Matías y Marco fueron despertados por los traidores a la causa, Néstor y Olga. Ellos les persuadieron de marcharse durante la madrugada, ya que hallaron el escondite de la persona que secuestró a la princesa y les ordenaron a ellos dos a infiltrarse en el lugar.
— Si salimos ahora, podremos llegar durante la mañana del día siguiente – explicó Olga.
— Nos haremos pasar por comerciantes de esclavos y ustedes actuarán como nuestra “mercancía” – continuó Néstor – si mantienen la cabeza baja, podrán recabar mucha información y pasarán desapercibidos.
Ambos gemelos palidecieron al escuchar la frase “traficante de esclavos”, dado que todavía tenían malos recuerdos de su doble captura. No obstante, los amigos de Ruth lucían serios y confiables, por lo que decidieron seguirlos.
Con la excusa de “no despertarla”, los compañeros de Ruth guiaron a los niños en silencio por la puerta trasera. Olga se quedó un rato más en la casa y, después de una media hora de espera, la mujer salió y entró al vehículo.
— Disculpen la tardanza, chicos. Tenía… cosas de mujeres.
— No necesitas explicarlo – le dijo Néstor, con una media sonrisa – los hombres no queremos saber de esas cosas. ¿No es así, niños?
Matías lanzó una pequeña risa, mientras Marco lo miraba frunciendo el ceño. Luego de esa breve conversación, arrancaron el motor y partieron.
Sin embargo, Marco notó varios detalles durante el camino. En primera, Néstor siempre llevaba una bufanda rodeándole el cuello, aunque no hiciera frío. Lo de Olga era asfixiante, dado que lo único que se le veía de ella eran sus ojos. Recordó que, cuando se reunieron, Matías había señalado sus extraños atuendos, a lo que Ruth lo regañó:
— Es de mala educación criticar la ropa de otros.
Aún así, seguía siendo extraño que se taparan tanto haciendo demasiado calor.
A medida que avanzaban por la extensa ruta árida, el cielo se iba aclarando. Se detuvieron en una pequeña estación de servicio, ya que debían conectar el auto para recargar la batería y, de paso, comprar refrigerios para el camino.
Cuando los dos mayores bajaron por los suministros, Marco le dijo a Matías:
— Tengo un mal presentimiento. ¿No crees que habría sido mejor avisarle a la virreina?
Matías se encogió de hombros y le dijo:
— ¿Para qué? ¿Para que nos manden de vuelta? ¡Esto es más divertido!
— ¡El secuestro de nuestra prima no es divertido!
— Calma, Marco – Matías agitó las manos, al ver que su gemelo estaba alterado - ¿Crees que no me preocupo por ella como tú lo haces? ¡Claro que sí! Solo pensé que también debemos despejar la mente y tomarnos el tiempo de contemplar todo esto.
Matías señaló por la ventanilla el paisaje desértico. Marco solo veía un montón de tierra pero, a lo lejos, vislumbró una hilera de cabras siendo guiadas por un grupo de pastores. Eso, de alguna manera, le pareció “pintoresco”, como si repentinamente se trasladaran por el pasado.
Cuando apartó la mirada, Matías le dijo con un tono más serio:
— Tampoco me fío de ellos, pero no tenemos otra opción. Solo así hallaremos a nuestra prima y podremos regresar juntos a casa.
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El viaje transcurrió con naturalidad. Cada tanto se detenían para comer, descansar, hacer sus necesidades o intercalar de conductor. No obstante, el camino se hacía eterno, tanto que perdieron la noción del tiempo.
Tal como Olga lo predijo, llegaron al lugar a la mañana del día siguiente. Era una enorme torre de rocas vistas, donde había una extraña máquina deslizadora que movía unos bloques de madera recién cortadas.
En eso, los infantes escucharon que Nelson les explicaba:
— La propietaria trabaja en la madera para importarla a las tribus lejanas del virreinato. También comercia con las semillas de árboles, ya que hay muy pocos lugares donde puede crecer la vegetación de manera natural y lo precisan con urgencia.
— Según tengo entendido, el “Viejo Mundo” es un extenso desierto árido de arena y rocas – dijo Marco – por eso, el Gran Reino invadió la península, ya que era el único lugar donde hallaron tierra fértil.
Escuchó la risa de Olga por lo bajo. Cuando la mujer se calmó, le dijo:
— Corre el rumor de que, al otro lado del mundo, existe una selva frondosa. Muchos estúpidos se atrevieron a aventurarse en las afueras para hallar el supuesto paraíso, pero jamás regresaron. Así es que solo se trata de una leyenda.
— Sería genial que crezcan plantas en todo el mundo – dijo Matías, mientras miraba la torre – a esta fachada le vendría bien unas enredaderas, así se vería más bonita.
Los cuatro avanzaron hasta la entrada y bajaron del vehículo. Ahí, los recibió un hombre alto y con una pesada armadura de hierro. Este miró a los chicos atentamente y, luego, les dijo a los adultos:
— Pasen.
Los cuatro entraron, siendo conducidos por un estrecho pasillo que terminaba en un cuarto. Ahí, dejaron a los infantes y les dijeron:
— Aguarden aquí, que vamos a “negociar” su venta. Con suerte, los mandan a la cocina y no tendrán que lidiar con el sol.
En el cuarto de espera había un par de sillas pegadas por la pared del lado extremo. Apenas se sentaron ahí, sintieron que unos enormes grilletes les rodearon la cintura y las piernas, inmovilizándolos. Antes de reaccionar, la pared se abrió y las sillas se movieron en una deslizadora instalada debajo de las patas.
El mecanismo los arrastró por un largo pasillo en forma de caracol, que iba en ascenso. Debido a las vueltas, pronto se sintieron mareados.
Entonces, ingresaron por una puerta oscura y se hallaron en un enorme salón, bellamente decorado con estatuas de mármol y adornos colgantes dorados.
En el centro, se encontraba una mujer de cabellos rubios, piel blanca y un vestido color blanco. Pronto se dieron cuenta de quién era, ya que la recordaban haberla visto entre las fotos de los nobles que debían memorizar en sus lecciones privadas: era la señora Rosana.
— ¡Buenos días, sus altezas! ¡Bienvenidos a mi humilde hogar! – les saludó la ex gobernadora, con una exagerada reverencia – espero que el largo viaje no los haya agotado.
— ¿Qué significa todo esto, señora? – preguntó Matías, mientras forcejeaba - ¿Acaso secuestraste a nuestra prima?
— ¿Yo? ¿Por qué lo haría? – dijo Rosana, con un falso tono de inocencia - ¡Por supuesto que jamás cometería tal acto! Así es que mandé a unos simpáticos caballeros para que hagan el trabajo sucio.
— ¿¡¿Queeee?!?
Los grilletes desaparecieron y ambos gemelos se levantaron, con la intención de acercarse a Rosana. Pero dos guardias se interpusieron y los apuntaron con unas armas de plomo. Al final, no tuvieron de otra que permanecer quietos.
— ¿Saben? Me encantaría seguir charlando con ustedes, pero soy una mujer muy ocupada. Así es que serán franqueados hasta sus habitaciones y se quedarán ahí quietecitos hasta que los busquen. Si se portan bien, prometo que no serán lastimados.
Fue así que ambos fueron conducidos por esos guardias por otro pasillo, mucho más amplio y bonito. Eso se debía a que había varias estatuas bañadas en oro y algunos cuadros de paisajes propios del continente Tellus.
Pero no había tiempo de admirar el decorado interior de la torre (que contrastaba fuertemente con la fachada de rocas), sino que debían llamar por ayuda. Tanto Marco como Matías se miraron, sabiendo bien qué hacer. Era algo que ya lo practicaron en el palacio, cuando querían escapar de sus lecciones para jugar y divertirse.
— ¡Oh, me siento mal!
Marco se acuclilló en el suelo, abrazándose en la zona del estómago y gritando de dolor. Matías se acercó a él y les dijo a los consternados guardias:
— ¿Qué hacen ahí parados? ¡Mi hermano se siente mal! ¡Traigan a un médico ya!
Uno de los guardias se retiró para buscar ayuda. El otro, en cambio, comentó:
— Si se trata de una broma, les reventaré las caras.
Su compañero regresó con el médico de cabecera de Rosana, que tomó a Marco del brazo y lo ayudó a levantarse, mientras decía:
— Lo llevaré al consultorio. Cuando se sienta mejor, podrá regresar con su hermano.
Así, Marco se apartó y Matías se quedó solo con los guardias. Apenas vio que su hermano estaba lejos, aprovechó la distracción para tomar una de las estatuas y echarlo encima de uno de ellos.
— ¿Pero qué haces?
Una vez que la estatua cayó sobre la cabeza de uno de los guardias, aprovechó para escapar. El otro guardia lo persiguió, mientras pronunciaba maldiciones.
“Debo buscar el centro de control”, decidió Matías, mientras corría sin rumbo fijo. “Un lugar como este debería contar con uno, ya que está demasiado lejos de Ciudad Central para siquiera recibir señal. Si no lo consigo, espero que por lo menos Marco le haya confiscado el dispositivo a ese médico y se me adelante”.
Cansado de correr, ingresó a una de las piezas de la torre y encontró una armería. Ahí, se ocultó, logrando así evadir al guardia, que siguió corriendo por el pasillo.
Cuando lo perdió de vista, salió y empezó a recorrer esa pieza. Estaba bastante oscura, pero enseguida notó que se trataba de un pequeño pasadizo que conducía a otros sectores de la torre. En eso, se topó con una puerta, donde vio un cartel iluminado con luces LED, que decía: “Centro de control”.
— ¡Guau! ¡Esto fue fácil!
Matías subió por la escalera, preguntándose si en ese sitio no existirían los ascensores. Por suerte, no le llevó mucho tiempo llegar hasta el último piso, donde se situaba el centro de control.
Ahí, vio una enorme maquinaria de pantallas, teclados y botones. Todos ellos hacían funcionar una antena, que emitía señal a las afueras del virreinato para que la gente de ese territorio pudiera comunicarse a distancia.
“Creo que Marco debió venir aquí, ya que él entiende mejor estas cosas. Pero jamás podría evadir a esos guardias, es demasiado torpe para eso. Ni modo, tendré que improvisar”.
Buscó el panel especial, del cual sabía que se usaba para enviar coordenadas. Cuando lo halló, ingresó el código numérico del dispositivo de la virreina y pulsó un botón que creía era el que enviaba la coordenada automática de la torre. Si todo salía bien, ella mandaría a sus soldados de inmediato para rescatarlos y capturar a la malvada dama noble, que causó muchos daños.
“Espero que con esto sea suficiente”, pensó Matías, luego de pulsar el botón. “Ahora, regresaré a buscar a mi hermano”.
Salió del lugar y regresó al pasillo. Iba caminando tranquilamente, hasta que se topó con el guardia que lo buscaba.
Este, sin dar comentarios, le dio una fuerte bofetada que lo tumbó por el suelo. Luego, lo tomó del brazo y lo obligó a levantarse. Matías, adolorido, se levantó y dejó que el hombre lo llevara directo a la habitación que la señora Rosana les había asignado para su repentino alojamiento.
Una vez que llegó ahí, el guardia lo empujó para que entrara y, luego, cerró la puerta con llave.
Por suerte, Marco ya estaba ahí, dado que regresó del consultorio luego de ser revisado por el médico. Este le mostró el dispositivo que le confiscó y comentó:
— Pude hacerlo. Espero que no se dé cuenta. ¿Y qué hay de ti?
— Llegué hasta el centro de control, sin que me pillaran – respondió Matías – tampoco se dieron cuenta.
Ambos hermanos se rieron. Pese a la situación en la que se encontraban, sabían que siempre lograban salirse con las suyas.