaremos al jefe – decidió uno de los hombres – él sabrá qué hacer con estos dos.
Mientras los chicos eran amarrados, ellos comenzaron a pensar en la princesa. Estaban seguros de que ella los seguía esperando y les entró la terrible angustia de que, una vez más, fallaron en protegerla.