La virreina

Capítulo 20. La virreina salda sus cuentas

— ¿Qué significa todo esto, Rosana? ¿Por qué mandaste secuestrar a la familia real?
Rosana no respondió. En su lugar, comenzó a dispararle. Si no fuera por el chaleco antibalas que llevaba debajo de la ropa, habría sido mortalmente herida. Sin embargo, los golpes de las balas le causaron tremendo dolor, tanto que temía que le saldrían hematomas.
— La princesa Margarita era una joven dulce y risueña, pero su secuestro la dejó secuelas de por vida – continuó Ludovica - ¡Ella no merecía sufrir!
— Ay, hermana. No tengo nada en contra de su alteza, solo quería castigar a la reina – dijo Rosana, girando los ojos – fue culpa de su majestad por haberte nombrado como su extensión, cuando no eres más que una cerda bastarda.
Volvió a disparar. Esta vez, Ludovica consiguió ocultarse detrás de una de las estatuas doradas. En eso, vio que su dispositivo pitaba, indicándole que recibió un mensaje. Lo activó y leyó lo siguiente:
“Ludovica, ya logré rescatar a los infantes y someter a los bandidos. Mis soldados también consiguieron capturar a Néstor y Olga, que andaban por los alrededores. Los estamos reuniendo a todos en el patio principal, solo faltas tú. ¿Qué haremos ahora?”
— La verdad, me dan igual la princesa y los infantes – continuó Rosana, quien dejó de disparar y empezó a acercarse a la estatua donde se ocultaba Ludovica – desde que fui gobernadora del Valle de las Flores, he gozado de tanta libertad que forjé un dominio propio. Pero luego viniste tú y lo arruinaste todo. Te interpusiste en mi camino con esos estúpidos ideales de la meritocracia y el esfuerzo propio. ¡Vamos, querida! ¡Somos de la nobleza! ¡No existe el esfuerzo propio! ¡Todo se nos es regalado!
— Sí, somos damas nobles, pero eso no nos da el derecho de lastimar a los vulnerables del sistema – le dijo Ludovica, quien tomó su arma láser, dispuesta a disparar – Todos somos seres humanos, con sentimientos, sueños y anhelos. ¿Es tan difícil entenderlo?
— En verdad eres tan infantil- Rosana bordeó la escultura y se posicionó delante de Ludovica – por eso siempre perderás.
Ludovica, sin darle tiempo de atacar, le disparó con el láser directo en la mano. Rosana soltó su pistola debido al ardor del roce, pero con la mano izquierda tomó una navaja que llevaba oculta en sus mangas largas, la levantó y le dio un corte limpio en la muñeca.
Debido al dolor, Ludovica soltó su arma y presionó la zona cortada, a modo de evitar que se le derramara la sangre. Rosana comenzó a mover su arma sin parar, por lo que no tuvo de otra más que esquivarla.
Ambas mujeres corrieron por los pasillos; a veces, el filo de la navaja impactaba en una estatua y, otras, en la piel de la virreina.
— Siempre te gustó jugar sucio. ¿No? – le dijo Ludovica a Rosana, manteniéndose alejada unos metros.
— Lo que para ti es “jugar sucio”, para mí es “jugar inteligentemente” – le respondió Rosana, extendiendo su brazo izquierdo al frente – ahora quédate quieta, no querrás morir desangrada. ¿No?
— No, gracias. Si me quedo quieta, seguirás cortándome y no es agradable esa sensación. Pero entiendo tu punto, si las cosas van a ser así, entonces también jugaré “con estrategia”.
En eso, tomó uno de los cuadros con la mano sana y lo lanzó directo hacia Rosana, logrando así despistarla y correr por unas escaleras en ascenso. Rosana arrojó el marco y la persiguió hasta la terraza de la torre.
Ludovica vio que ya no tenía escapatoria, dado que estaba acorralada entre el abismo y su furiosa hermana.
Adriano, quien se encontraba en el patio, observó la escena desde lejos y la llamó:
— ¡Ludovica! ¡Cuidado!
Rosana comenzó a reír y, señalándola, le dijo:
— Tu novio sí que se preocupa por ti. ¿No? Bien, te mataré delante de sus ojos y, luego, le rebanaré el cuello. ¡Ah! ¡Y me divertiré mucho con esos niños, destripándolos y enviándoles en pedacitos al Gran Reino, para desatar la ira de la reina!
Luego de eso, extendió su navaja y se acercó rápidamente a la virreina.
Con esto, Adriano ya no pudo resistirlo más y se dispuso a subir a la torre, creyendo que Ludovica se encontraba malherida y culpándose a sí mismo por dejarla sola. Pero lo que no sabía era que la navaja de Rosana, en realidad, rozó el costado del torso de la virreina. Pese a que consiguió traspasar el chaleco antibalas, no logró perforarle la piel ni causarle daño alguno en su punto vital.
Ludovica sostuvo el antebrazo de Rosana con ambas manos e, ignorando la hemorragia de su -muñeca cortada, le dijo:
— La próxima apunta más profundo, o no dañarás nada.
Y, sin dudarlo, le torció con fuerza el antebrazo, haciendo que soltara la navaja. Ahí, aprovechó para patearla y tumbarla al suelo, poniendo fin a la pelea.
Rosana abrió los ojos de la sorpresa, al verse derribada por su media hermana, a quien jamás creyó capaz de eso. Ludovica miró de reojo a la superficie, donde se encontraban los bandidos, esclavos, soldados e infantes, contemplándolas.
— Mira a esa gente – señaló Ludovica – todos ellos tienen anhelos, pero fueron afectados por tus oscuros propósitos y berrinche de niña mimada de la aristocracia. Te aprovechaste de los “parias” que fueron marginados por su tribu haciéndoles creer que eres una igual, pero solo los usaste como tus herramientas para que hagan el trabajo sucio. Y esos esclavos tuyos no tienen la culpa de nada. Les arrebataste su libertad y perdieron todo contacto con sus tribus y familias.
— Ellos no son esclavos – dijo Rosana, mientras se ponía de pie – vinieron aquí voluntariamente.
— ¿Luego de que mandaras diezmar sus tribus? Sí, el capitán Lucio me lo contó todo, cómo organizaste las bandas criminales para invadir las tribus lejanas al virreinato y arruinarles la vida.
Rosana se mantuvo en silencio. En el fondo, sentía deseos de empujar a Ludovica de la torre para verla estrellarse contra el duro suelo. Pero si lo hacía, terminaría convirtiéndola en una mártir y todos alabarían su sacrificio en pos de defender a los inocentes. Jamás le daría ese gusto aunque terminara perdiendo el cuello.
Justo en esos momentos, vio que Adriano hizo acto de presencia. Éste, sin dudarlo, la apuntó con su arma láser en la cabeza y le dijo:
— Coloca las manos sobre tu cabeza y no intentes nada extraño.
Rosana sonrió con malicia y le cuestionó:
— ¿Qué se siente saber que sirves a alguien de un reino que sometió a tus antepasados?
— Ella no es “el reino” – le dijo Adriano, sin dejarse influenciar por la lengua ponzoñosa de la ex gobernadora – tampoco es una “marioneta” de su reina. Ella es Ludovica, la mujer más valiente y tenaz que conozco. Y no te perdonaré que le hayas hecho daño.
— Estoy bien, Adriano – intervino Ludovica, mientras tomaba a Rosana por detrás para atarle las muñecas por la espalda – mi hermana siempre ha sido muy mala en los combates físicos. Bueno, yo también lo soy, no conseguí protegerme a tiempo.
Adriano respiró aliviado al darse cuenta de que Ludovica estaba bien. Pero entonces, se fijó en su muñeca desangrada, por lo que se acercó, la tomó del brazo con una mano libre y, sin dejar de apuntar a Rosana con el arma, le dijo:
— Señora, deja que me encargue de esto. Hay un médico entre el personal de la torre, él podrá ayudarte.
— Gracias por la consideración, Adriano – dijo Ludovica, cuya adrenalina se esfumó y sintió que el terrible dolor del corte le sacaba las energías – en verdad fui una descuidada. Debí quedarme en mi oficina, dándoles órdenes a distancia. ¿No?
— Yo creo que lo has hecho bien, Ludovica – dijo Adriano, mostrándole una media sonrisa – es natural recibir cortes y heridas, forma parte del carácter de un soldado. Pero sí, la próxima quédese mejor en la oficina y deja que los hombres nos encarguemos de esto.
— Si eso te hace sentir más tranquilo, así lo haré. Solo espero que, después de esto, todavía siga teniendo una “oficina” donde trabajar.
…………………………………………………………………………………………………………………………………………………..
Matías y Marco vieron cómo la señora Rosana era llevada con los demás bandidos en un rincón, quienes estaban inmovilizados con los grilletes metálicos y vigilados por los soldados.
Mientras Adriano contactaba con los hombres que se quedaron en el Castillo Maldito, Ludovica dejó que el médico de la torre la atendiera. Este revisó el corte de la muñeca y, mientras le aplicaba los primeros auxilios, comentó:
— La herida no fue tan profunda, pero ha perdido mucha sangre y necesitas ir al hospital. De momento, llevarás estas vendas, solo recuerda consumir mucho hierro para recuperarte más rápido.
Durante ese interín, Matías se acercó a la virreina y, con un rostro apenado, le dijo:
— Lo sentimos mucho, excelencia. Pensábamos que aquí encontraríamos a nuestra prima, pero resultó ser una trampa.
— De verdad han sido muy imprudentes – dijo Ludovica – no obstante, gracias a eso, pudimos localizar a mi hermana más rápido. Por cierto, la princesa Margarita ya fue rescatada y está con la condesa Aramí en la fortaleza.
— ¿De verdad? – dijo Matías, mientras su expresión se aligeraba - ¿Y cómo está?
— Se recuperará – respondió Ludovica – pero hay algo que deben saber. Llama a tu hermano, es mejor que les diga yo antes de que se enteren por otros medios y terminen cometiendo cualquier otra locura.
Matías llamó a Marco y este se acercó. El médico, luego de terminar con la curación, se alejó y los dejó a solas.
La virreina miró fijamente a los infantes y les explicó:
— Hay un grupo conocido como los independentistas y estos, ahora mismo, tomaron control de la fortaleza, durante mi ausencia. El virreinato pronto dejará de ser parte del Gran Reino y está en camino de convertirse en una nación independiente. Si no quieren que esto se torne en una cruenta guerra, deben volver a casa y persuadir a la reina de que no nos ataquen. Yo me quedaré aquí, para proteger a los pocos telurianos de la ira de los esperancitos que ya no quiere saber más nada de ellos. Pero deben jurarme que se mantendrán calmados y no me hagan las cosas difíciles. Háganlo por su reino y por la princesa, que ya demasiada angustia ha acarreado en su estancia.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.