La Viuda Alegre Elige Marido

30. Oleh y Mykytivna

30. Oleh y Mykytivna

Las mujeres que estaban cerca, esperando con impaciencia a que terminaran las formalidades del saludo y la presentación para finalmente poder pedirle un autógrafo a su chef favorito, contenían la respiración mientras contemplaban la escena de nuestro encuentro. Me imaginaba perfectamente cómo nos veríamos desde fuera: un hombre joven, guapo y encantador regalándole a una mujer joven un ramo de flores tan enorme que solo lo había visto en imágenes, o tal vez en alguna floristería de lujo. ¡Debía de haber unas cien rosas allí! Un ramo carísimo, en una palabra. Lo que indicaba claramente que el invitado tenía intenciones serias. ¡Quería llamar mi atención!

Nunca entendí por qué los hombres regalan ramos tan gigantescos a las mujeres. ¡Luego una se vuelve loca buscando dónde poner tantas flores! ¡Y ni siquiera tengo suficientes jarrones para tantas rosas! Tendré que buscar algún balde y ponerlas con agua…

Tomé el ramo y lo dejé en una mesita al lado, donde ya reposaba la ánfora, regalo del entrenador personal.

Junto a nosotras, mi abuela Olisava y sus amigas ya no ocultaban su entusiasmo.

Después de que presenté a las señoras a Oleh Pavliuk, se sintieron un poco más valientes.

—¡Ay, Fro, mira esas rosas! —exclamó doña Gabriela, llevándose los puños al pecho—. ¡Qué ramo tan enorme!

—¡Señor Oleh, no solo es un chef genial, sino también un verdadero caballero! —añadió Mykytivna, colorada no solo por el vestido, sino también por las mejillas, mientras intercambiaba miradas con mi abuela.

Oleh, al parecer, no prestaba atención a los exclamaciones ni al alboroto. Sus ojos estaban fijos solo en mí. Y, para ser sincera, eso no me gustaba mucho.

Mi abuela, tal vez al notar que yo estaba algo incómoda por la excesiva atención de Oleh, se apresuró a suavizar la situación:

—Ay, Fro, Oleh no solo es un profesional, ¡también es un hombre que entiende a las mujeres! ¡Sabe que a las damas les encantan las flores! —dijo con intención—. Ay, ¡igualito que en el libro “¡No me dejes, mi gatita!” de Amanda Pruft! ¿Recuerdan la escena en la que André le lleva a Evangelina un ramo gigante? —preguntó la abuela, con tono romántico. Las otras empezaron a suspirar, decir “ay” y asentir con la cabeza.

—¡Qué tierno! Oleh, lo acompañará hasta las mesas mi amiga Yevheniia —añadió de pronto, señalando a Mykytivna, que se quedó inmóvil como una estatua, en éxtasis.

—¡Ella conoce unas recetas exóticas tan interesantes! Tal vez le comparta sus ingredientes secretos, porque a nosotras nunca nos cuenta nada. ¡Pero cocina como los dioses! ¿Verdad, Zhenia?

—¿Eh? ¡Ah! Sí… —consiguió decir la monumental mujer vestida de rojo.

Tal vez Oleh no estaba muy entusiasmado con la idea de que Mykytivna lo acompañara a las mesas, pero ya no podía escapar. ¡Un caballero es un caballero!

Mykytivna lo tomó del brazo y se lo llevó, venciendo sobre la marcha una timidez que jamás le había notado, y comenzó a contarle a Oleh Pavliuk la receta de sus famosos y, en verdad, deliciosísimos “syrnyky de estilo industrial”...

—¡Ese sí que es un hombre! —rompió finalmente el silencio doña Gabriela, mientras nosotras seguíamos mirando a aquella extraña parejita: Mykytivna avanzaba majestuosa, tropezando un poco con el dobladillo de su largo vestido rojo, y a su lado caminaba el apuesto chef, algo desconcertado por la voz grave y potente de la mujer y por la avalancha de información que ella, ya sin miedo, le soltaba sin pausa.

—¡Fro, tienes que conquistarlo! —decretó mi abuela Olisava—. ¡Yo voy a apoyar a Oleh! ¡Qué guapo es!

—¡Sí! —asintió doña Gabriela—. ¡Y cocina delicioso…!




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