Samanta Corvis recién terminaba de saltar la cerca trasera del terreno de su familia cuando vio al muchacho que trastrabillaba a mitad de la calle, todavía a unos cincuenta metros de la casa de Samanta.
Durante una fracción de segundo pensó que era Travis, pero Travis se había quedado desnudo en su habitación. Además, el muchacho que miraba venía de una dirección diferente, amén de que parecía ser más bajo y rechoncho. Se preguntó por qué había pensado que era Travis. Viéndolo bien, ni siquiera se parecían. El tipo que caminaba a mitad de calle Norte iba hasta las chanclas de borracho, y Travis no tomaba, o eso creía ella.
Pensó que era por el miedo a ser descubierta por sus padres. Si llegaban a enterarse de que se escapaba algunas noches para estar con Travis… tembló solo con pensarlo.
La luz de los faros de un coche proyectó una gran sombra trastabillante del tipo borracho. En otra ocasión se habría ido derecho a su habitación, ajena al tipo borracho y al coche que lo iluminaba por detrás (nada en la escena tenía algo de raro). Y en efecto, eso era lo que se proponía hacer, pero hubo algo, que no sabría definir, que la hizo quedarse.
Tuvo la fuerte sensación de que algo importante estaba pasando o iba a pasar.
Avanzó con lentitud hacia la casa, cobijada por el manto negro de la noche y la sombra de unos mangos, sin desprender la vista del tipo ebrio. No le sorprendió lo más mínimo que se echara a correr; de estar ella en la calle, habría hecho lo mismo, además de gritar como loca, claro está. Es más, tentada estuvo de gritarle que corriera más de prisa y de ofrecerle su casa como refugio, pero contuvo la lengua, sabedora de que no serviría de nada. Samanta también había intuido el peligro.
El auto embistió al borracho. La joven se llevó las manos a la boca para sofocar un grito. De alguna manera supo que, si gritaba, el chofer del auto asesino iría a por ella.
A la luz de los faros, el hombre que bajó le pareció un monstruo de pesadilla. Vestía de negro, pero la máscara verde representaba el rostro horrible de un sapo. Sintió un fuerte deseo por gritar al borracho que corriera, pero al mirar cómo el monstruo lo puyaba con un bate, comprendió que estaba muerto.
¡Muerto! ¡Y ella lo había visto!
El monstruo alzó la vista y durante un instante clavó sus ojos en el punto en el que ella se encontraba. Aterrada pensó: «¡Me ha visto! ¡Me ha visto! ¡Y ahora vendrá por mí!»
El hombre no la vio, y si la vio, no le puso atención. Quitó una especie de trapo del coche. Después subió y se fue. Samanta pensó que pasaría el coche sobre el cadáver, pero el auto retrocedió para esquivar el cuerpo.
Cuando el resplandor de los faros se perdió calle arriba, Samanta corrió a despertar a sus padres. Al contarles lo ocurrido omitió lo de Travis, cambiando sus travesuras por la versión de que estaba en la cocina tomando un vaso de agua cuando ocurrió todo. Ella solo se había asomado por la ventana.
El padre se asomó para comprobar la historia de su hija, después llamó a la policía.
A la mañana siguiente, la señora Corvis contaría a la señora Villa, su vecina, que su hija vio a un hombre con máscara de sapo bajar de un terrorífico auto negro. La señora Villa contaría que era un hombre mitad sapo en un horrible auto negro que solo conduciría un monstruo como el que vio la hija de los Corvis.
Al anochecer del siguiente día, las versiones sobre lo ocurrido eran tantas que los más conservadores lo dejaron en un accidente más.
*****
Solo los más observadores empezaban a intuir la verdad.
Uno de ellos era el jefe Henrich, a quien lo de la funda sobre el cadáver le causaba temor e inquietud. Se preguntaba por qué alguien que había usado una funda para embestir con la defensa delantera a alguien, la dejaría en la escena del crimen. La respuesta a esa pregunta le inquietaba. Podía ser un descuido, o peor aún, un hecho pensado, para que la policía y la población supieran que se trataba de un crimen y no de un accidente.
Suponiendo que era esto último, ¿por qué alguien querría dejar constancia de que se trataba de un asesinato? Por diversión quizá. Había mentes psicópatas a las que podría divertir tal cosa. ¿Una prueba o ritual para entrar a alguna pandilla? ¿Para causar conmoción y terror en una población ya sensible por el atroz asesinato de Jefferson Santos?
No creía que ambas muertes tuvieran que ver. En lo único que se parecían es que ambas apuntaban a ser asesinatos, en lo demás, la forma, por ejemplo, eran muy diferentes. De todas maneras, sabía que la gente no tardaría en empezar a hablar sobre un psicópata suelto, un asesino serial y cosas por el estilo.
Fue por eso que en el informe oficial se dijo que se trataba de un accidente y mandó a acallar a la chica Corvis, que supuestamente había visto el asesinato. Lamentablemente ya era tarde y las versiones sobre la muerte de Brandy Bernal proliferaban como los chismes entre vecinos.
Otro detalle que lo tenía pensativo era el asunto de la máscara de sapo. Aunque un sapo no es un cazador (Henrich no creía que atrapar moscas con la lengua fuera suficiente para catalogarlo como cazador), los informes aseguraban que uno de los integrantes de la banda de los Cazadores usaba una máscara de sapo. Lo mismo dijo el chico Montes.