— ¿Por qué no preparan la vigilancia?
— Alteza… Es que estábamos esperando que la virreina diera la orden para…
— Ahora soy yo quien está al mano. Así es que haz lo que te digo o atente a las consecuencias.
— S… sí, su alteza.
Luego de hablar con el vigilante principal de la guardia, la princesa Margarita dio un fuerte resoplido. Si bien su título le daba potestad de dar órdenes, el personal y los guardias no estaban acostumbrados a su presencia. De ese modo, se percató de que la virreina Ludovica en verdad influyó lo suficiente para considerarla su verdadera líder.
Ya habían pasado un día y medio desde que la rescataron y todavía tenía pesadillas. No quería ir sola en ningún lado por temor a que la volvieran a raptar, así es que la condesa Aramí y los escoltas la acompañaban adonde fuera.
La princesa observó los robots vigilantes, los cuales sabían que disparaban rayos láser en caso de que algún intruso se acercara a los muros de la fortaleza. Ahora que ya sabía sobre los independentistas, temía que buscaran hacerse con el control en ausencia de la virreina. Y sabía que si eso pasaba, hasta los guardias que trabajaban para la virreina terminarían aliándose con ese movimiento, dad que en su mayoría eran nativos y mestizos del virreinato.
Mientras hacía la inspección, le preguntó a Aramí:
— ¿Crees que esos robots serán suficientes?
— No se comparan con los vigilantes autómatas del palacio real, pero serán suficientes para contener a esa gente – respondió la condesa Aramí – Así es que debería tomarse un descanso, alteza. Ha dormido un poco desde que regresó.
— Dilo por ti, Aramí – dijo Margarita, cuyos ojos habían perdido todo su brillo -ambas estamos cansadas, pero no tenemos opción. Se suponía que esto sería una simple misión de inspección y terminó complicándose. Además, no solo debemos lidiar con los independentistas, sino también con la señora Rosana. Ella sabe muchos secretos de estado y si no la detenemos, podría hacer algo más que secuestrar solo a un integrante de la realeza.
— ¿Entonces también piensas que fue la ex gobernadora, y no la virreina, quien estuvo detrás de tu secuestro?
— La verdad, ya no sé en qué creer. Mi madre dice que la virreina no tuvo nada que ver, pero de igual modo mandará su reemplazo porque la consideró ineficiente no por prever mi secuestro. Así es que a la virreina le convendrá hallar a mis primos y entregarnos a la líder independentista para, al menos, salvar su propio pellejo.
La condesa Aramí asumió con la cabeza. Ya solo quedaban cuatro días para que la virreina Ludovica fuera suplantada por otra. Esperaba que, durante ese tiempo, los infantes pudieran regresar para volver juntos a casa.
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En la misma casa donde hallaron a Ruth y a los independentistas, Ludovica sentó una base provisoria para elaborar sus estrategias de rastreo.
La virreina recordaba que, en la grabación, la princesa Margarita había mencionado el Castillo Maldito. Por su parte, Adriano también recordó que uno de los bandidos a quienes había interrogado le habló de ese lugar.
Ruth, al escuchar eso, tembló y dijo:
— ¡No puede ser! ¡Nadie va al Castillo Maldito!
— ¿Por qué? – preguntó Ludovica.
— ¡Porque está maldito!
— ¡Basta de juegos! – dijo Adriano, golpeando la mesa con ambas manos - ¡Háblanos sobre ese lugar!
Ruth se estremeció ante la fría mirada del guardaespaldas de la virreina. Luego, respiró hondo y le explicó:
— Se dice que, un par de décadas después de la invasión, los pocos nativos que se resistieron a la opresión de los telurianos, construyeron una torre bien alta para protegerse. Pero entonces se les cortó todo suministro de agua y comida y murieron de inanición. Cuando los soldados invadieron el lugar, aparecieron los fantasmas de los difuntos y les devoraron, por lo cual nadie se anima a acercarse ahí. Muchos viajeros dicen que todavía escuchan los lamentos de los espíritus, en busca de una liberación que nunca llegará.
— Escuché sobre esa leyenda – recordó Adriano – Pero dudo que esté completamente vacío, ya que hay testimonios de que los parias suelen usarlo de refugio aprovechando la superstición de la gente.
— Suena a un lugar que mi hermana bien podría elegir como su refugio – dijo Ludovica – gracias a esa superstición, sabía que nadie podría acercársele y mandó a sentar su base ahí. Es solo una teoría.
— No debemos precipitarnos, excelencia – dijo Adriano – lo mejor será que enviemos drones de vigilancia a inspeccionar el perímetro y detectar alguna señal de vida.
Fue así que Adriano, junto con sus compañeros, activaron los drones y los programaron para que sobrevolaran por el Castillo Maldito. A su vez, también programaron unos cuantos más para que localizaran a Néstor y Olga, los compañeros que traicionaron a Ruth y a los independentistas.
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Tras una noche de vigilia y con el sol apenas saliendo en lo alto, la virreina recibió el mensaje de auxilio de Matías, quien le proveyó de las coordenadas desde aquella base de control del escondite de Rosana.
Adriano, quien también se mantuvo despierto, se acercó y le dijo:
— Acaban de llegarme los datos registrados de los drones. Al parecer, el Castillo Maldito está vacío desde hace tiempo. Uno de los soldados fue ahí con la mochila propulsora para reconfirmarlo.
— Hicimos bien en no precipitarnos esta vez – dijo Ludovica, mientras le señalaba la ubicación recibida en su dispositivo – las coordenadas no coinciden con la ubicación y parece ser de un lugar demasiado lejano, más allá de las fronteras del virreinato.
Ambos activaron el mapa holográfico y, tras introducir las coordenadas, descubrieron que el lugar se situaba cerca de un enorme foso de río seco conocido como “Fin del mundo”
— Eso está bastante lejos. ¡Ni siquiera habría señal! – observó Adriano.
— Hay algunas torres de control que se construyeron en periodos del colonialismo – explicó Ludovica – la anterior virreina los había tomado para instalar antenas y, así, proveer de señal a las tribus lejanas del virreinato. Quizás haya una en ese foso.
— Entonces prepararé el helicóptero – dijo Adriano – está muy lejos para ir en coche y esos niños no resistirán por mucho tiempo.
— Llamaremos la atención – dijo Ludovica – lo mejor será que nos situemos en el Castillo Maldito. Está bastante próxima al Fin del mundo y podemos engañarla, haciéndole creer que mordimos el cebo.
— ¿Y después, excelencia?
— Tú y yo nos moveremos en moto a partir de ahí, mientras dos de los soldados nos cubren desde las alturas, con sus mochilas propulsoras. El resto permanecerá en la torre para servir de conexión entre lo que sucede en Ciudad Central y en las afueras.
— Brillante idea, excelencia – dijo Adriano – entonces prepararé el equipo. Por cierto, ¿qué haremos con la señorita Ruth? La princesa nos ordenó capturarla, pero acordamos aliarnos con ella.
— Deja que yo me encargue de eso. Tú ve y prepáralo todo.
— Sí, señora.
Ludovica entró a la habitación donde se encontraba Ruth con sus compañeros. Ellos la miraron fijamente, a la espera de su decisión. La virreina miró a la líder independentista y, con un tono neutro en su voz, le dijo:
— Si vas a hacerlo, hazlo ahora.
Le entregó una pequeña tarjeta de memoria en sus manos y se retiró. Ruth lo miró atentamente. Luego, insertó la tarjeta en su dispositivo y se proyectó una pantalla holográfica, donde figuraba el mecanismo y distribución de los androides vigilantes, así como los accesos a la fortaleza.
“¡Vaya! Así que hablaba en serio cuando dijo que daría la espalda a los telurianos. ¿Quién lo diría?”
Giró la cabeza hacia sus compañeros de lucha y les dijo:
— Las coas no salieron como lo planeábamos, pero hay que verle el lado positivo: la virreina está de nuestro lado. Si jugamos bien nuestras cartas, podemos independizarnos antes de que la reina mande a su reemplazo.
— ¿Estás segura de que podemos confiar en ella? – le preguntó uno de los independentistas – es del Gran Reino, nació ahí, tiene costumbres telurianas.
— Será teluriana, pero es rechazada por su propia gente – dijo Ruth, cuyos ojos se tornaron en un extraño brillo – es una persona llena de resentimiento, despreciada por los suyos y con un fuerte sentido de la justicia. No hay nada como la decepción hacia la patria propia para desbancar a un reino entero. ¿No les parece?
Ambos hombres asumieron con la cabeza, admirando la sabiduría de su líder. Pronto, podrían liberarse del yugo opresor y al fin forjarían su propia identidad como habitantes del pueblo “Esperanza”.