La voz

Primera parte: Capítulo uno: Los elegidos: 1

20 años después

Se despidió del grupo poco después de las nueve de la noche de aquel 4 de enero de 2019. No era más tarde de lo habitual. El partido en la cancha había durado casi lo mismo que las otras veces. No obstante, el ambiente reinante tenía la cualidad de hacer creer al chico que era mucho más noche.

«El frío, es el frío», pensó el muchacho.

Erick metió las manos en los bolsillos del raído pantalón y echó a caminar. Con tristeza miró a Byron encender su moto Honda Storn y conducir hacia el Boulevard. Observó al chico con nostalgia y pensó en los casi dos kilómetros que tenía que caminar hasta casa.

Refunfuñó, le dio una patada a una lata que se atravesó en su camino y siguió andando.

Byron a menudo lo llevaba a casa. Pero esa vez quiso la suerte que jugaran en equipos contrarios. Y quiso la misma suerte que Erick llegara tarde a una pelota, de modo que en lugar de darle a esta le dio un puntapié a la espinilla de su amigo. Para rematar la racha de mala suerte, el equipo de Byron se había llevado la derrota. Aquel se molestó por los quetzales perdidos y por la espinilla morada. No quiso ni hablar del asunto de llevarlo a casa.

Ni modo, qué se le iba a hacer. No era la primera vez que Erick tenía que hacer el camino a pie. Desde que le robaran su vieja Maya Tour, realizar el cansino recorrido era casi una tradición.

Estaba ahorrando para una nueva bicicleta. Dos semanas atrás casi tenía reunido el monto, pero entre navidad y año nuevo, se quedó como al principio: sin nada. Ni hablar del hecho de que su padre nunca le iba a comprar una.

Con todo, caminar no era algo que le pareciera excesivamente molesto.

Excepto esa noche.

Esa noche percibía algo extraño. Le parecía más oscura y fría. Deseó haberse traído el jersey de los vaqueros de Dallas que el año pasado compró en una tienda de ropa de segunda mano.

Al terminar de jugar, unos diez minutos antes, sudaba y jadeaba de cansado; todavía transpiraba, pero también sentía frío. Pensó que quizá se debía a que diciembre todavía estaba cercano en el horizonte.

Atravesó el mercado caminado por la mediana del Boulevard, bajo la sombra de los ficus que dividían las dos vías. Prestaba atención a los pilotos de las motocicletas, con la esperanza de encontrar a algún conocido que lo llevara a casa. Las probabilidades eran pocas, pero no olvidaba que la esperanza es lo último que muere.

Una calle detrás del Centro de Aguasnieblas, frente a la concha acústica de parque Central, se encontraba el Nieblas, el cine del pueblo. La penúltima función estaba terminando cuando Erick pasó frente a este, deseoso de encontrar a algún conocido de barrio Nuevo. Vio muchos rostros, ninguno conocido, a no ser el del profesor Armando, que charlaba con la señorita Allison, ambos profesores del instituto al que asistía. Se decía que salían juntos. Por lo visto era verdad.

Además de la pareja que formaban los profesores, vio la formada por Jennefer y Bonilla; la muchacha había sido electa Flor de la Feria en la última festividad del municipio, y su acompañante era un patán que salía con ella solo porque era guapo y sus papás tenían dinero. Erick lo maldijo en silencio, sobre todo porque hubiera deseado ser él quien acompañara a la hermosa muchacha.

Desde que cumplió los trece años se sentía celoso de cualquiera que anduviera con una chica bonita.

Dejó atrás el Nieblas, salió de calle Miguel Ángel Asturias y caminó hacia calle Alah. Dobló a la izquierda y siguió esta hasta llegar al Subín, el río no muy ancho y poco profundo que atravesaba algunos barrios y la zona 3 del municipio.

Calle Alah, a dos manzanas del Boulevard, estaba tranquila. El tráfico a esas horas era casi inexistente. Eso inquietaba a Erick, que apresuró sus pasos.

Con cada trecho que recorría, su inquietud crecía. De pronto, de algún lugar surgió la idea de que así se sentía uno cuando algo te sigue. A partir de ese momento ya no se quitaría esa sensación de encima.

Intuyó, más que escuchar, unos pasos bofos tras sus pisadas, pero al volver la vista, lo que vio fue a un joven abriendo la verja de su casa. Volvió la vista al frente y empezó a caminar más aprisa.

No observó la sonrisa del joven junto a la verja.  

Lo insólito de su inquietud, que más que inquietud ya era miedo, lo hizo pensar en los Cazadores, una banda de ladrones que desde hacía dos años agobiaba Aguasnieblas. No es que en otros lugares no hubiera ladrones, pero como estos, pocos. Erick estaba seguro de que fue algún miembro de esa banda quien le robó la vieja Maya Tour. ¿Y si querían robarle otra vez esa noche?

Casi se carcajeó por lo absurdo de la idea, y lo habría hecho de no tener clavada la espina del miedo. ¿Qué podrían querer robarle? Lo único de valor que una vez poseyó era su vieja bicicleta, objeto que ya le habían arrebatado.

Todavía tienes la vida.

La voz, que no era una voz, sino más bien una señal mental, lo hizo tambalearse. No es que hubiese sentido un golpe o algo similar, pero la sorpresa de oír aquella voz rasposa y antigua en su mente lo desorientó.

Miró a todos lados, para confirmar que no había nadie cerca. Tras él, a unos veinte metros, vio una sombra ocultarse en otra sombra. Dio un respingo y se echó a caminar de nuevo, esta vez con más prisas.




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