La virreina

Capítulo 21. La virreina y la líder negocian

La princesa Margarita abrazó fuertemente a los infantes Matías y Marco, luego de que estos regresaran a la fortaleza junto con la virreina. Por su parte, la condesa Aramí miró fijamente a la señora Rosana, quien estaba siendo supervisada por el general Adriano.
La condesa se acercó a la ex gobernadora del Valle de las Flores y le preguntó, indignada:
— ¿Por qué? ¿Qué daño te hizo la princesa y los infantes para que les arruinaras la vida?
Rosana no respondió. En su lugar, se fijó en Ludovica, quien en esos instantes estaba comunicándose con la reina del Gran Reino desde su dispositivo.
La imagen holográfica de la monarca se amplificó, ya que así varios de los residentes de la fortaleza podrían verla. Ludovica movió el dispositivo en dirección a los robots vigilantes y le explicó:
— He estado desarrollando tecnología propia en el virreinato… perdón, en el país Esperanza – tras realizar el cambio de términos, los independentistas ahí presentes aligeraron sus rostros – también nominé a nativos y mestizos de grandes aptitudes como gobernadores de todas las provincias. Solo me faltan inspeccionar a los alcaldes, pero eso será cuando negocie el cambio de mando con los independentistas.
— ¿De verdad vas a permitir que esto suceda? – le preguntó la reina, con una expresión de enfado – confiaba en que fueras una extensión mía, actuaras como yo lo haría pero en tierras lejanas. ¡No tenías permitido actuar ni pensar por cuenta propia! ¡Eres una decepción!
— ¿Te decepciona más alguien que hizo las cosas en favor de un pueblo que una dama noble que secuestró a tu propia hija? – le cuestionó Ludovica, con seriedad - ¿No será que, simplemente, esperabas ver que quien manchara la reputación de los telurianos fuera yo y no mi hermana?
— ¡Ten cuidado con tus palabras! – le advirtió la reina – Ahora bien, me imagino que me estás mostrando esas máquinas de guerra por algo. ¿No es así? ¡Ve al grano!
Ludovica se acercó a Ruth, quien tuvo una mezcla de emociones al contemplar el reflejo holográfico de la reina proyectado en el dispositivo. La verdad, la imaginaba como una anciana decrépita, pero en su lugar, solo veía a una señora de unos cincuenta, de cabellos negros y repleta de accesorios.
Apenas Ludovica le pasó el dispositivo, Ruth amplió su sonrisa y se presentó:
— Hola, majestad. Soy Ruth, la líder de los independentistas y la voz del pueblo. Lo que la señora Ludovica intenta decirle es que si osa siquiera en enviar tus naves voladoras para someternos o reconquistar estas tierras, nos defenderemos. Los robots gigantes fueron hechos con manos 100% nacionales, sabemos bien cómo funcionan. De momento, dejaremos que tu familia se largue de aquí, pero con la condición de que nunca más les vea sus feas caras.
La reina palideció al percatarse de la enorme determinación de la joven. Si bien le sería sencillo mandar a su ejército y ordenar el ataque en ese instante, tenía miedo de que su hija y sobrinos terminaran pagando las consecuencias.
Al final, dio un respiro de resignación y decidió:
— Está bien, renunciaré a la península y reconoceré al virreinato Esperanza como una nación libre e independiente. A partir de ahora, todo lo que suceda en tu pueblo, recae en la responsabilidad de los esperancitos. El Gran Reino se abstendrá de intervenir a resolver cualquier conflicto.
Tanto Ruth como los independentistas celebraron la victoria, mientras que la familia real los observaba desde lejos.
En eso, los soldados hicieron acto de presencia, trayendo a Néstor y Olga. Ambos iban con las caras y torsos descubiertos, revelando así las cicatrices que los delataban como los parias de sus respectivas tribus.
Ambos fueron puestos con los demás bandidos situados en el patio central de la fortaleza, donde también se encontraban el capitán Lucio y Jacinta.
La señora Rosana fue colocada sobre una tarima, donde unos pequeños robots voladores, equipados con armas láseres, la apuntaban en la cabeza. Así es que la mujer permaneció quieta ya que, ante un mínimo movimiento, estas máquinas dispararían.
Ludovica se acercó a ella, le dio una última mirada que mezclaba decepción con lástima y, luego, se dirigió al público, diciéndoles:
— Como mi último acto como virreina, decidiré el destino de aquellos que, por años, convirtieron este paraíso en un infierno. Me apena decir que sea mi hermana quien causó todos esos daños, aliándose con criminales de la más baja calaña para diezmar a las tribus lejanas del virreinato y sin goce de protección por las autoridades del Gran Reino. Por eso, para demostrar que no perdonaré tales crímenes ni a los de mi propia sangre, la sentenciaré a… - señaló a Rosana, quien mantuvo el mentón en lo alto pese a su situación - … dos cadenas perpetuas sin libertad condicional.
Todos aplaudieron, mientras Rosana gruñía. Pero los robots hicieron un extraño pitido, por lo cual solo pudo reflejar su enorme disgusto y odio hacia los esperancitos con el rostro.
Luego, los soldados se la llevaron en las celdas y, en su lugar, subieron a la tarima a Lucio con Jacinta.
— Sin duda que esta pareja de villanos también nos dio fuertes dolores de cabeza a todos – dijo Ludovica, con frialdad – los crímenes que cometieron van más allá de la crueldad humana y no hay nada que justifique su perdón. Por lo tanto, serán sentenciados a cadena perpetua con trabajo forzado. ¡Que reconstruyan todo lo que destruyeron a su paso!
Esta vez, los aplausos fueron más fuertes, dando a entender que casi todos sufrieron directa e indirectamente de las fechorías causadas por la banda criminal del capitán Lucio. Jacinta, al oír la condena, comenzó a gritar y maldecir, mientras era contenida por los guardias.
La princesa Margarita tenía el rostro pálido, dado que el solo hecho de mirarlos le traían malos recuerdos de su secuestro. Los infantes la sostuvieron y le dieron ánimos. Luego, cuando ambos criminales fueron llevados a las celdas, los niños se acercaron y les escupieron en las caras. Ninguno de los presentes los detuvo ni les reprochó nada.
Ludovica contempló a Néstor y Olga, además de los subordinados de Lucio y Rosana que todavía debían brindarles sentencia. Giró la cabeza hacia Ruth y le dijo:
— Dejaré que tú y tu grupo decidan el destino de tus ex compañeros de lucha. Yo me ocuparé del resto.
Ruth asumió con la cabeza y, mirando con odio a quienes consideraba sus amigos en el pasado, decidió:
— Exilio en el desierto.
Todos ovacionaron a la joven líder, mientras los soldados llevaban al resto en las celdas.
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— ¿Entonces quiere decir que nuestra misión fue un fracaso?
— No lo fue, Matías. Solo que las cosas no salieron como lo previamos.
— Me habría gustado recorrer el virreinato, lucía fascinante.
— Eso no será posible, Marco. Cuando regresemos al Gran Reino, permaneceremos ahí para siempre.
La princesa Margarita aguardaba la resolución de la virreina, quien se reunió con Adriano y Ruth en privado para decidir sus próximos pasos. Sus vivaces ojos se tornaron vacíos y su cara demacrada le causó un prematuro envejecimiento. Los niños lucían igual de abatidos, aunque debido a las energías propias de la adolescencia, lograrían recuperarse pronto.
La condesa Aramí no paraba de abrazar a la princesa, tal cual una niña pequeña. También lucía cansada, con los cabellos revueltos y la cara sin maquillar. El ambiente hostil del virreinato le pasó factura y no pensaba en otra cosa que comer y dormir en su propia cama.
La puerta de la oficina se abrió, haciendo que el grupo se pusiera de pie y prestara atención a las palabras de la ex virreina.
Ludovica los contempló, pensando que en verdad no merecían todo ese infierno que vivieron. Pero tenía que dejar a un lado la compasión y, endureciendo su corazón, les dijo:
— Mañana, al amanecer, partirán de inmediato al Gran Reino en un avión privado, cedido por la misma reina. Aprovechen este tiempo para descansar y olvidar las penas, ya pasaron por mucho en pocos días.
La condesa dio un paso al frente y, con incredulidad, le cuestionó:
— ¿Eso es todo? ¿De verdad nos dejarás ir, sin más?
Ludovica asumió con la cabeza y les respondió:
— No es mi estilo tomar rehenes para lograr mis propósitos. Además, conmigo será suficiente para contener la ira de la reina contra este territorio. Me aseguraré de que los telurianos que decidan quedarse, pese a todo, no sean marginados por los esperancitos y logren convivir todos en paz.
La condesa hizo un pequeño sonido con su boca, como un intento de risa con gruñido. Luego, meneó la cabeza y comentó:
— Bien, solo soy una simple condesa y no tengo jurisdicción aquí. Solo diré que fue un displacer conocerte y que a tu perro guardián le salga un grano en el trasero por lo desagradable que fue conmigo en todo este tiempo.
Ludovica no respondió a las provocaciones de la condesa y, en su lugar, se acercó a los soldados para darles unas últimas instrucciones. La princesa Margarita tomó la mano de su dama de honor y, con una voz apagada, le dijo:
— Estoy cansada, vayamos a dormir.
— Como usted diga, alteza.
Así, ambas mujeres regresaron a sus dormitorios, en compañía de los infantes y los fieles escoltas que velaron por ellas en todo momento.




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