Al llegar al Acantilado de la Muerte, se encontraron con un cúmulo de montañas y depresiones conformadas por enormes rocas. Bien a lo lejos, se podía atisbar una larga fila de vehículos transitando por una estrecha ruta, por lo que asumieron que era un lugar bastante concurrido pese a encontrarse aislado.
— ¡Vaya! ¡Si que hay mucha gente! - dijo Adriano, quien observaba los alrededores con unos binoculares – ni modo, tendremos que infiltrarnos y pedir refuerzos.
— No parece que tengan androides vigilantes - observó Aramí - será sencillo tomarlo, pero podrían usar a las víctimas como escudo para protegerse.
— No se sorprendan si ven a alguien “importante” buscando su paquete – dijo Ruth – la mayoría trabaja en el gobierno y, por eso, siempre logran salirse con las suyas.
— Sabes que la virreina está haciendo su purga gubernamental. ¿No? - le dijo Adriano – incluso se atrevió a destituir a su propia hermana. ¡Ni una virreina llegó tan lejos!
— ¿Por qué expulsaría a su hermana? - preguntó Aramí - hasta donde recuerdo, la señora Rosana era una mujer competente, de buena familia.
Ruth comenzó a lanzar unas fuertes carcajadas, molestando así a Aramí. A modo de evitar un confrontamiento entre ellas, Adriano decidió cambiar de tema:
— La señora Aramí y yo bajaremos en la superficie, con nuestros hombres. Usted, señorita Ruth, se quedará en el helicóptero con un soldado mío, ya que es una civil y no debe exponerse al peligro.
— Por mí está bien – dijo Ruth, acomodándose en su asiento - todavía quiero seguir viviendo para ver ese glorioso día en que “Esperanza” al fin se libre del yugo opresor.
Esta vez, fue Aramí quien se burló, dado que la idea de la independencia de parecía descabellada. Pero Ruth no se molestó, solo la miró como si fuera la cosa menos interesante del mundo.
Por motivos de seguridad, aterrizaron el helicóptero lo suficientemente lejos como para no ser detectados. Sin embargo, desde lo alto de una torre de vigilancia, un vigilante avistó la nave voladora y llamó inmediatamente a su jefe.
— Señor, he visto el helicóptero del gobierno a lo lejos. ¿Qué hacemos?
La voz detrás del dispositivo le respondió:
— No hagan nada. Seguro solo están vigilando las zonas fronterizas, que no están demasiado lejos del acantilado. Nadie sabe de ese lugar y, de saberlo, no se atrevería jamás siquiera de mencionarlo... si aprecia su vida.
— Entendido, capitán. Cambio y fuera
Mientras, entre unos pasadizos situados en lo más profundo del acantilado, estaban trasladando a los recién capturados, entre ellos los infantes. Todos llevaban las manos atadas por la espalda y lucían realmente preocupados por el destino que les esperaba.
Un par de sujetos se acercaron a una joven, a quien levantaron la cabeza para inspeccionarle el rostro. Un tercero se acercó también y procedió a palparle los pechos y el trasero, haciéndola gemir del miedo y asco.
— Tiene un rostro atractivo y buena forma – dijo el inspector - ¿qué tal los dientes?
Uno de los bandidos la tomó de la mandíbula, forzándola a abrir la boca. Tras unos segundos, respondió:
— No veo caries y tiene buen aliento, así es que se encuentra saludable. Solo falta saber lo que hay “debajo”.
— ¡No! ¡Por favor! - suplicó la mujer.
Los hombres, ignorándola, la acostaron por el suelo y le bajaron los pantalones. Uno de ellos le abrió las piernas y las levantó bien altas, para así tener una mejor vista de la entrepierna. Una vez completada su verificación, la soltó y dijo:
— Es virgen. La podemos ofrecer a un alto precio. ¿Qué tal?
Los hombres comenzaron a reírse, mientras la pobre mujer se acuclilló por el suelo, sintiéndose humillada.
Matías y Marco pusieron expresiones de desagrado al ver cómo esos sujetos trataban a las personas como meros objetos. Sabían que, pronto, sería su turno y pasarían por alguna humillación similar.
Cuando los bandidos se acercaron a otra víctima más para inspeccionarla, unos guardias aparecieron y les dijeron:
— Hemos avistado a algunos soldados de la virreina, acercándose aquí. No sabemos cómo lograron encontrar este lugar, pero están bien armados.
— ¡Esa perra! - gruñó uno de los bandidos – bien, encierren a todos en las jaulas, seguiremos la inspección más tarde cuando terminemos de cortarles la cabeza a esos soldados.
— ¡Sí! ¡Envolvamos sus cabezas para enviarlas como regalo a esa patética virreina!
Así, todos fueron distribuidos en diferentes jaulas dispuestas a lo largo del sendero. Algunas se encontraban a las alturas, por lo que necesitaron correas para alzar a las víctimas y meterlas ahí de inmediato.
Matías y Marco fueron encerrados en la misma jaula, junto con la mujer a quien habían manoseado y un adolescente, que parecía ser de origen humilde.
Una vez que perdieron de vista a los bandidos, Matías comenzó a mover sus muñecas, con la intención de aflojarse las sogas.
— Escapemos de aquí - dijo Matías - si los soldados de la virreina están cerca, podrán ayudarnos.
— Es inútil - dijo el adolescente – no importa cuántos equipos de rescate vengan, siempre terminan fallando porque los bandidos están mejor organizados.
— Pero debemos intentarlo – dijo Marco quien, sin querer, se fijó en la mujer – de alguna manera hay que hacerles pagar a estos bandidos por lo que hicieron.
— Sería sencillo si no fuera porque esta organización está comandada por el capitán Lucio – intervino la mujer, olvidándose momentáneamente de su reciente humillación - ese demonio arrasó con mi tribu y me tomó como un trofeo. Cuando se cansó de mí, me vendió y por eso estoy aquí.
— ¿Y no te... tocó? - le preguntó Matías, mientras se ponía ligeramente sonrojado tras recordar el comentario del bandido.
— Él no puede hacer.... eso... ya sabes – le respondió la mujer – antes de que le desterraran de su tribu, le rebanaron sus genitales por haber abusado de niñas. Solo... bueno, es bochornoso decirlo, pero le gustaba... “mirarme” a cada tanto.
— Entonces ese capitán es un “paria”. ¿Verdad? - dijo Marco - quizás estamos ante una organización de parias, bien organizados, que aprovechan las zonas vulnerables del virreinato para hacer sus fechorías.
— Sabes mucho de los nativos, parece – le dijo el adolescente - ¿De dónde son? No parecen de por aquí.
Tanto Matías como Marco se muraron, dado que no estaban seguros de si revelarles a esas personas quiénes eran. Al final, Matías respiró hondo y evadió la pregunta, diciendo:
— Lo que importa ahora es escapar. Sabemos que quien dirige esta organización es ese tal capitán Lucio, que es un paria y causa puros dolores de cabeza a las tribus y pueblos lejanos del virreinato. ¡Es hora de detenerlo!
Mientras conversaban, escucharon unos gritos a lo lejos. Luego, se oyeron disparos. La mujer derramó un par de lágrimas y musitó:
— Ya todo está perdido. Los soldados fueron liquidados.
Pero resultó que se había equivocado porque, al instante, vieron a una pequeña tropa acercarse a las jaulas. Dicha tropa estaba comandada por el general Adriano y la condesa Aramí.
Resulta que ellos, tras localizar la base de los traficantes de esclavos, decidieron solicitar refuerzos extras para infiltrarse y acabar con esa red criminal de una vez por todas. La idea era distribuir distintos helicópteros fuera de la mira de los bandidos, ir de uno en uno y crear un señuelo para distraer a los vigilantes y guardias que protegían el lugar.
Afortunadamente, la incursión fue un éxito y todos los bandidos, capturados.
Matías, al verlos, se acercó a los barrotes y gritó:
— ¡Aquí! ¡Aquí!
La condesa Aramí, junto con los escoltas de la princesa, se acercó a la jaula y les preguntó:
— ¿Dónde está la princesa Margarita?
— Nos separamos - respondió Matías, sintiéndose repentinamente mal por ello - planeábamos escapar, pero los secuestradores nos descubrieron y nuestra prima nos ordenó que la dejáramos atrás para buscar ayuda.
— Sabemos dónde está - intervino Marco – si nos sacan de aquí, podremos guiarlos.
En eso, intervino Adriano y, mientras forzaba la cerradura de la jaula, les dijo:
— De momento los llevaremos al hospital principal de Ciudad Central. Están heridos y necesitan recibir atención médica urgente. ¡Son órdenes de la virreina!
Una vez que consiguió abrir la jaula, sacó a todos de ahí.
Los clientes que habían pasado por la base para hacer sus compras fueron abordados rápidamente por los soldados. Muchos de ellos, presa del pánico, empezaron a poner excusas para no ser llevados a las celdas.
— ¡No sabemos nada!
— ¡Creí que había una feria de garaje, no una subasta de esclavos!
— ¡Ni idea de qué había aquí, solo iba de paso!
Más y más excusas salieron de sus bocas, pero ya era tarde. La virreina Ludovica no le importaba para nada la procedencia de ninguno de ellos, sino lo que hicieron. Y al ser cómplices de ese nefasto negocio, todos serían sentenciados.
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La operación duró hasta bien entrada a la noche, donde las víctimas fueron trasladadas a sus hogares. Los que provenían de las tribus arrasadas por el capitán Lucio, fueron llevados a la fortaleza de la virreina, donde recibirían una justa indemnización por los daños causados.
Los infantes estaban siendo atendidos en el hospital, donde les dieron de beber agua para curar la deshidratación. La condesa Aramí se sentía decepcionada, dado que pensaba que los infantes fueron demasiado imprudentes para abandonar a la princesa a su suerte y dejarse capturar por otra banda criminal que ni iba al caso.
Estuvo a punto de recriminarlos en plena recuperación, cuando Adriano intervino:
— Son solo niños. No deberían cargar con semejante responsabilidad. La princesa hizo bien en priorizar la seguridad de los más jóvenes, resultó ser bastante sensata de lo que creía.
— Usted no entiende nada – dijo Aramí, mirándolo con molestia – las cosas no funcionan así en la realeza.
Mientras ellos discutían, Matías se levantó de su cama y les preguntó:
— ¿Cuándo irán a por mi prima?
— Estamos preparando el equipo para ir a la guarida del capitán Lucio durante la madrugada, una vez consigamos localizarla – le respondió Adriano – es un asunto delicado y más al tratarse de una princesa del Gran Reino. No debemos cometer riesgos.
— Sí, entiendo, pero... - Matías se interrumpió tras escuchar las palabras del guardaespaldas de la virreina - ¡Espera un momento! ¿A la guardia de quién dijiste que iríamos?
— A la guarida del capitán Lucio - repitió Adriano – la virreina recibió un video con las exigencias de los secuestradores, pero cometieron un error y revelaron su identidad sin saberlo.
— ¡No puede ser! - dijo Marco, quien decidió intervenir en la conversación - ¡Esa mujer lo mencionó! ¡Al capitán Lucio! ¡Es el jefe de los traficantes de esclavos!
— No me extraña - dijo Adriano, llevándose una mano en los ojos para frotárselos, dado que se sentía muy cansado – ese sujeto es muy poderoso e influyente en el bajo mundo. Tiene diversas conexiones con bandas criminales de la más baja índole, por eso es muy complicado dar con su cabeza. Pero, de todos modos, nunca creí que llegaría al extremo de secuestrar a una princesa.
— También sabemos que es un paria – dijo Marco - así es que ni siquiera las tribus lo quieren.
— ¿Un paria? - preguntó Aramí
— Sí, eso dijo la chica que estaba con nosotros en la jaula – dijo Matías - que abusó de niñas y le castraron y le echaron como perro. Debieron tirarlo al mar para que se lo comieran los tiburones y así no fastidiara a nadie.
Aramí lanzó una exclamación de rabia e impotencia. Adriano endureció aun más su rostro, dado que ya intuía lo que se venía.
— ¡Válgame, Diosa mía! ¿Entonces su alteza está a manos de... traficantes de esclavos? Y lo que es peor... ¿En manos de los sucios nativos? ¡Qué horror! ¡Qué humillación!
Marco, quien percibió la enorme molestia de Adriano por las palabras de Aramí, se acercó a él y le dijo en voz baja:
— Mi hermano y yo no tenemos esos prejuicios. Nos llevamos bien con todos... supongo. La reina nos enseñó a ser amables y la princesa Margarita a que debemos respetar a los plebeyos.
— No tienes que esforzarte en ser amigable conmigo – le dijo Adriano, aunque, en el fondo, le alivió que los infantes fueran más sensatos que la condesa – sé muy bien para qué vinieron aquí y no me agrada la presencia de ninguno de ustedes. La virreina hizo un excelente trabajo desde que llegó aquí, no tienen que vigilarle nada.
— ¿Pero cómo...?
— Ay, chico, fueron tan evidentes desde el principio. Solo estoy aquí porque me encomendaron rescatar a la princesa. Pero apenas termine con la misión, se me largan inmediatamente de aquella isla lejana de donde salieron.
— Eres muy osado para ser un simple guardián. ¿No? - intervino Aramí, quien claramente escuchó la conversación - bueno, ya no tiene sentido ocultar nuestro verdadero propósito en el virreinato, así es que seré clara: compórtate como se debe o enviaré un informe a la reina sobre tu mal desempeño.
Adriano meneó la cabeza, como si estuviera delante de una niña rica mimada. Luego, se colocó delante de Aramí y, mientras la miraba fijamente, le advirtió:
— Haz eso y no pasará absolutamente nada, porque la virreina confía plenamente en mí. Pero de querer amonestarme, no me importará en lo más absoluto. Solo dile esto a tu reina: si se atreven a reemplazar a la señora Ludovica con otra, yo mismo invitaré a los independentistas a tomar la fortaleza y hacerse con el control. No habrá teluriano alguno que pueda vivir en paz en toda la península, porque recibirán el mismo trato que nos han dado a los nativos y mestizos a lo largo de los siglos. ¡Te lo juro por mi gente, que ha echado raíces muchísimo antes de que invadieran este sitio con sus naves voladoras metálicas!
Aramí sintió que sus rodillas temblaban debido a la tenacidad con que Adriano la miraba. Pese al miedo, se mantuvo firme para demostrarle quién mandaba en el equipo. Pero, en el fondo, sentía un terrible miedo al enterarse que el general y fiel guardaespaldas de la virreina era, en realidad, un nativo.