27. Una ánfora panatenaica
El sábado, exactamente a las diez de la mañana, ya estábamos en la mansión con mi abuela Olisava y sus amigas Mykytivna y doña Gabi. ¡Los preparativos eran un verdadero torbellino! Pero logramos con todo. Alrededor de las seis de la tarde comenzaron a llegar los primeros invitados al “palacio real” —así había llamado la casa mi abuela Olisava—, decorado con esmero por dentro y por fuera.
Toda la fiesta, siendo la primera de las cuatro que habíamos planeado, decidimos hacerla en un estilo tranquilo y medido, como los encuentros sociales de alta sociedad. Los camareros contratados (tres en total) debían llevar las bebidas en bandejas y vigilar las mesas para que a los invitados no les faltara nada.
Yo estaba muy feliz de no tener que ocuparme ni de las comidas y bebidas, ni del acompañamiento musical de la fiesta. Porque mi abuela Olisava había logrado contactar a un DJ conocido suyo: un joven algo sombrío, de expresión siempre seria, llamado Boij, de edad indefinida, que no hablaba casi nada, pero que con agilidad instaló su equipo en el jardín y, después de un poco de magia técnica, empezó a complacernos con melodías modernas, suaves, rítmicas y un tanto extrañas, pero agradables al oído. Por ahora, la fiesta se realizaba en el jardín, y más tarde, cuando ya oscureciera del todo, pasaríamos a la casa para continuar con la presentación de los invitados, las conversaciones y los bocadillos. El DJ también debía moverse discretamente junto con los invitados.
—Él está al tanto —asintió la abuela, refiriéndose al chico—. Ha trabajado en muchos eventos. Discotecas, clubes nocturnos, fiestas, eventos artísticos, festivales y cumpleaños... Este joven compone música electrónica y la prueba en la gente: si gusta o no... Es un pasatiempo raro que tiene, o tal vez una vocación, no lo sé... Lo conocí en una recepción, en casa de un señor...
Mi abuela miró pensativa a Boij, y luego se volvió hacia el primer invitado que descendía de un taxi.
Estábamos junto a la entrada de la mansión, mi abuela Olisava y yo, como anfitrionas del evento. Y un poco más allá, cómodamente instaladas en unos sillones de mimbre, estaban las amigas de la abuela: Mykytivna y doña Gabriela con su perro. El príncipe Charles acababa de comer, así que por ahora yacía tranquilamente a los pies de su dueña. Pero yo sabía que esa calma era engañosa, pues el perro era muy enérgico.
—Saludos, señora Olisava, señorita Frosia —nos saludó el entrenador físico, Semen Krotovskyi, quien fue el primero en llegar a nuestra fiesta. Llevaba puestos unos joggers negros y un suéter ligero marrón que delineaba perfectamente su figura fuerte y musculosa. En las manos traía un paquete envuelto en papel celofán.
—Entendí que había que traer algo para la fiesta, un regalo tal vez —sonrió, recorriéndome con la mirada de pies a cabeza, con cierto deleite.
Se detuvo especialmente en mi escote, que en honor a la ocasión era algo atrevido. Pero no se podía discutir con la abuela Olisava: había insistido mucho en que “debía lucirme”. Y yo misma pensaba que era apropiado para este tipo de evento.
—No era necesario —respondí con una sonrisa cortés—, pero gracias.
Vi que en mis manos tenía una especie de jarrón o maceta, alta, con lados redondeados y dos asas. A través del papel transparente se podían distinguir claramente los ornamentos y dibujos que rodeaban el cuello de aquel extraño recipiente.
—Es una copia de una ánfora panatenaica*, y la hice yo mismo, con mis propias manos —asintió Semen con orgullo hacia el regalo—. ¿Sabe? En mi tiempo libre practico la alfarería. Y decidí obsequiarles algo de mis propias creaciones…
—Panate... Panatena... —no lograba repetir la palabra la abuela, que intentaba preguntarle más detalles sobre aquella pieza de cerámica que mirábamos con curiosidad...
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*Las ánforas panatenaicas (de premio) son un tipo especial de ánforas áticas (¡específicamente áticas!). Llenas de aceite de oliva proveniente de los jardines de la Academia, se otorgaban a los ganadores de las competiciones gimnásticas (deportivas) e hípicas (de caballos) durante los Juegos Panatenaicos. Se diferencian de las ánforas comunes. La principal característica de las ánforas panatenaicas es su decoración en estilo de figuras negras. Se realizaban competiciones entre los talleres de alfareros, y los ganadores recibían el encargo de fabricar las ánforas panatenaicas. Además de representar un gran ingreso económico, este encargo otorgaba gran prestigio al taller de alfarería.