Los bandidos capturados fueron trasladados a la prisión situada en la fortaleza del virreinato. La gente de la Ciudad Central contempló las enormes furgonetas que traían a los prisioneros y, pronto, las especulaciones comenzaron.
En cuanto a los independentistas, varios comenzaron a pegar afiches en áreas concurridas, mientras unos cuantos voceros del movimiento armaban tarimas en las plazas para dar su peculiar discurso.
— El Gran Reino planea someternos a todos y privarnos de la poca libertad que conseguimos ganar en los últimos tiempos. Llegó el momento de rebelarnos y tomar el control de la península en nuestras manos.
Pese a que los guardas hacían lo posible por contener a los independentistas, la gente ya andaba rumoreando sobre los espías presentes en el virreinato, que vinieron en el Gran Reino para vigilarlos y, así, informar a la reina de cualquier acción que justifique el aumento de las restricciones en Ciudad Central.
Por su parte, la virreina recibió a Adriano y a los soldados, quienes optaron por regresar luego de que la condesa Aramí decidiera disolver la operación rescate y actuar directamente bajo las instrucciones de la reina. El general se sentía frustrado y agotado, pero sabía que estaba lejos todavía de descansar porque debía controlar la situación de la ciudad, a la par que debía buscar a la líder independentista para recuperar a los infantes.
— En vista de que la condesa velará por la princesa, entonces nos centraremos en buscar a la señorita Ruth – le explicó Ludovica a Adriano – la última vez que fue vista se encontraba en el mercado, pero hay muchas personas circulando y estoy segura de que recibió ayuda de sus compañeros para que la ayudaran a salir de Ciudad Central.
— ¿Está segura de que logró salir de la ciudad, excelencia? – le preguntó Adriano – bueno, acertó cuando dijo que sospechaba de su hermana, pero…
Adriano se calló al ver que la expresión de Ludovica se endureció. Sabía bien que la sola mención de Rosana la ponía sensible, así es que tenía dudas sobre cómo proseguir con esto.
No obstante, la virreina logró recomponerse y optó por explicarle su situación actual.
— La reina me mandó un ultimátum por escrito. Decretó que, en siete días, me destituiría de mi cargo y mandaría a otra para tomar mi lugar.
— ¿Pero cómo? ¿Es porque fallamos en la misión de rescate? ¡Pero si eso fue mi culpa! ¡Que me castiguen a mí, pero que no la destituyan a usted!
— Es culpa de todos, Adriano – dijo Ludovica, con una expresión amarga – es claro que la noticia sobre mi “perfecta y querida” hermana impactó al Gran Reino, por lo que preferirán echarme la culpa en lugar de reconocer que Rosana siempre ha sido impura y perversa. Por eso, Adriano, te pido que cuando ese día llegue, tú…
— ¡No! – Adriano no lo resistió más y se quebró - ¡Me niego a servir a otra virreina que no sea usted! ¡Si eso pasa, juro que…!
Pero no pudo terminar más, porque la tensión le sobrepasó por completo. Al instante, sintió que su visión se le nublaba y, pronto, se sumió en plena oscuridad.
Cuando despertó, se encontró en la enfermería de la fortaleza, siendo atendido por una gentil enfermera que le controlaba el pulso. Al verlo en sí, mostró una expresión de alivio.
— ¿Qué sucedió? – le preguntó Adriano.
— Se desmayó, general – le respondió la enfermera – ha pasado por un estrés crónico y no resistió más. La virreina me pidió que cuidara de usted hasta que se sienta mejor.
— Ya me siento mejor – dijo Adriano, incorporándose lentamente – solo necesito una pastilla para el dolor de cabeza y estaré como nuevo.
Pese a las súplicas de la enfermera, Adriano salió de la enfermería y se dirigió directamente a la oficina de la virreina. Se sintió terrible por haberla gritado antes, por lo que pensó en pedirle disculpas por lo acontecido.
Cuando entró, ella lucía bastante sorprendida de verlo ahí. Aun así, lo invitó a sentarse y, cuando su guardaespaldas tomó asiento, ella le dijo:
— Creí que estarías más tiempo en la enfermería. ¿De verdad estás bien?
— Como nuevo – le respondió Adriano, con una media sonrisa – siento mucho lo que pasó y vine para pedirle disculpas. Aceptaré cualquier castigo que me impongas por mi atrevimiento.
— Descuida, ya te perdoné – dijo Ludovica – solo quiero que sepas que no pienso rendirme. Aunque me destituyan y me marginen en la Alta Sociedad, seguiré apoyándolos a todos ustedes, con mis propios recursos. Ten por seguro eso.
— ¿Acaso tiene algún plan, su excelencia? – le preguntó Adriano, con los ojos abiertos.
Ludovica suspiró, sintiendo que habló de más frente a su confidente. Pero como ya hizo esa promesa en voz alta, optó por mostrarle el informe que estaba redactando. Ahí, adjuntó una foto de Ruth impresa en grande, con la leyenda “líder independentista” al pie. Mientras Adriano contemplaba la fotografía, Ludovica le dijo:
— En el peor de los casos, negociaremos con ella. Puede que no estemos de acuerdo con sus acciones, pero la entiendo perfectamente. A estas alturas, ya perdí la fe en el Gran Reino; desde ahora, me declaro parte de “Esperanza” y apuesto por tu gente. “Nuestra gente”. Estamos juntos en esto.
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El sol estaba intenso ese día, como cualquier otro, por lo que no habría indicios de que llovería. Se auguraba una enorme temporada de sequía, así es que no quedaba de otra más que ahorrar en recursos para sobrellevar esa crisis.
Sin embargo, en lo más alto de una torre, una misteriosa mujer contemplaba el extenso desierto que se veía desde la ventana. Ella fantaseaba con que, ahí, en ese sitio, lograría levantar un pueblo próspero y sometido a su merced.
Apostó todo lo que tenía en eso y hasta logró que varias de las tribus lejanas al virreinato se le unieran. Pero había algo que más anhelaba en este mundo.
La señora Rosaba estaba complacida por todo lo que logró. Gracias a los contactos y a las alianzas que forjó “bajo la mesa” como gobernadora del Valle de las Flores, logró subsistir tras su destitución orquestada por la virreina Ludovica. Todavía no podía creer el hecho de la reina tuvo la brillante idea de nombrarla como su representante en el virreinato, si siempre se notaba que iba contra la corriente.
Pese a que ambas eran hermanas y nobles, Rosaba consideraba a Ludovica una vil bastarda, ya que nació por fruto de una aventura y no por un matrimonio pactado. Así es que lo natural era que Ludovica fuera relegada de los eventos sociales y no se le permitiera siquiera intervenir en los asuntos del estado.
Sin embargo, ella tuvo esa oportunidad de estudiar, formarse y escalar de a poco, hasta lograr obtener el puesto de virreina y dar esperanzas a otros despreciados por la Alta Sociedad, de que lo importante era la meritocracia y no los orígenes o el apellido.
Tras eso, cerró la ventana y, llevándose un puño al pecho, se dijo en voz alta:
— El Gran Reino se arrepentirá de poner a mi “hermana” como virreina y permitir que me destituyera de mi cargo. Pronto habrá una guerra y todos perecerán ante las llamas del odio. Mi único deseo es ver el mundo arder, no me importa nada más.