La virreina

Capítulo 22. La liberación de la virreina

Un avión proveniente del Gran Reino llegó a la península al amanecer. Apenas aterrizó en la pista, la princesa subió en él con su séquito, sin siquiera despedirse. Anhelaba regresar al palacio y olvidar todo lo vivido durante su viaje.
Una vez que el avión despegó, la gente de Ciudad Central asomó sus cabezas por las ventanas de sus hogares. Varios de los independentistas comenzaron a recorrer las calles, mientras hacían sonar panderetas y declamaban a viva voz lo siguiente:
— ¡Despierten todos, que es un nuevo día! ¡Ayer fuimos colonia; hoy, somos república!
En la fortaleza, la ex virreina Ludovica se encontraba dentro de sus aposentos, luciendo un vestido sencillo de color verde musgo con estampados de flores amarillas. Sus cabellos iban sueltos por la espalda y, por encima de su escote, se había dibujado una X similar al que llevaban los parias desterrados de sus tribus. Pero luego se lo pensó mejor, ya que esa marca estaba relacionada con los criminales que perjudicaron tanto a nativos como mestizos. Así es que se la borró con un trapo húmedo, se secó la piel y, luego, se dibujó una “L” en el mismo lugar, como símbolo de “Libertad”.
Una vez lista, salió de su habitación y fue recibida por Adriano, quien llevaba un sobrio traje negro con corbata y peinado hacia atrás. Él hizo amago de saludarla protocolarmente, pero luego recordó que ella ya no era siquiera una dama noble y, en su lugar, le dio un estrechón de manos.
— Esto se siente extraño – admitió Ludovica – pero lo superaré. Por cierto, luces bien, Adriano.
— Gracias, Ludovica – le dijo Adriano, con una ligera sonrisa – la verdad, no estoy seguro de mi nuevo rol. ¡Es mucha presión!
— Adriano, eres la cara visible de los nativos y nuestra mayor conexión con las tribus que conforman esta nación – le dijo Ludovica, mientras apoyaba ambas manos por sus hombros – los esperancitos también deben saber que ustedes son los habitantes originales de la península y merecen el mismo respeto y valor. Por eso, te necesitamos de nuestro lado.
— Entiendo – dijo Adriano, cuyos ojos brillaron de la emoción – entonces, haré mi mayor esfuerzo para representar a mi gente.
Cuando terminaron de conversar, se dirigieron al salón principal de la fortaleza. Ahí, se encontraban varios de los gobernadores y alcaldes, así como los jefes de las tribus aliadas y algunos integrantes del grupo independentista.
En el extremo opuesto, armaron un escenario donde situaron tres micrófonos, ya que darían un discurso ante la prensa, el cual sería transmitido en todas las ciudades de la nueva nación. Ahí ya les esperaba Ruth, quien llevaba un vestido blanco sin detalles y los cabellos sueltos.
La joven se fijó en la marca del pecho de Ludovica y comentó:
— Así es que esa es tu “señal” de que los telurianos te desterraron de su isla. ¿No?
— Es la marca de la libertad – le respondió Ludovica – como virreina, me consideraba la “marioneta” de la reina, ya que debía actuar a su nombre. Pero corté esas sogas y actué según mis pensamientos propios.
— Bien. Supongo que nos llevaremos bien, después de todo. Ahora, vamos a darle al pueblo lo que quiere.
Los tres subieron al escenario y se acercaron a los micrófonos. Las cámaras se activaron y todos los presentes estuvieron atentos a lo que dirían a continuación.
Ludovica fue la primera en hablar:
— Pueblo nuestro, pueblo de Esperanza. Desde ayer, dejé de lado mi rol como virreina y, a partir de ahora, soy una persona libre, sin influencias ni ataduras para con mi pueblo. Ya no habrá más virreyes después de mí y me aseguraré de que así sea. Por eso, dejaré que la líder independentista, la señorita Ruth, tome el mando principal de este triunvirato temporal a partir de ahora.
La gente se miró entre sí, intrigados por las palabras de la ex virreina. En eso, Ruth tomó su micrófono y comenzó con su discurso:
— Yo, Ruth, la líder independentista, he apelado por el pacifismo y la diplomacia para liberar a nuestro pueblo del yugo opresor. Hoy, me alegra deciros que mi sueño se hizo realidad y, con ayuda de todos ustedes, logramos crear una nación fuerte, capaz de crecer en esta península para un buen porvenir. Por eso, me he reunido con la señora Ludovica y el señor Adriano, conformando así un triunvirato. Nos presentamos como las caras visibles de nuestros respectivos pueblos y estableceremos las bases para forjar el primer parlamento en menos de un año.
Esta vez, los murmullos se intensificaron, ya que al fin comprendían que el nuevo país se establecería como una república y no como una monarquía. Si bien en el continente Tellus estaba la Nación Democrática, todavía seguía siendo liderada por una reina, aunque fuera elegida por el pueblo cada cierto periodo.
Sin embargo, Esperanza sería todavía más diferente a cualquier nación vista en Tellus, ya que sería todo un equipo, y no una persona, quien estaría al mando. Sabía que tendrían mucho que aprender con esa modalidad de gobierno, así es que siguieron atentos a este emocionante evento.
Adriano también tomó el micrófono más cercano y comenzó a hablar:
— Desde hace tiempo, he sido guardaespaldas y ascendido con ayuda de la ex virreina Ludovica, hasta volverme su confidente y general del ejército. Me alegra saber que sus acciones fueron acordes a sus palabras y, tras mucho trabajo, logramos que mi gente sea considerada ciudadana auténtica de este país. Así es que, desde mi posición, me aseguraré de que todos los nativos sean respetados y coexistamos con los esperancitos, como parte de una comunidad sin miedos ni ataduras.
Esta vez, los jefes de las tribus aplaudieron, seguidos de los alcaldes y gobernadores. Ruth volvió a tomar su micrófono y continuó:
— Hoy estaremos de fiesta, pero mañana comenzaremos a trabajar sin descanso para definir la estructura del nuevo gobierno. Esperamos que esta alianza sea un éxito y podamos establecer el primer parlamento de aquí a poco. Desde ahora y para siempre, proclamaré: ¡Viva la República!
— ¡Viva la República! – gritaron todos, al unísono.
Las calles se animaban cada vez más, tanto que surgieron desde ferias hasta conciertos musicales y obras de teatro. Incluso los guardias lucían animados, pese a que estaban corroborando que la gente no se descontrolara. Ruth salió a celebrar con sus compañeros de lucha, mostrando una sonrisa tan cautivadora que encandiló a más de uno.
Ludovica, en cambio, recorrió el patio de la fortaleza y, en ocasiones, charlaba con el personal o soldado que rondaba por los alrededores.
Adriano, quien estaba conversando con un par de jefes de algunas tribus, la vio a lo lejos y les dijo:
— Aguarden un momento. Ya regreso.
Dejó a los jefes y se acercó a la ex virreina, preguntándole:
— ¿No irá a celebrar, señora?
Ludovica le sonrió y le respondió:
— Bueno, siempre fui de celebrar en silencio. ¿Y qué hay de ti? Creí que le harías una visita a tus padres después del discurso.
— Necesitaba hablar con algunos jefes de las tribus – le respondió Adriano, encogiéndose de hombros – verás, cada comunidad tiene diferentes tradiciones y costumbres, así es que sería complicado combinarlos todos y hacer que nos cataloguen de lo mismo. Sí, somos “nativos”, pero a la vez, cada tribu es diferente y todos desean realzar sus diferencias, sin dejar de lado la convivencia.
— Entonces somos más parecidos de lo que imaginaba – observó Ludovica – los esperancitos piensan que los telurianos somos todos iguales, pero lo cierto es que en el continente hay como cuatro naciones. Y, a la vez, cada nación también surgió por la unión de diversas tribus antiguas, las cuales fueron conformados por sobrevivientes de la antigua civilización humana que alcanzó las estrellas.
— ¿Y cómo lograron unificarse en cuatro naciones, sin pelear?
— No lo hicimos. Solo aprendimos a respetarnos y convivir en armonía, pese a nuestras diferencias.
Adriano suspiró, mientras pensaba que todo eso era un sueño. Y si así lo fuera, deseaba no despertar nunca más para no romper esa ilusión de ver a su gente libre y feliz.
— Si es así, entonces tengo esperanza de que eso sucederá aquí también – dijo Adriano, mientras se alejaba de ella – terminaré de conversar con los jefes y, luego, te invitaré a cenar. Si aceptas, claro.
— Te esperaré, Adriano – dijo Ludovica, despidiéndose con una mano.
Cuando Adriano regresó a su reunión, Ludovica miró el cielo y se percató de que ya estaban apareciendo las primeras estrellas de la noche. El día pasó volando y casi no se dio cuenta, lo cual era señal de que mañana empezaría un nuevo día.
La fiesta duró hasta la medianoche. Ningún avión de guerra sobrevoló los cielos y los androides vigilantes siguieron apagados. La gente, entonces, prendió algunas velas y comenzó a cantar suavecito en sus casas, augurando un buen porvenir para la primera nación surgida fuera del continente Tellus, como símbolo de esperanza de que la humanidad, al fin, renacerá de sus cenizas.




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