— General Adriano, he recibido estas coordenadas. ¿Dónde quedaría?
Adriano activó el mapa holográfico de la península, el cual se expandió por toda su oficina. Leyó las coordenadas que había recibido la condesa Aramí y, apuntando en el mapa, dijo:
— Está a unos cuantos kilómetros del pueblo Solares, que linda con la cadena de montañas Solares. ¿Quién es el remitente del mensaje?
— No lo sé – respondió la condesa – pero tengo la corazonada de que sea su alteza… o los infantes. Esos chicos siempre se salen con las suyas, no importa en qué situación sea.
— Bien. Tomaremos el helicóptero. Nos llevaremos también a la señorita Ruth, ya que accedió de “buena gana” a cooperar con nosotros en este caso.
Aramí estuvo a punto de decir algo, pero entonces se le vino a la mente la princesa Margarita quien, en esos momentos, estaría sufriendo un enorme tormento junto con sus primos. Estaba segura de que los bandidos la estaban llevando bien lejos, en algún lugar aislado del virreinato. Debía alcanzarlos antes de que se atrevieran a traspasar las fronteras.
Como Ruth estaba en la fortaleza debido a que la virreina le pidió su presencia durante la mañana, lograron localizarla de inmediato y ponerla al tanto de la situación. Ella, al escuchar el nombre “Solares”, comentó:
— Creo saber dónde los llevan. Si han estado por el pueblo antes, es muy seguro que esté relacionado con el tráfico de esclavos.
— ¿¡¿Tráfico de esclavos?!? – Exclamó una alterada Aramí.
— Sí, en esa región es común la trata de personas – respondió Ruth – Debido a la mala influencia del alcalde del pueblo Solares, ese lugar se convirtió en un nido de criminales de la más baja calaña. Drogas, prostitución, actividades ilícitas… ¡Es el paraíso de la depravación!
— No hay tiempo para dar clases a los telurianos, señorita – intervino Adriano – será mejor que vayamos ya a esa ubicación antes de perderles el rastro.
Todos subieron al helicóptero, que fue programado para dirigirse en esa área.
Desde las alturas, la condesa Aramí no evitó sorprenderse por el peculiar paisaje que vislumbraba en esa zona lejos de la ciudad. Eran enormes extensiones de tierra y rocas, con algunos riachuelos que alimentaban a los pocos arbustos que resistían en ese árido lugar.
Casi no vislumbró ningún campo o aldea alguna, por lo que supuso que era el lugar ideal para cualquier banda criminal que buscara alejarse de la mira de la virreina.
En eso, escuchó a la señorita Ruth comentar:
— El lado este de la península es muy bonito. Hay árboles a montones y hermosos campos de cultivo. Pero en donde nos dirigimos ahora es un área desértica muy dura, pero tiene sitios ideales para extraer piedras semipreciosas.
— ¿Sabes si la madera es un material apreciado por los lugareños? – le preguntó Adriano.
Ruth se quedó meditando por unos segundos y, luego, respondió:
— Que yo sepa, son los nativos de las afueras quienes aprecian la madera. Algunas tribus se aliaron con los bandidos para obtener unos tablones de contrabando y, así, construir mejores casas.
— No hay duda de que esto sea obra de los nativos – dijo Aramí – no entiendo el porqué los siguen defendiendo, si está más que claro que ellos organizaron el secuestro.
— Aquí huele algo raro – le contradijo Adriano, sin evitar reflejar su molestia por el imprudente comentario de la condesa – los nativos no son tan tontos como para arriesgarse a capturar a una princesa. Siento que algo se nos está escapando y es mucho más turbio de lo que imaginamos…
No pudieron hablar mucho dado que el helicóptero empezó a descender lentamente, hasta aterrizar en una planicie. Ahí, bajó Adriano con sus dos fieles soldados, quienes portaban armas de disparo láser. Le siguió Aramí, junto con uno de los escoltas de la princesa. Ruth permaneció adentro, con el resto de los refuerzos.
A unos metros hacia adelante vieron un camino de tierra, cuyo borde pareciera estar adornado con unas rocas de gran tamaño. Adriano señaló hacia ese punto y ordenó a sus soldados:
— Rodeen el área y busquen cualquier pista, rastro o lo que sea. Algo que les parezca anormal de este sitio.
— Si, general.
Los soldados fueron a cumplir con la orden de Adriano, mientras que Aramí extrajo de su bolso unos pequeños drones cuadrados, del tamaño de canicas. Eran artefactos que se usaban para rastrear niveles de calor y definir movimientos surgidos en un lapso de diez horas.
Adriano, al verla activar los pequeños drones de espionaje, comentó:
— Sí que vienes muy preparada como para haber venido aquí por unas simples vacaciones.
La condesa Aramí evitó mirarlo y se excusó:
— Es… por los infantes. ¿Sabes? Esos niños son muy traviesos y, bueno, su majestad ordenó vigilarlos para dictaminar cualquier castigo por su comportamiento en el virreinato.
— Bueno, tampoco es para tanto. ¿No? – dijo Adriano, restándole importancia – Yo hice cosas peores a su edad, pero de igual forma me redimí y conseguí escalar alto.
— Debió esforzarse mucho para lograr tener un importante puesto. ¿No? – le preguntó Aramí, acercándose a él con interés – no pareces provenir de una familia noble, o siquiera de la burguesía. ¿Eres un mestizo? ¿Cuál es tu apellido?
— ¿Acaso eso importa? – le preguntó Adriano, percibiendo que la condesa intentaba interrogarlo al pillarlo con la guardia baja – mientras cumpla las órdenes de la virreina y le sea fiel, no le debe importar a ella ni a nadie de dónde provengo. Así funcionan las cosas. ¿O me equivoco?
— Sí. Te equivocas – Le respondió Aramí, haciendo que la expresión del guardaespaldas se ensombreciera – son nuestros orígenes y procedencia lo que nos definen lo que somos, así como nuestros roles en la sociedad. Si no fuera familiar de algún noble, jamás podría ser la dama de honor de una princesa. Pero tampoco quiere decir que tenga ese puesto asegurado, porque debo trabajar con ahínco para mantenerlo y honrar así el apellido de mi familia. Las cosas son y serán así en cualquier lugar, no importa que sea el Gran Reino, los reinos del Este y Oeste o la Nación Democrática. Por algo los países del continente Tellus somos las únicas sociedades que pudimos renacer en este mundo de cenizas.
Adriano abrió la boca de la sorpresa, pero no por admiración sino, más bien, porque no podía creer que alguien pudiera decir tantas tonterías en menos de un minuto. Él siempre odió ese sistema de los “linajes” y la “reputación familiar”, porque creía que nada de eso influía en el individuo. Él se forjó su propio camino, pese a que sus orígenes le dictaminaban que nunca progresaría solo porque sus padres eran nativos y estaban destinados al fracaso.
Antes siquiera de continuar con la charla, uno de los soldados los interrumpió, llamándolos desde la distancia:
— ¡Señor! ¡Señora! ¡Encontramos huellas recientes de neumáticos y pisadas!
Adriano y Aramí fueron al sitio de inspección. Ahí vieron, por el camino de tierra, las huellas de los neumáticos bien definidas. Debido a la profundidad en cierta área, supusieron que se habían detenido en algún momento breve.
Entre las rocas que se levantaban al borde hallaron huellas de pisadas. Y en el sitio donde Marco había sido atrapado por el bandido que lo golpeó, encontraron manchas de sangre secas.
— Probablemente estuvieron aquí hace una o dos horas – teorizó Adriano – Quizás las víctimas intentaron escapar, hubo un forcejeo y, al final, fueron sometidos finalmente por los bandidos.
— ¡Oh! ¡NO quiero escuchar! – dijo Aramí, tapándose los oídos! De solo imaginar que hirieron a la princesa Margarita…
— Pero esto es extraño – dijo Adriano – se supone que esa grabación lo hicieron poco después del amanecer. El material fue enviado a la oficina de la virreina un par de horas después. Ahora son las doce del mediodía. ¿Qué está pasando aquí?
Aramí recuperó los drones de rastreo de calor y transfirió los datos a su dispositivo. Ahí, vio una frecuencia de movimiento ocurrido exactamente hacia dos horas, tal como teorizó Adriano.
— Solo se detectaron cuatro seres vivos – dijo Aramí - ¿Quizás los hayan separado?
— Puede ser. Volvamos al helicóptero, ya no tenemos más nada que hacer aquí.
Una vez dentro, reunieron las evidencias que pudieron juntar. Ruth, que los veía desde la distancia, decidió intervenir y les dijo:
— Quizás se los llevaron al Acantilado de la muerte. Ahí suelen reunirse los traficantes de esclavos, ya que organizan subastas de sus “mercancías” a los compradores que buscan la máxima confidencialidad.
— ¿Será que podemos confiar en ti? – le preguntó Aramí.
— ¿Acaso tienen otra opción?- le respondió Ruth con otra pregunta, cruzándose de brazos y poniéndose seria – Oigan, ya estoy en la lista negra de la virreina y me enerva que me culpen de algo que jamás hice. ¡Solo busco limpiar mi imagen!
— Señoritas, no peleen – intervino Adriano – hay dos niños y una mujer en peligro. Cada segundo cuenta, así es que debemos olvidar nuestras diferencias y pensar únicamente en salvarlos.
— ¿Entonces iremos a Solares y buscaremos testigos que nos puedan dar pistas sobre su paradero? – Le preguntó la condesa Aramí.
— Perderán su tiempo ahí – insistió Ruth – los pobladores no hablarán ni aunque los apunten con sus poderosas armas láser. Le tienen miedo más a los criminales que a la disque Virreina. La mejor opción es ir al Acantilado de la muerte. ¡Sé lo que digo! Y si resulta que me equivoqué, pueden arrestarme y no me resistiré.
Adriano miró a las dos mujeres, sintiéndose nervioso. Era cierto que el mensaje indicaba Solares, pero las huellas de los neumáticos se dirigían hacia la dirección opuesta. Ya el viento estaba borrando el rastro poco a poco. Si iba al pueblo, terminarían perdiéndolo para siempre y tendrían que tantear “a la suerte”.
— Sigamos lo que queda del rastro – decidió Adriano – si se borra, iremos directo al Acantilado de la muerte. Con suerte, nos encontramos con la princesa o los infantes de ahí.
— ¿Y solo a ellos los rescatarán? – preguntó Ruth, en tono irónico - ¿Por qué no aprovechan y diezman para siempre ese turbio mercado? ¡Hay muchas familias en el virreinato que siguen esperando a sus seres queridos perdidos por quien sabe dónde!
— ¿Te parece que tenemos el equipo suficiente, tonta? – le preguntó Aramí, con su paciencia perdida – Sí, se hará eso después, pero con una buena planificación para no poner las vidas en peligro.
— En realidad, ya planeaba hacer lo que propone la señorita Ruth – dijo Adriano, con una expresión neutra – solo que estoy de acuerdo con la condesa Aramí, debemos planificarlo bien. Mientras estemos volando, discutiré este asunto con mis soldados y me pondré en contacto con la virreina – luego de eso, se dirigió a Ruth – ¿Satisfecha?
— Satisfecha – dijo Ruth, con una sonrisa de triunfo.
La condesa Aramí frunció el ceño y miró a Ruth con odio, pero ella se hizo la loca. Supuso que solo los estaban utilizando para desviarlos de su verdadero plan, pero no tenía cómo demostrarlo. Pese a todo, no tenía demasiadas opciones más que seguir las pistas para culminar la misión con éxito.