La virreina

Capítulo 5. La líder independentista

Aramí y Adriano comenzaron a recorrer la ciudad a final del día, como un intento de reconstruir los hechos. Guiados por las grabaciones captadas por las cámaras de seguridad, detectaron la furgoneta color negro que presuntamente se llevó a los miembros de la realeza.
El vehículo no tenía registro alguno, por lo que los inspectores contratados por la virreina averiguaron cuáles fueron las empresas vendedoras de autos donde han ofrecido a la venta algún vehículo con esas características. En total, encontraron diez furgonetas vendidas, pero todas ellas estaban registradas con el nombre del dueño.
Cuando creían que la investigación no llegaría a buen puerto, Adriano se encontró con una vendedora ambulante que fue testigo de los hechos pero, por temor, no quería decírselos. Luego de que el guardaespaldas le prometería que recibiría protección directa de la virreina, ella le explicó:
– Eran cinco, entre ellos había una mujer pequeña. Ella mató al escolta, era más veloz que el viento. Los niños intentaron defenderse, pero esos bandidos eran muy fuertes. El vehículo se metió por una calle oscura que va directo a la ruta, es una salida alternativa de la ciudad muy usada por los comerciantes.
– Gracias, señora. Su aporte será de gran ayuda – le dijo Adriano.
El equipo transitó por esa calle y, tal como lo dijo la vendedora, terminaba al límite de la ciudad. Ahí había un par de casas muy pequeñas y, de una de ellas, vieron salir a una cara conocida.
– ¡Es el chofer! – señaló Aramí.
De inmediato, los guardias de la princesa se acercaron a él y no inmovilizaron. Éste forcejeó, pero vio la mirada furiosa de Adriano y se estremeció.
– ¡Lo siento tanto! ¡Por favor, tengan piedad de mí! ¡Me obligaron a hacerlo!
– ¿Quiénes? – le preguntó Adriano, con frialdad y rabia.
El chofer titubeó. Adriano desenfundo su pistola de disparo láser, haciendo que tragara saliva. Respiró hondo y respondió en voz alta:
– ¡Fueron los independentistas! ¡Sí! ¡Ellos planearon el secuestro para forzar al Gran Reino a reconocer Esperanza como una nación libre e independiente! ¡Es todo lo que sé! ¡Lo juro!
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Una mujer de mediana estatura, con los cabellos ondulados y un flequillo que le cubría la mitad de la frente, se acercó a la fortaleza durante la noche, siendo escoltada por dos oficiales de la virreina. En apariencia, lucía como cualquier chica normal. Pero, en realidad, se trataba de la líder principal de los independentistas.
La virreina Ludovica la mandó llamar, tras escuchar la confesión del chofer quien, en esos momentos, se encontraba en prisión. La líder acudió, más que nada porque no tenía otra opción y porque su conciencia estaba limpia de toda culpa.
Ambas mujeres entraron al salón de interrogatorios, donde solo había una mesa y un par de sillas. Se sentaron frente a frente y dieron inicio a la reunión.
– Gracias por acudir de buena gana a mi llamado, señorita Ruth – le dijo Ludovica, mostrando una expresión neutra – me imagino que mis oficiales ya le pusieron al tanto de lo sucedido.
– Sí, los soldados me dieron una buena idea, excelencia – le respondió la joven – se trata del secuestro de la princesa Margarita y los infantes Matías y Marco. ¿No?
– Así es, señorita Ruth – le dijo Ludovica – tanto ella como sus primos fueron raptados ayer, cerca del mediodía, mientras estaban de paseo por la ciudad. Uno de los cómplices fue capturado y, durante el interrogatorio, señaló a los independentistas como los responsables del crimen. ¿Qué me dice de eso, jovencita?
– Es una calumnia, dado que yo no tenía ni idea de que la familia real estaba en el virreinato – respondió Ruth, manteniendo la calma – tengo otros asuntos importantes que atender, no presto atención a las actividades propias de los invasores extranjeros.
– Puede que usted no lo supiera, pero quizás algún integrante de su movimiento si se enteró y pasó la voz – insistió la virreina – quizás alguien que esté lo suficientemente desesperado como para raptar a la familia real frente a nuestras narices.
Ruth dio un largo suspiro de fastidio e hizo un extraño sonido con la boca, como si le repudiara el sermón de quien consideraba su enemiga. Luego, con un tono de voz más gruesa, le dijo:
– Aunque queramos ser independientes, jamás caeríamos tan bajo para cometer esas viles acciones. Queremos que las futuras generaciones nos reconozcan como héroes, no como sicarios. Por eso apelamos a la diplomacia y a las marchas pacíficas, todos los que cometen un delito en nombre de los independentistas son unos farsantes que quieren arruinar nuestra imagen. ¡Es todo!
Ludovica se percató de que Ruth tenía una mirada franca y no mostró ningún tic nervioso propio de los interrogados, cuando debían confesar sus crímenes ante el juez. No estaba segura de si era demasiado sincera o una buena mentirosa, pero de igual forma no podía dejarla marcharse libremente por la ciudad sabiendo que ella, o algún otro miembro del movimiento, formaba parte de los sospechosos del secuestro.
Lo que no sabía era que Ruth intuía algo que siempre había temido. Ahora que la señalaron como responsable del secuestro de una princesa, estaba segura de que la virreina buscaría alguna forma de detenerla e impedir que realizara sus reuniones. Desde hace mucho los telurianos que estaban en el poder buscaban que cometiera cualquier mínimo fallo para capturarla y desintegrar el grupo.
Teniendo eso en mente, dijo:
– Puede que los independentistas hayamos causado algún que otro problema, pero no somos los únicos que estamos en contra de los telurianos prepotentes que creen ser los dueños del mundo. Están los nativos, por ejemplo, que hace siglos sueñan con la caída del virreinato y la recuperación total de la península. ¿No sería mejor que interrogara a ellos y dejaran en paz a una simple ciudadana como yo?
– Eso no es asunto suyo, señorita Ruth – le dijo Ludovica, con un tono de advertencia – estamos hablando de los independentistas y su relación con el secuestro. Así es que no quiera hacerse la lista tratando de desviar mi atención.
“¡Rayos! ¡Es más lista de lo que pensé!”, se maldijo Ruth.
– Lamento intentarla marearla con mis planteamientos, excelencia – le dijo Ruth – está bien, le responderé a todas sus preguntas.
La virreina Ludovica le hizo más preguntas sobre sus últimas actividades, así como también lo que hacía durante las horas que surgió el secuestro y quiénes podrían verificar sus palabras. También mencionó a los independentistas que profesaban abiertamente sus ideales: todos ellos también estaban en sus asuntos, no le resultarían útiles para nada. Solo de unos pocos no tenían idea de lo que estaban haciendo en esos momentos, pero la joven líder ponía la mano al fuego por ellos porque los reconocía como personas honradas y trabajadoras, que nunca harían daño a nadie.
Tras una larga interrogación, la virreina le dijo:
– Eso es todo. Puede retirarse.
– ¿Ya estoy absuelta? – le preguntó Ruth.
– Aún no – respondió Ludovica – que la deje ir no quiere decir que la borre de la lista de sospechosos. Debe saber que, desde ahora, todos sus movimientos serán registrados. Seremos como tu sombra y, si notamos algo extraño, no dudes que te volveremos a llamar.
– Telurianos, son todos iguales – dijo Ruth, con ironía – Se creen los dueños de nuestras vidas, pero al final son solo unos simples mortales.
– Tengo entendido que tanto usted como otros integrantes de su movimiento son descendientes de telurianos. ¿No? – le preguntó Ludovica, alzando una ceja.
– ¡No! ¡Soy descendiente de los esperancitos! – bramó Ruth, esta vez, golpeando la mano contra la mesa.
Ludovica no evitó sorprenderse por esa repentina reacción de la líder, ya que a lo largo del interrogatorio se mantuvo serena y tranquila. Supuso que consiguió tocarle una vena sensible al mencionarle sobre su ascendencia, pero le restó importancia y le dijo:
– Por ahora no tienes derecho de replicar nada. Estamos investigando un secuestro y casualmente el cómplice señaló a los independentistas como culpables. Ten por seguro que si mencionaba a un gobernador, nativo o magnate millonario teluriano, recibiría el mismo trato que recibe usted en estos momentos.
Ruth se mordió los labios, pero decidió no objetar las palabras de la virreina. Así es que, tras un intenso debate interno, le dijo:
– Detesto a los telurianos, pero más odio cuando me culpan de cosas que nunca hice ni pienso hacer. Así es que le propongo algo: inclúyanme en su equipo de rescate a cambio de que me prometan que limpiarán mi imagen ante el público.
– De ninguna manera – se negó Ludovica – es muy riesgoso involucrar a los civiles. Además, ¿cómo sé que no es una de tus artimañas para dar con el mando a la fuerza?
– ¿Y cómo yo sé que esto no es una excusa para desintegrar al movimiento independentista e interrumpir la difusión de la propaganda en los medios de prensa? Además, les conviene tenerme cerca, ya que así podrán analizar todos mis movimientos y verán que soy tan pura como el agua cristalina.
Ludovica no podía creer lo que le decía Ruth. Si bien la joven mantenía muchos contactos con personas de distintos estratos sociales, sabía que tenerla en el equipo podría causar mucha incomodidad. Ya podía escuchar a la condesa Aramí quejándose de la situación, dado que era abiertamente xenófoba y despectiva con los habitantes del virreinato que no provenían del Gran Reino.
De igual forma, no tenía más opciones. Ruth sería la conexión con la gente del pueblo, mientras que Adriano intercedería con los nativos y Aramí sería quien planificaría el proceso de rescate llevado a cabo por los soldados que la acompañaban.
– Está bien. Puedes formar parte del equipo – decidió Ludovica – pero recuerda, esto no la librará de ninguna sospecha. Más vale que seas un buen apoyo para mi confidente o él mismo se encargará de decidir tu destino.
– Muchas gracias, señora – le dijo Ruth – me aseguraré de hacer un gran trabajo. Lo prometo.
– Bien. La esperamos mañana a primera hora del día.
Ruth se fue al patio, donde pudo despejar su mente. Miró al cielo y pensó que, esta vez, si se había metido en un gran lío. Pero no le quedaba de otra que cooperar con quienes consideraba sus enemigos para limpiar su imagen y seguir con sus actividades.
“Lo siento, muchachos. Pero las reuniones tendrán que suspenderse por un tiempo” pensó Ruth, recordando a sus compañeros de lucha. “Aun así, esto me emociona. Por fin podré ver de cerca a nuestros opresores y crear la oportunidad perfecta de dar el golpe que nos liberará a todos del yugo opresor para siempre”.




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