La voz

2

Después de concebir la idea, esperó siete años hasta que la persona idónea estuvo a su alcance.

No era la primera persona que se paseaba por esa cumbre en la que los Antiguos lo habían enterrado, pero sí que era la primera a la que, pensó, podía adherirse. Débil como estaba únicamente podía aspirar a otro ser débil; débil de voluntad, baja autoestima y de corta inteligencia. Pero le serviría, no necesitaba que pensara, sino que obedeciera.

La mujer se llamaba María Solomon, lo supo cuando pudo tocar su mente. Con las otras personas no había podido hacer ni eso, lo que evidenciaba la fuerza de sus poderes y lo vulnerable que era María.

Unos dos siglos atrás, quizá uno, esa mujer no habría podido acercarse a la colina. La fuerza de los hechizos la habrían desorientado enviándola a otro sitio. Que ese día lograra llegar hasta la cima denotaba que la magia captora también estaba muriendo. Para su mala fortuna no moriría antes que él.

Empezó a tantear la mente de la fémina.

―¿Quién está ahí? ―preguntó la mujer, mirando hacia todos lados.

«Siente mi contacto», comprendió. Estaba tan débil que incluso una mujer como ella podía sentir su sutileza. «Entiendo que los demás corrieron despavoridos ―meditó―. No me sorprendería si esta montaña tiene fama de embrujada.»

―¿Eres un fantasma? ¿Algún genio, demonio o espíritu?

Tal descaro lo anonadó unos instantes. Hasta que en sus pensamientos se hizo la luz y lo comprendió todo.

La mujer no era ninguna tonta como supuso al principio, sino todo lo contrario, era la más inteligente de cuantos se habían aventurado hasta su montaña. Estaba ahí porque tenía una idea vaga de lo que habitaba la cumbre.

La mujer se había noticiado con antelación de que ese lugar estaba embrujado. Estaba en la montaña para investigar por su propia cuenta… y algo más.

¡Había bajado las defensas a propósito!

Entonces la recordó. Ya la había visto unas dos o tres veces en los últimos años, pero no había sido capaz de llegar a ella.

La mujer había notado algo en sus anteriores excursiones y aprendió a bajar sus defensas mentales para que él tuviera más posibilidades de tocarla. Era una mujer muy especial. Había que irse con cuidado con una persona así. Además, no podía leer las razones que la habían llevado a la montaña, podían ser tanto buenas como malas.

Tenía que irse con mucho cuidado.

También podía rehuir y esperar a alguien más adecuado, pero con la fama que había adquirido su montaña (lo supo al rondar la mente de la mujer), era poco probable que esa persona apareciese por allí en el siguiente siglo.

De modo que solo le quedaba una opción: arriesgarse con esa mujer. Sin duda no podría manejarla como a una marioneta, no obstante, las personas inteligentes a veces son más fáciles de manipular, principalmente si se les da por su lado.

Me llamo Elliam ―dijo, no con voz audible, sino en la mente de la mujer―, o al menos es como me llamaba hace mucho tiempo. Y lo que soy… soy algo muy complicado de explicar. ¿Tienes tiempo?

¿Me harás daño? ―replicó la mujer, también de forma mental.

No. Todo lo contrario. Te ayudaré a conseguir todo lo que anhelas. ―Sabía que era lo que la mujer quería oír.

Entonces, te escucho.

María se sentó y se cruzó de piernas. El ser llamado Elliam empezó a hablar, tergiversando cuando era necesario y contando verdades a medias otras veces. La mujer era inteligente, pero él lo era más, mucho más. Tardaría, pero conseguiría lo que quería. Lo que él sembraba, siempre germinaba. Y en María ya había sembrado algo de su cosecha.

Después de todo, él era la muerte misma.

---FIN DEL PRÓLOGO---

Mañana empezamos con la novela propiamente dicha. Comenta si has llegado hasta aquí.




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