La virreina

Capítulo 11. La trampa de la líder

Tanto Matías como Marco se encontraban ansiosos, pero nadie tenía tiempo de explicarles nada. Sabían que la condesa Aramí y el general Adriano fueron con los soldados a la guarida del capitán Lucio para rescatar a la princesa.
Querían formar parte de la expedición, pero la virreina fue bastante clara al respecto de no involucrarlos en asuntos peligrosos. Así es que debían permanecer en el hospital y dejar que Ruth los cuidara, hasta su recuperación.
Ellos no tenían ni idea de quién se trataba. Solo sabían que ella sería su niñera en cuanto regresara la princesa y la condesa a salvo. Matías, como todo chico curioso, se acercó a ella y comenzó a hacerle muchas preguntas:
— ¿Quién eres? ¿Vives aquí? ¿Eres niñera? ¿Estás soltera? ¿Cómo…?
— Ya basta, por favor – dijo Ruth, tapándose los oídos - ¿Por qué no vas a jugar con tu hermano?
Matías miró a Marco, quien estaba leyendo un libro, y le respondió:
— Está en unos asuntos y me aburro. ¿Qué tal si salimos de paseo, señorita? Podríamos llevarnos muy bien.
— Lo dudo, picarón – dijo Ruth, alzando una ceja – Por cierto, ¿qué edad tienes?
— Trece.
— Muy joven para mí. Mejor regresa en diez o veinte años.
Ruth tomó una revista al azar y la extendió por delante de su cara, como indicando que se pondría a leer y no deseaba ser molestada. Matías dio un largo suspiro y se acercó a la ventana. Aun no recibía noticias de su prima y, con cada minuto que pasaba, su ansiedad aumentaba.
Un par de horas después, Ruth recibió la llamada de la condesa Aramí. Se encerró en el baño del consultorio y activó el dispositivo, proyectándose así el rostro de la dama noble.
— ¿Cómo están los infantes? – le preguntó Aramí, sin siquiera saludarla.
— Están bien – respondió Ruth – por favor, dime que ya la encontraron, estos chicos me están volviendo loca y no sé por cuánto podré soportarlo.
— La operación fue un fracaso – le dijo Aramí, mirando a un costado como si se sintiera hastiada – pero NO les digas eso o será peor. Diles que rastreamos una pista y estamos cerca de hallarla.
— Los niños se enterarán, tarde o temprano – dijo Ruth – no tiene sentido ocultarlo.
— No finjas que te importan. Hacemos todo lo que podamos. Será mejor que coopere y sea buena chica, o creeré que quiere que esta misión falle. ¿No?
— ¿Pero qué dices? – Ruth tuvo deseos de golpear al holograma - ¡Es mi imagen la que está en juego! Además, tienes la boca muy grande como para decir semejante barbaridad. Yo creo que quien quiere que las cosas fallen es otra.
— ¿Qué quieres decir con eso?
— ¡Ups!
Ruth se llevó una mano en la boca, sorprendiéndose a sí misma por su atrevimiento. En realidad no quería decirle eso, pero un pensamiento intrusivo le vino en la mente y estaba deseando añadirle más leña al fuego para fastidiar a los familiares de la reina.
Respiró hondo y, con un tono irónico en su voz, continuó:
— Me extraña que hayas optado por usar los recursos limitados de la virreina para rescatar a la mismísima hija de su majestad. ¿Qué una princesa no requiere de la intervención del Ejército Real para emprender tan delicada operación?
— ¡Eso no le incumbe! – dijo la condesa Aramí, frunciendo el ceño.
— Sí, tienes razón – dijo Ruth, encogiéndose de hombros – yo solo decía. Allá tú si confías por el equipo proveído por la virreina que, aclaremos, está repleta de nativos. ¡Las personas que más te agradan en este mundo!
La condesa volvió a fruncir el ceño y dio un gruñido, pero no la recriminó. Ruth tenía deseos de reírse ahí mismo, pero se contuvo y continuó:
— Yo que tú, contactaría con la reina y le pondría al tanto de la situación. Quizás así podría intervenir ella misma y hacer ALGO por esta península, que la tienen tan abandonada. ¿Qué no son estas sus tierras? ¿O solo les importa cuando hay indicios de independencia?
Apenas dijo esas palabras, la llamada se cortó.
Ruth, por su parte, comenzó a lanzar unas fuertes carcajadas. Algo le decía que la condesa terminaría por seguir su consejo y llamaría a la reina, para poder recibir un mejor apoyo logístico en la operación rescate.
Sabía que las consecuencias serían una mayor restricción a la ciudadanía, con posibles toques de queda y una persecución masiva a las manifestaciones independentistas. Pero estaba dispuesta a pagar ese alto precio para desmoronar la operación y aumentar la ira de los esperancitos contra el Gran Reino.
Salió del baño y Matías la bordeó, preguntándole:
— ¿Qué pasó? ¿Salió todo bien?
— ¡Esas cosas no se preguntan! – le dijo Ruth, cerrando la puerta a sus espaldas.
— Me refiero a la llamada – señaló Matías el dispositivo – no soy tonto, sé que entraste al baño porque no quería que te escucháramos.
Ruth se acercó a Marco, quien había dejado de leer dado que, también, le interesaba conocer los resultados de la operación. Ruth los miró fijamente, pensando que podría utilizarlos de alguna manera para llevar a cabo sus planes y realizar alguna transacción con la mismísima reina… o con su representante.
Tuvo ganas de reírse por esas vueltas de la vida. Jamás estuvo en su mente secuestrar a una princesa, pero ahora se convertiría en aquello que le manchó su imagen recientemente.
Mostró su mejor sonrisa y les dijo:
— ¿Por qué no salimos a dar un paseo? Este lugar es claustrofóbico. ¿No lo creen? Así les diré todo lo que está pasando.
Los infantes parecieron emocionados y afirmaron con sus cabezas. Ruth sonrió, logró que mordieran el anzuelo.
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Mientras la condesa Aramí conversaba con Ruth, Adriano y sus soldados interrogaban a los bandidos. Estos comenzaron a soltar su lengua poco a poco, tras las tremendas palizas que les daban con las cachiporras eléctricas. Fue así que revelaron que el capitán Lucio previó que el equipo de rescate perseguiría a los automóviles si veían a las mujeres por los techos. Fue por eso que, mientras se centraban en la persecución, él y su equipo de élite se llevarían a la princesa por una gruta subterránea, que se dirigía rumbo al Castillo Maldito donde se encontraba la señora.
— ¿La señora? – preguntó Adriano, luego de que éste se le escapara decir que el capitán Lucio trabajaba para alguien más – ¿Es una noble? ¿Una gobernadora? ¿Quién es? ¡Responde!
El bandido se mantuvo callado. Así es que Adriano sacó de su bolsillo un par de tijeras, las acercó por la oreja derecha y le advirtió:
— Si en tres segundos no me respondes, te las cortaré. Tres, dos, uno…
— ¡La señora Rosana! – gritó el bandido, presa del pánico - ¡Sí! ¡Es la señora Rosana quien planeó el secuestro!
Adriano soltó las tijeras y dio un salto. No podía creer lo que acababa de escuchar, tanto que parecía una broma de mal gusto.
La condesa Aramí, quien había finalizado su conversación con Ruth, logró escuchar esa parte y, rápidamente, se acercó y preguntó:
— ¿Cómo es eso? ¿La señora Rosana? ¡La mismísima hermana de la virreina Ludovica!
— Tal como la escuchó, señora – le dijo Adriano – Fue esa arpía quien secuestró a tu princesita. ¡Y tanto que la defendías!
Aramí se quedó muda de la impresión. Miles de pensamientos le vinieron en la mente, pero se negaba a creer que la señora Rosana fuera capaz de eso. así es que solo se le pudo ocurrir una cosa:
— ¡Es culpa de la virreina! ¡Estoy segura! ¡Debí llamar a la reina!
— ¿Y por qué exactamente sería culpa de la virreina? – le preguntó Adriano – Ella solo cumplió con su función. La señora Rosana es la culpable.
— ¡Usted no entiende nada! – dijo Aramí - ¡La señora Rosana siempre fue leal a la corona! ¡Jamás dañaría a las hijas de la reina ni a ninguno de sus familiares! Seguro que la virreina la engatusó para que abandonara el cargo y perpetrara el secuestro para quedar como una heroína ante la reina. ¡Es por eso!
Los puños de Adriano se abrieron y cerraron. Nunca antes tuvo tantas ganas de golpear a una mujer, pero se contuvo y, en lugar de eso, decidió contactar inmediatamente con la virreina para informarle de su reciente descubrimiento.




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