La Viuda Roja.

Prólogo.

     El frío de la noche se filtraba al interior de la habitación por el ventanal del balcón que estaba abierto, pero eso no importaba porque yo no sentía frío estando enredada en los brazos de mi amado. Mi cabeza estaba sobre el pecho de Henry el cual subía y bajaba al ritmo de su respiración, mi oído se estaba deleitando con el concierto personal del sonido más hermoso sobre la faz de la tierra los latidos de su corazón. Elevé mi rostro para admirar su perfil, nariz perfectamente cincelada, sus ojos cafés ahora yacían cerrados en un profundo sueño y sus labios la pareja perfecta para los míos, estaban entreabiertos. Sonreí mientras pasaba mi mano por su cabello negro despeinándolo y luego la pose sobre su pecho nuevamente. De repente todo sonido del exterior enmudeció como un mal augurio, pero yo necia decidí no prestar atención a las señales y en su lugar deposite mi cabeza sobre el pecho de Henry para cerrar los ojos y acompañarlo en su sueño. 

    Sentí una mano posarse sobre mi boca y nariz cortando el flujo de oxígeno, cuando abrí los ojos conectaron con los de un tipo que me sonreía de forma macabra. El miedo se apoderó de mi dejándome indefensa y desorientada, él tiro de mi brazo sacándome fuera de la cama donde Henry ya no estaba. Cuando aterricé en el suelo las lágrimas brotaban de mis ojos por temor, pero no era por mi, temía por lo que le harían a mi esposo. Lo busqué desesperadamente por la habitación y lo encontré tirado en el suelo mientras un tipo estaba parado sobre él. 

-Ahora escucha muy bien mujer, si quieres que tu esposo viva, tendrás que darnos la clave de la caja de seguridad donde guardas tus millones. 

-¡Déjenlo en paz! ¡Les juro que en esa caja no hay tal suma!  

-¿Es qué nos estás tomando el pelo? Al parecer la muñequita necesita un poco de incentivación, traigan al tipo. 

-¡No! ¡Les estoy diciendo la verdad!   

    Pero de nada sirvió que les dijera que allí no había tal suma y era la verdad, el día anterior George mi tesorero había decidido asegurar el dinero en el banco, por lo que en la caja solo habían unos pocos billetes. Henry ahora estaba frente a mi y consiente, nuestras miradas conectaron y noté que su ceja izquierda estaba partida, su ojo algo hinchado al igual que su labio inferior.  

-¿Qué nos dices ahora princesa? ¿Nos dirás la contraseña? 

    Al ver el rostro de mi esposo dañado de ese modo sentí la rabia ascender por mis entrañas y mis puños se apretaron por la furia mientras en mi rostro se dibujaba una sonrisa cruel al recordar que mi padre había insistido en que tomara clases de artes marciales mixtas para no estar indefensa, algo a lo que mi madre se opuso al principio diciendo que me quitaría feminidad. Hoy agradezco no haber seguido su consejo y en su lugar escuchar el de mi padre. 

-¿A quién demonios llamas princesa bastardo?  

    Con un rápido movimiento tome el brazo del sujeto que estaba sobre mi hombro, me puse de pie y se lo torcí hacia atrás en un ángulo poco natural y me deleite al escuchar sus gritos. Luego bajé mi pie con toda mi fuerza detrás de su rodilla obligándolo a caer al suelo para patear su arma lejos de su alcance, por el rabillo del ojo vi a un segundo tipo acercarse rápidamente hacía mi. Realicé un giro para tomar impulso y lo patee en la boca del estómago haciendo que se doblará en dos en busca de aire y justo cuando iba a asestarle otro golpe, alguien me pegó en la cabeza haciendo que cayera al suelo. 

             <<¡Maldición! No vi venir a esa.>>  

-¡Así que la gatita tiene garras! Veamos si le quedan muchas ganas de pelear luego de que su amado esposo muera.  

-¡No! ¡Por favor no!  

    Intente ponerme de pie pero mis piernas fallaron dejándome en el suelo totalmente indefensa mientras uno de los tipos tomaba a Henry del pelo tirando su cabeza hacia atrás y el otro saco un cuchillo y apuñaló su abdomen. 

-¡Noooo!  

     Mi grito rasgó el silencio de la noche y su eco rebotó en cada esquina de la habitación junto con mi llanto desconsolado mientras veía caer inerte al suelo el cuerpo de mi amado esposo. Quise gatear hasta él, pero el tipo de antes me golpeó nuevamente y todo se volvió negro.  

   Una voz femenina estaba llamándome, pero yo no quería abrir los ojos porque en este mundo ya no existía Henry; en cambio dentro de mis sueños él aún me sonreía amablemente y sus ojos cafés brillaban de alegría al verme en sus brazos. Pero la voz de esa mujer era persistente y su desesperación era palpable incluso en la seminconsciencia por lo que decidí abrir los ojos de mala gana. Al hacerlo vi una mujer de tez morena con el pelo rizado recogido en una coleta, sus ojos negros me miraban con ansiedad y sin previo aviso colocó una pequeña luz frente a mis ojos y entonces grito. 

-¡Sr. Ella está consiente! 

    La cabeza me latía en dónde me había golpeado y mi vista aún estaba borrosa, no obstante logré distinguir el lugar donde yacía y no era el suelo de mi habitación, estábamos al pie de la escalera. Entonces el dolor atravesó mi pecho al recordar que en esa habitación habían matado a mi esposo y las lágrimas brotaron con desesperación de mis ojos.  

-¿Srta. Le duela en algún sitio además de la cabeza? 

-El… el corazón… porque él ya no está.  

-¿A qué se refiere? 

-¡Ellos mataron a mi esposo! 

-¿Ellos? ¿Ellos quienes? ¿Dónde está su esposo? 

-¡No sé quienes eran y no estoy segura de la cantidad pero eran más de cuatro!  

-Muy bien, necesito que se calme y me indiqué dónde sucedió todo. 

    Yo la miré algo desconcertada sin comprender lo que estaba pasando, se suponía que ellos habían ido a ayudarme, debieron sacarme de ese cuarto y traerme hasta aquí.  

-¡Está en el cuarto matrimonial por supuesto! ¿A caso no lo vieron? ¡Pero si había sangre en el suelo! ¡Su sangre! 

-Srta. Cuando nosotros llegamos usted ya estaba aquí. 

-¿A qué se refiere?  

    En ese momento un hombre alto de edad mediana, pelo entre canoso y negro se acercó a nosotras y se agachó junto a la morena reflejando el mismo gesto de preocupación que ella.  

-¿Qué sucede Srta. Hony?        

-Al parecer la Srta. Helford está algo confundida… 

-Soy Sra.  

-Eh, si, lo siento. La Sra. Helford dice que en unos tipos entraron a su casa y mataron a su esposo.  

   Él hombre frunció su ceño sin comprender lo que su compañera le estaba diciendo, entonces saco una libreta y un bolígrafo. 

-Sra. ¿Podría usted describirme lo que pasó? 
    




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