La virreina

Capítulo 7. El mensaje de la virreina

Adriano estaba en el comedor de la fortaleza, tomándose un café durante su descanso. Pero esa pequeña paz se vio interrumpida cuando escuchó el sonido de su dispositivo. Lo activó y, del pequeño aparato, salió la imagen holográfica de la virreina.
— ¡Señora! – exclamó Adriano - ¿Sucedió algo?
— Estoy bien, Adriano – le respondió Ludovica – He recibido el mensaje de los secuestradores y sé quiénes fueron.
— ¿De verdad? Dímelo, por favor, y reuniré a mi equipo para capturarlos.
Ludovica respiró hondo y le dio los nombres. El rostro de Adriano se ensombreció, dado que sabía de quiénes se trataban.
— Entonces el capitán Lucio volvió a las andadas. ¡Ese perro! – masculló Adriano – pero esa persona… ¿De verdad es ella la cabecilla?
— Aún no estoy 100% segura, pero el texto de su nota anónima se asemeja mucho a su lenguaje – respondió Ludovica – por el momento, lo mejor es apuntar al capitán Lucio primero. Si lo capturamos, podremos diezmar a su pandilla e interrogarlo para dar con su líder.
— Sí. Tenerla rondando por los alrededores solo nos causará más problemas de las que ya tenemos. No se preocupe, su excelencia. Yo me encargo de todo.
— Gracias, Adriano. Avisaré también a la condesa, ya que estoy segura de que quiere saber cómo se encuentra la princesa.
Cuando se cortó la comunicación, el humor de Adriano cambió. Si bien le alegró recibir el mensaje de la virreina de forma directa, le preocupaba el verdadero motivo que tenían los secuestradores para con ella.
Pero eso no era lo único que le angustiaba, sino que también debía lidiar con la condesa Aramí, quien era una xenófoba de buen cuidado.
“Desde que los familiares de la reina llegaron, no hicieron más que causar problemas”, pensó Adriano, dejando el café a medio beber para retornar a sus actividades. “No entiendo a esa reina, que fue capaz de mandar a su propia hija, junto a unos niños, para jugar a los detectives en estas tierras inhóspitas. ¿Creyeron que no les sucedería nada solo por ser de la realeza? ¡Sí que son unos ilusos!”
Salió rápidamente del comedor para dirigirse a su oficina. Ahí reuniría a dos de sus mejores hombres para ponerles al tanto de su siguiente movimiento. Mientras caminaba por el pasillo, se encontró con la condesa Aramí, quien le dijo:
— La virreina ya me explicó sobre el mensaje y las exigencias de los secuestradores.
— Sí. Lo sé – dijo Adriano – ven conmigo a mi oficina. Debemos organizarnos para iniciar con la operación rescate.
La condesa lo siguió, mientras enviaba un mensaje a los escoltas de la princesa Margarita para que, así, sirvieran de refuerzo dentro de tan complicada e inesperada misión.
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Matías y Marco estaban en el maletero de un vehículo, con las extremidades atadas y una fuerte somnolencia debido al cloroformo. Pero ya estaban despertando poco a poco, sintiendo el movimiento del coche que transitaba por un camino de tierra.
El primero en volver en sí fue Matías, quien comprobó que no estaba amordazado. Esperó unos segundos para que se despertara Marco y, cuando lo vio con los ojos abiertos, le dijo:
— Hey, Marco. ¿Estás bien? ¿Puedes oírme?
Su hermano lo miró y movió la cabeza. Todavía parecía confundido por todo lo sucedido.
— Intentaré cortar tus cuerdas con mis dientes – continuó Matías – cuando te libere las manos, podrás desatarme y, así, escaparemos juntos.
— ¿Crees que funcione? – le preguntó Marco – esos sujetos son muy jodidos…
— No tenemos opción – respondió Matías – debemos hacerlo por nuestra prima.
Apenas Matías la mencionó, Marco consiguió reaccionar y se giró como pudo, a la espera de ser desatado.
Matías comenzó a mordisquear las cuerdas, una y otra vez. Sus dientes eran bastante fuertes, por lo que le resultó fácil cortar esas sogas.
Una vez que liberó las manos de Marco, este se desató los pies y, luego, desamarró rápidamente a su gemelo.
Cuando quedaron libres sus extremidades, Marco le dijo:
— ¿Cómo planeas que salgamos? ¿Saltando del maletero? ¡Sería riesgoso con el auto en movimiento!
— Hay que hacerlo – dijo Matías, mientras apoyaba las manos por la parte superior – el coche no se mueve tan rápido, puedo sentirlo. Con suerte solo recibiremos algunos raspones. ¡Ayúdame a empujar!
— Bueno, está bien.
A la cuenta de tres, lograron abrir la tapa del maletero y, de un solo salto, salieron.
Rodaron una, dos y tres veces por el camino de tierra. El coche se detuvo al sentir la puerta del maletero abierta, por lo que no lo pensaron dos veces para ponerse de pie y saltar hacia unas enormes rocas situadas al borde del sendero.
Entraron en un hueco, donde pudieron ver a un par de sujetos saliendo del coche y mirando el maletero.
— ¿Dónde están? No deben haber ido tan lejos.
— ¡Busquémoslos!
Matías observó que, de la cintura del sujeto más alto, colgaba un pequeño dispositivo de comunicación. Eso le dio una idea.
— Iré tras ese señor y le sacaré el dispositivo. Luego, te lo lanzaré para que te comuniques con la condesa Aramí y le envíes nuestra ubicación.
— ¿Estás loco? ¡Te va a matar! – dijo Marco, mientras se fijaba en lo enorme que era ese bandido.
— Uno de los dos debe escapar – le señaló Matías – no te preocupes por mí. Nuestra prioridad es la princesa, no lo olvides.
Al final, Marco no tuvo de otra que ceder. Conocía bien a Matías y sabía lo terco que podía llegar a ser.
Cuando los dos hombres se separaron para ampliar terreno, Matías corrió rápidamente hacia su objetivo de mira y le arrebató el dispositivo. Este cayó a un costado, pero se levantó enseguida para ir tras el infante.
Matías, rápidamente, lanzó el dispositivo hacia Marco, quien lo atrapó por el aire. El hombre hizo amago de acercarse a él, pero Matías lo abordó por detrás y gritó:
— ¡Huye, Marco!
Marco se alejó lo más que pudo, mientras Matías forcejeaba con el grandullón. Su compañero se encontraba bastante lejos, pero sería cuestión de tiempo para que se percatara de lo que estaba sucediendo y regresara a intervenir.
“¡Debo hacerlo!”, se dijo Marco.
Se adentró aún más entre las rocas. Sabía que escapar sería imposible. Y, de lograrlo, solo lo quedaría kilómetros de extenso desierto, sin comida ni agua. No duraría ni un día en la intemperie.
“No tengo tiempo a hacer una llamada porque seguro no responde”, razonó Marco. “Lo mejor será enviarle un mensaje con los nombres de los sitios que conseguí reconocer y las coordenadas”
Escuchó disparos en el aire, lo cual hizo que su corazón se acelerara. Pero se calmó, ya que entendía que el bandido intentaba meterle miedo y hacer que se paralizara. Así es que, ignorando los sonidos, activó el dispositivo y comprobó que no estaba bloqueado. Ahí indicó, en un breve mensaje, los sitios donde estuvieron en las últimas horas y que logró reconocer. Calculó las coordenadas para una rápida localización y, apenas pulsó el botón de enviar, una mano enorme lo tomó por la cara y lo arrastró lejos de su escondite.
Soltó el aparato y tomó al bandido de la muñeca. Este lo estrelló contra la enorme roca y le liberó el rostro, pero solo para golpearlo cuatro veces en ambos cachetes. El roce de las uñas hizo que se le partiera el labio y se le marcara algunos rasguños visibles en las mejillas. También sintió que la nariz le sangraba, pero prefirió permanecer quieto, ya que no tenía ninguna posibilidad contra ese hombre adulto. No era igual de fuerte y ágil que Matías, así como tampoco nada valiente. Era más de mantener la calma en situaciones que le superaban.
El sujeto alzó el aparato, mientras gruñía. Fue ahí que el muchacho vislumbró una enorme cicatriz en forma de cruz cerca de la sien, en la zona rapada de su cabeza. Sin pensarlo, exclamó:
— ¡Eres un paria!
El hombre lo miró, alzó una ceja y le preguntó:
— ¿Qué acabas de decir?
— Este… así les dicen… parias. ¿No? – Marco comenzó a temblar – te han desterrado de tu tribu. ¿No es así? Lo leí en un libro, estudié sobre ustedes antes de venir aquí.
El hombre lo tomó del cuello de la camisa y lo arrastró de vuelta a la carretera, sin omitir comentario alguno.
Marco vio que Matías había sido superado por el bandido, a quien le arrebató su dispositivo. Esta vez, ambos hermanos fueron atados con cadenas para que les resultara más difícil escapar.
— No debiste golpearlo en la cara – dijo el sujeto alto, señalando el rostro de Marco – será más difícil “venderlo” así.
— Oh, disculpa. No me pude controlar – le respondió su compañero, encogiéndose de hombros – pero no discutamos sobre eso. Lo mejor será largarnos de aquí. Ellos enviaron la ubicación desde tu dispositivo.
— ¡Huh! ¡Sí que son muy listos! – bramó el bandido, mientras los arrastraba de vuelta al maletero – Los hemos subestimado. Desde ahora, los tendremos bien vigilados.
Una vez que los acomodaron dentro del maletero, cerraron la tapa y les gritaron desde afuera:
— ¡A la próxima les disparamos en las piernas!
Cuando retornaron el camino, Marco le dijo a Matías en voz baja:
— Envié la coordenada. También mencioné el nombre del pueblo y lugar donde estuvimos horas antes. Pero no pude alejarme lo suficiente ni defenderme.
— Está bien, Marco – dijo Matías, cuya expresión de dolor denotaba que recibió golpes en distintas partes del cuerpo – ya tendremos otra oportunidad. Con suerte, nos encontrarán pronto.
Y así se mantuvieron en silencio por el resto del viaje.




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