Eric no volvió ni siquiera a buscar sus cosas, aunque pensándolo bien, no tiene nada de valor, salvo esos collares baratos que le gustaba usar, y esa ropa que yo le había comprado, aunque no son de buena calidad debido a mis bajos bienes.
No sé qué esperaba, tal vez siquiera verlo suplicar perdón para reconfortar a mi herido orgullo. Escucharlo y verlo de rodillas, no queriendo echar por la borda los cuatro años que estuvimos juntos para saber que también le duele perderme. No pensaba perdonarlo, pero por lo menos verlo, darse cuenta lo que ha perdido y llorar, por eso aliviaría en algo mi dolor.
Contemplé las fotos de ambos pegada en la puerta del pequeño refrigerador de la casa, antes de sacarlas y botarlas a la basura. No quiero seguir llorando más por un patán infiel como ese. Pero fue mi primer amor, fue incluso la primera persona que pareció quererme con sinceridad y por eso me siento vacía en este momento.
Suspiro, si tan solo tuviera dinero podría mandarme a cambiar, irme al sur, comprar una casa linda cerca de la playa y vivir mis penas disfrutando del mar y del pescado frito. No aquí, encerrada en un departamento de un solo ambiente y sin dinero en las manos, ni siquiera para comprar una cerveza barata.
¿Es esto toda la vida que tengo? Daría lo que sea por tener dinero y no tener que preocuparme de eso nunca más. Si tuviera dinero no estaría en esta situación. Me llevé ambas manos a los ojos intentando contenerme.
—¡A la mierda con todo esto! —grité pateando las cosas de ese infame infiel —. No puedo creer que hasta le pagué la universidad ¡Maldita sea! ¡Tonta, tonta, tonta!
Sintiendo golpes en la puerta me detuve de golpe ¿Podrá ser que al fin ese hijo de su madre decidió dar la cara? Bien, tomé el rodillo de la cocina lista para darle la paliza de su vida, pero al abrir la puerta no logré ni pestañear, fui agarrada de ambos brazos y tirada contra el piso con violencia.
Me sentí aturdida antes de lograr volver abrir los ojos.
Sin saber lo que pasa no logré reaccionar hasta que vi el rostro del manager que se inclinó en el suelo sin dejar de fumar lanzándome el humo en la cara. Tosí ahogada y con asco, odio el olor del tabaco.
—¿Pensaste que podías escapar de mí, mocosa? Me debes dinero, tu novio pidió prestado cinco mil dólares a tu nombre, además también si quieres renunciar debes pagar la multa por finalizar el contrato, en total, amor, me debes diez mil dólares ¿Cómo piensas pagarlo? —dijo esto sonriendo mientras sus hombres siguen aprisionándome contra el piso.
Lo contemplé desenfocada ¿Diez mil dólares? ¡¿De dónde sacaré diez mil dólares?!
—Te doy una opción, si cumples con cazar a ese productor y pueda potenciar tu carrera para ganar lo invertido solo me quedarás debiendo lo de tu noviecito, no te será difícil pagarlo si logras un jugoso contrato. Si lo logras, ambos ganamos, me lo agradecerás en el futuro.
—No puedo hacer eso... —repliqué apretando los dientes. No quiero meterme en la cama de un tipo que ni siquiera conozco.
Suspiró y se sentó en el piso fumando mientras contempla el cielo de mi pequeño departamento.
—¿Cuánto me pagarán si te entrego a un prostíbulo, eres bonita, muchos hombres querrán pasar una noche contigo? —sonrió con sadismo—. Tú eliges, entre pasar la noche solo con un hombre o tener que pasarla toda la vida atendiendo a más de diez hombres cada noche.
Tragué saliva ¿Qué clase de infame tipo es este que mi estúpido novio me presentó para ser mi manager? ¡Es un criminal! Me está colocando entre la espada y la pared. No quisiera elegir ninguna de sus dos opciones. Pero ni siquiera puedo moverme para escapar de estos matones. Aprieto los dientes reteniendo mis lágrimas de impotencia al sentirme tan débil en estos momentos.
No me queda otra que aceptar ese primer trato, luego ya veré cómo zafar de esta situación, además podría decirle a ese productor algo para no tener que hacerlo, excusarme o no sé qué, incluso fingir vomitar y con eso poder huir. Es mejor eso a caer en manos de proxenetas.
—¡Acepto el plan con el productor! ¿Está bien? ¡Ahora dile a tus mastodontes que me suelten que ya no siento ni mis brazos ni mis piernas! —reclamé gritando esperando que mis vecinos pudieran oírme.
Sin pensar que ninguno de ellos se atrevería a meterse en problemas con estos hombres que parecen criminales. Me di cuenta cuando me sacaron por el pasillo y mis vecinos miraban escondidos con la puerta entreabierta.
Y así terminé en Royal Card, un bar para tipos con alto poder adquisitivo. Nunca pensé que en verdad podría existir un lugar así, rodeado de luces y algarabía, lleno de alcohol y drogas, y cosas que nunca antes hubiera visto en mi vida. Hombre y mujeres ofreciéndose al mejor postor. E incluso me pareció ver a varios rostros de jóvenes promesas del espectáculo acostados en las piernas de un viejo dinosaurio dispuestos a venderse por la fama. Hay algunos teniendo sexo a vista de todo el mundo y descolocada preferí hacerles el quite a todas esas situaciones. Siento náuseas al ver todo esto y no quisiera estar en este lugar.
Cuando sentí una mano tomarme de la cintura, arrugué el ceño de mala gana observando el rostro satisfecho de mi maldito manager. No solo debo soportar la faja que me colocaron que apenas me deja respirar, sino además llevar encima un vestido ajustado y ese maquillaje que no es lo mío.
—Bien, es hora de hacer lo tuyo —me susurró al oído, apreté los dientes tragándome todas las maldiciones que quisiera decirle en este momento.
Me llevó a una de las mesas del fondo en donde pude ver a un hombre bebiendo en silencio con expresión aburrida. Hay mujeres a su alrededor a las cuales no les presta atención pese a que ellas intentan acercarse, pero basta una mirada amenazante de aquel para alejarlas de inmediato. De cabellera negra, con la frente despejada, gruesas cejas que lo hacen lucir más intimidante y ojos color miel, el tipo destaca entre todos los productores, es tan apuesto que acostarse con él debe ser menos desagradable que hacerlo con otros que parecen disfrutar de las bondades de las jóvenes mujeres y hombres que ansían debutar en el mundo del espectáculo.