La virreina

Capítulo 6. El martirio de la princesa

Los rayos del sol atravesaron la apertura de una ventana semiabierta e iluminaron el rostro de la princesa Margarita, quien yacía dormida. Estuvo atada en una silla por toda la noche y sus fuerzas se agotaron, pero no sería por mucho tiempo.
El capitán Lucio y su confidente, Jacinta, entraron en el cuarto, junto con otros dos hombres, quienes abrieron la jaula y desamarraron a la princesa.
Jacinta le entregó unos bocadillos y la princesa los devoró a gran velocidad. Luego, el capitán Lucio le dio una botella con agua, la cual vació al instante.
– ¿Cómo has dormido, princesa? – le preguntó Lucio, con un tono irónico en su voz – Espero que haya estado cómoda.
– Pues no es confortable dormir atada en una silla – le respondió la princesa, mirándolo con fastidio - ¿Quién es usted?
– Soy el capitán Lucio – se presentó el líder, dando una exagerada reverencia que parecía más bien una parodia de los protocolos de la realeza – y esta jovencita de aquí es Jacinta – señaló a la mujer de las coletas – ella se encargará de proveerle de comida y ropa para cambiarse. Como es mujer, será menos probable que la engatuses con algunos de esos trucos femeninos para intentar escapar.
– Y soy 100% heterosexual – recalcó Jacinta, mientras tomaba a Lucio de un brazo y apoyaba la cabeza sobre su hombro – no podrás abordarme por ese lado.
– Han pensado en todo. ¿No? – dijo la princesa, frunciendo el ceño – pero ni crean que esto se va a quedar así. Estoy segura de que mis primos consiguieron escapar y, pronto, vendrán a rescatarme.
– Pues resulta que volvimos a atraparlos, querida – le dijo Jacinta, mostrándole una expresión macabra – y más te vale que te portes bien, o ellos pagarán las consecuencias.
– ¡Mientes! – dijo Margarita, presionando los puños - ¡Dame una prueba!
Los dos hombres que la habían desamarrado se acercaron a ella y la tomaron de los brazos. El capitán Lucio apoyó un trípode con cámara filmadora y, mientras la activaba, le dijo:
– Ahora no estás en condiciones de replicarnos nada, su alteza. Aquí yo soy el rey y usted es solo una rehén, por lo que harás lo que te diga o serás castigada.
Jacinta extendió unos letreros, con unos textos de letras bien grandes, para ser leídos desde la distancia. Lucio lo señaló y dijo:
– Lee en voz alta.
La princesa intentó zafarse, pero esos hombres presionaron aún más sus manos. Notó que el capitán Lucio la apuntó con un arma, por lo que temiendo por su integridad, accedió a leer el texto:
– “Soy la princesa Margarita, del Gran Reino proveniente del continente Tellus. Fui secuestrada y mi vida corre peligro. Pido encarecidamente a la virreina que entregue 100 lotes de madera virgen en la región Norte del virreinato, donde se sitúa el Castillo Maldito. Tienen solo una semana de tiempo para concretar esa acción. Y no le cuenten a la reina de esto o, de lo contrario, me convertirán en carne molida” ¡Oigan! ¿Qué significa todo esto?
La filmación se cortó y Jacinta, mientras guardaba los letreros en un bolso, comentó:
– ¿Por qué pedir madera y no diamantes? No entiendo a la señora.
– ¿Señora? – preguntó Margarita.
El capitán Lucio, ante una señal, hizo que volvieran a amarrar a la princesa Margarita en la silla. Jacinta se llevó una mano en la boca, como si se percatara de que habló de más. Sin embargo, Lucio, en lugar de reprocharla por eso, le dijo:
– Quizás puedas darles permiso a tus amigos de que “jueguen” un poco con ella. Pero asegúrate de que no se pasen, necesitamos tenerla lo más intacta posible para concretar nuestros planes con éxito.
Los hombres sonrieron maliciosamente. Uno de ellos amordazó a la princesa con una cinta aisladora y preguntó:
– ¿Puedo tocarle una teta?
Jacinta asumió con la cabeza, en silencio. Margarita, al sentir que la mano de uno de sus captores presionó sus pechos con morbosidad, lanzó un grito ahogado por la mordaza. El otro se rió y comentó:
– ¡Oye! ¡No te quedes con todo! ¿Y si le vemos la ropa interior?
El capitán Lucio se retiró y Jacinta quedó mirando a sus amigos a lo lejos, como si le fuera indiferente el pánico que sentía la princesa en esos momentos, al estar a la merced de esos depravados.
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– ¡Su excelencia! ¡He recibido estos paquetes!
La virreina Ludovica vio al dron que sostenía su secretaria, en donde venía pegado un sobre y una pequeña caja. El dron tenía forma esférica, lo cual le pareció muy extraño porque era de los que se usaban en el Gran Reino.
“¡Esto es una pista! ¿Quizás quien planificó el secuestro sea alguien de la nobleza? Aunque no puedo descartar el hecho de que sea robado. Como sea, debe ser un mensaje del secuestrador con sus exigencias”
– Déjame las encomiendas y manda el dron a un laboratorio a examinarlo – le ordenó Ludovica a la secretaria – necesitamos detectar cualquier huella dactilar, polvo o partícula que no sea propia de esta ciudad.
– Sí, su excelencia, como usted diga.
Cuando la secretaria se marchó, Ludovica abrió el sobre y vio una carta escrita a mano y una tarjeta de memoria. Se fijó en la caja y percibió que no era un paquete, sino una máquina proyectora holográfica, por lo que supuso que debía insertar la tarjeta ahí para ver su contenido.
Así lo hizo. De inmediato, se proyectó una pantalla holográfica, donde aparecía la princesa Margarita, siendo inmovilizada por dos bandidos, a quienes no veía los rostros porque la cámara no los enfocaba directamente. Escuchó atentamente el mensaje de la princesa, notando que desviaba la mirada a cada tanto, como si leyera un teleprompter mal hecho. Lo que no entendía era el porqué pedía madera, ya que era algo que provenía de la naturaleza y podía surgir con la plantación de árboles en terrenos adecuados.
Entonces, recordó que, salvo la península, en el resto del mundo la tierra era estéril y árida. Apenas crecía unos arbustos, puesto que las plantas no lograban sobrevivir ante los fuertes rayos del sol y la escasez de agua dulce.
Fue por eso que la península había sido invadida, hacía siglos, por los telurianos, quienes se animaron a salir del continente para expandirse y evitar invadir los reinos vecinos. Debido a eso, el Gran Reino se enriqueció y, pronto, se convirtió en una potencia mundial.
“Sí. La península posee muchos árboles, así como las zonas más tropicales del continente Tellus”, pensó Ludovica. “Quizás por eso los nativos de las afueras consideran la madera como un recurso valioso. ¿Eso quiere decir que el chofer mintió? ¿La señorita Ruth tenía razón al señalar a los nativos?”
Miró la carta, preguntándose si se trataba de más especificaciones sobre el pago por el rescate. Así es que abrió el sobre y se topó con un texto hecho a máquina, que decía:
“Estimada virreina Ludovica. Espero que la exigencia del video no sea tan inalcanzable. De ser así, puede usted entregarse a los bandidos a cambio de la princesa. ¿Qué le parece? Se verá como una mártir y la reina la recordará como una heroína. Está a tu criterio, su excelencia”
– No tiene firma – comentó Ludovica, dando vuelta al papel para ver si encontraba algo más en otra página – pero ese tipo de lenguaje se me hace familiar. Solo sé de alguien que escribe de esta manera.
Suspiró, pensando que el caso del secuestro era más complejo de lo que creía. Volvió a mirar el video y, esta vez, se fijó en una de las pulseras del bandido. Comenzó a hacer zoom y vio que, en el metal, se reflejaba los rostros de los camarógrafos. De inmediato, hizo pausa y llamó a un técnico desde su dispositivo, diciéndole:
– Necesito que analices unas imágenes que te pasaré en tu dispositivo comunicador en breve. Se ve el reflejo de unos rostros sobre un material metálico muy pequeño y necesito descubrir quiénes son, con urgencia.
– Sí, excelencia. Así se hará.
El técnico tardó una hora en hacer el análisis de la imagen. Durante ese tiempo, la virreina releyó la nota y pensó que no podía creer lo que estaba pasando. Algo le decía que esa persona tenía mucho que ver en todo ese asunto, pero no bastaba una simple nota para corroborarlo. Necesitaba reunir más pistas y, así, dar con el cabecilla quien orquestó el secuestro.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por el mensaje del técnico, diciéndole que ya consiguió identificar el rostro reflejado en la pulsera metálica. Le envió la imagen prolija en el dispositivo, junto a posibles rostros similares.
Fue así que la virreina determinó quién era esa persona. Su expresión se ensombreció, ya que sabía de quién se trataba. Aunque dudaba que fuera quien escribió la nota, estaba segura de que era quien lideraba a los bandidos y trabajaba para alguien más.
– Has sido la pesadilla del virreinato por mucho tiempo, capitán Lucio – murmuró Ludovica, mientras procedía a enviarle un mensaje a Adriano – pero ahora me encargaré de poner fin a tu reinado del horror, capturándote y entregándote a la justicia del Gran Reino. ¡Ten por seguro que lo haré!




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