La virreina

Capítulo 14. La extravagancia del capitán

Mientras el equipo de rescate perseguía los falsos cebos, el capitán Lucio y Jacinta metieron a la princesa Margarita en un maletero. Amarraron sus muñecas por los tobillos y acercaron las rodillas a la altura de su pecho, dejándola en una posición fetal que la impedía moverse con facilidad.
Tras tenerla como ovillo, el capitán Lucio la contempló dentro del maletero y, antes de cerrar la tapa, le dijo:
— Espero que viaje cómoda, alteza.
Luego de eso, subió con Jacinta al auto y, mientras se dirigía a la ruta, le dijo a la joven:
— Nos detendremos en el Valle de Lágrima, donde nos esperarán dos de nuestros hombres a quienes contraté para que cuiden de nuestra invitada de honor.
— ¿Entonces ya no tendré que cuidar de ella? – le preguntó Jacinta.
— Ya no. Cuando lleguemos, nos juraremos amor eterno ante la naturaleza y, luego, enviaremos el paquete a la señora. ¿Qué te parece?
— Me complace, capitán – dijo Jacinta, cuyas mejillas se sonrojaron – estoy ansiosa de ser tu compañera de vida.
— ¿Aun si no puedo penetrarte?
— No necesito eso. solo quiero estar a tu lado.
— Bien. Me alegra que no seas de esas perras que se mueven por la calentura.
Cuando ocurrió la explosión, ya se encontraban bastante lejos del lugar y muy seguros de que lograron despistar a los soldados de la virreina con éxito.
Fue por eso que se confiaron y no detectaron al dron que les estaba siguiendo el rastro.
…………………………………………………………………………………………………………………………………………………
El Valle de Lágrima era una bonita reserva natural situada a mitad del desierto, por lo cual era considerado un oasis y paraíso para los viajeros. Su gran atractivo era una colina, el cual contaba con un par de aperturas de donde caían dos cascadas hasta un lago situado a sus pies. De ahí es que surgió el nombre del valle.
De no ser por su situación, la princesa Margarita habría admirado el paisaje. Sin embargo, estaba colgada de unas ramas ya que amarraron sus muñecas ahí. Debido a que estaban bastante altas, debía ponerse en puntillas para tocar el suelo o sus pies quedaban suspendidos por el aire.
Los dos hombres que la ataron así eran unos completos desconocidos, pero enseguida intuyó que eran de los secuaces de sus secuestradores.
El capitán Lucio le dio de tomar un poco de agua dentro de una botella y, cuando sació su sed, Jacinta la amordazó con una cinta aisladora, mientras le decía:
— Así no estarás chillando mientras nos casamos.
Los hombres rodearon a la rehén y lanzaron risitas extrañas. La princesa miró al capitán y a la joven con ojos suplicantes, pero estos la ignoraron y se alejaron de ella.
Fue así que uno de los bandidos comentó:
— La señora dijo que debemos entregarla “intacta”, pero no sé si podré resistirme.
— Bueno, ella no notará si hacemos esto – dijo su socio, situándose detrás de la princesa y palpándole los senos con ambas manos - ¡Guau! ¡Son redondas y firmes!
— ¿A ver? – el bandido la tocó también, mientras comenzó a silbar - ¡Caray! ¡Las chicas ricas sí que están a otro nivel!
— ¡Esto sí que me excita!
La princesa dio un grito ahogado por la mordaza, haciendo que los hombres se burlaran más de ella.
Mientras, el capitán Lucio comenzó a arrastrar una enorme roca que usaría como altar. Jacinta, por su parte, recogió algunas flores que crecían a orillas del lago para formar su ramo.
El sol comenzó a ocultarse detrás de la colina. Pronto, el lugar quedó a oscuras y el capitán mandó a encender unas cuantas lámparas LED que tenía en el vehículo. Por suerte, era noche de luna llena, por lo que no se encontraban completamente a oscuras.
Una vez que terminaron de preparar el altar improvisado, Lucio y Jacinta se miraron a los ojos y se tomaron de las manos. El agua que caía de la colina armonizaba el ambiente y las luciérnagas no se hicieron esperar a lo lejos. Nadie creería que esa atmósfera romántica estaba conformada por un par de psicópatas que, a sus costas, arrastraban una pila de cadáveres y una larga lista de víctimas de su enfermizo amor.
Las horas pasaban y, salvo por la pobre princesa que era tratada como piñata humana, todo lo demás estaba en calma. Quién creería que, a unos kilómetros de distancia, el pequeño grupo conformado por la condesa Aramí y los escoltas se estaban acercando.
El soldado que se les había adelantado para seguir el rastro estaba oculto tras una gruta. Les informó que la princesa estaba franqueada por dos hombres armados, mientras que Lucio y Jacinta realizaban un extraño ritual que asumió se trataba de alguna tradición de sus respectivas culturas.
La condesa y los escoltas, tras escuchar el testimonio del valiente guardia real, decidieron que lo mejor era prepararles una trampa.
— La idea es atraer a esos bandidos hasta esta gruta – dijo la condesa, mientras tomaba una pistola automática que recordó haberla traído dentro de su bolso para esa operación – yo los dispararé mientras ustedes tres van en rescate de la princesa. Si se separan, quiero que les disparen en las piernas al capitán Lucio y a su compañera, pero no los maten. Los necesitamos vivos para llevarlos al interrogatorio.
Los escoltas asumieron con la cabeza, mientras que la condesa recordaba que el compañero de ellos falleció a manos de esa chica. Estaba segura de que querrían vengarse, pero tenía fe en que se contendría y se centrarían en su misión.
Una vez que culminaron con las explicaciones del plan, los escoltas se dividieron y bordearon el valle en distintos puntos. La condesa, por otro lado, permaneció en la gruta con pistola en mano, lista para disparar al primer bandido que tuviera en la mira.
…………………………………………………………………………………………………………………………………………………
La princesa Margarita perdió la noción del tiempo por completo. Sentía que sus energías le abandonaban, pero se negaba a perder el conocimiento y quedar a merced de esos depravados.
Uno de ellos extrajo un cuchillo de su cinturón y le rasgó la ropa, sin preocuparse por arañarle la piel. Pero de tanto que la habían golpeado y manoseado que perdió la sensibilidad contra el dolor.
— Creo que nos emocionamos… un poco – comentó el bandido del cuchillo – espero que la señora no se moleste con nosotros.
— ¡Bah! ¡La limpiamos y quedará como nueva! – dijo su colega, mientras comenzaba a palparse la entrepierna – Ya es imposible resistirse, pero sería incómodo penetrarla en esa posición. Mejor desatémosla y acostémosla por el suelo.
— ¡Oye! ¡Yo también quiero! ¿Y si hacemos el combo?
La princesa volvió a lanzar un quejido al escuchar las palabras de los bandidos, moviéndose con más energía con el fin de intentar escapar. Ellos se acercaron y le desamarraron las muñecas pero, cuando la liberaron, ella usó las pocas fuerzas que le quedaban para zafarse de los bandidos y correr lejos de ellos.
Fue ahí que escuchó una voz fuerte y conocida, diciéndole:
— ¡AL SUELO!
La princesa Margarita, sin dudarlo, se tiró al suelo boca abajo y, de ese modo, evitó ser alcanzada por los disparos láser que cubrieron el lugar.
Los bandidos, al percatarse de que estaban siendo atacados, se alejaron por completo. Así, uno de los escoltas se acercó a la princesa, la alzó en sus brazos y se la llevó consigo.
El capitán Lucio, al percatarse de lo sucedido, les ordenó a los hombres:
— ¡Vayan tras ella! ¡Que no escape!
Los bandidos se marcharon tras la princesa, cumpliéndose así con las intenciones de la condesa Aramí de atraerlos hasta la gruta. En cuanto a los dos escoltas restantes, estos permanecieron en el área para someter a sus puntos de mira.
La batalla de disparos empezó, siendo una mezcla de láser con balas de plomo que impactaban entre los árboles y las rocas. Jacinta intentó acercarse a uno de ellos, pero uno de los láseres le atravesó la pierna y la dejó postrada en el suelo.
El capitán Lucio, al verla en apuros, decidió ir a salvarla. Pero también fue disparado en las piernas. Cuando vio que los escoltas se acercaban, les apuntó con su arma e intentó disparar, descubriendo así que las balas se le habían acabado.
Los bandidos que fueron tras la princesa le perdieron el rastro, pero de igual forma continuaron corriendo. Confiaban en que podrían derribar al escolta, ya que eran dos contra uno, y así usar a la princesa de escudo para escapar con sus patrones.
Mientras recorrían por el lugar, hallaron un trozo de tela perteneciente a la ropa rasgada de la princesa.
— Está cerca. Puedo sentirlo.
— ¡Vayamos tras esa perra!
Pero apenas dieron un par de pasos, un disparo láser impactó a uno de los bandidos en la cabeza, matándolo al instante.
Su socio, al verlo con un enorme agujero en la frente, palideció e hizo amago de alejarse, pensando que jamás previeron que ese escolta solitario traería refuerzos.
Sin embargo, el disparo láser también lo alcanzó, atravesándole por la espalda hasta el pecho y tocando así sus puntos vitales.
La condesa Aramí vio cómo los escoltas arrastraban al capitán Lucio y Jacinta, aliviándose de que los mantuviera con vida. Ambos estaban atados con fuertes grilletes metálicos en sus extremidades y llevaban los ojos vendados.
El escolta que se llevó a la princesa también apareció. Esta, al ver a su fiel dama de honor, corrió directo hacia ella y, antes de desmayarse en sus brazos, le dijo:
— Aramí, gracias… por salvarme la vida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.