La voz

23

Despertó al mediodía. Había dormido casi dos horas. Se sentía más cansado, pues su sueño había estado plagado de pesadillas sin sentido que se sucedían una tras otra. En la última, un monstruo con cara de sapo había dejado de gruñir para ponerse a cantar. Le llevó cinco segundos darse cuenta que lo que cantaba era el teléfono debajo de su almohada.

―Llevo horas enviándote mensajes ―dijo Luis al otro lado―. ¿Por qué no respondías?

―Me quedé dormido y los mensajes del whats casi no suenan.

―¿Durmiendo con este calorón?

―Mmm, ya ves.

―Venga, vamos al Arroyo, un baño nos vendría de perlas.

―Ya hablas como esos fresas que tanto odias.

―Ash…

Ambos rieron.

―Vale, paso por ti en un rato.

―Mejor si es antes.

Metió una pantaloneta y una playera en una bolsa y salió corriendo.

―Me voy a bañar, no me esperen hasta la tarde ―gritó.

Doña Araceli empezó a gritar algo, pero Cristian hizo oídos sordos. Sabía que, si se ponía a pedir permiso para salir, era probable que no se lo concedieran. Sus padres, en especial su madre, podían ser demasiado sobreprotectores.

Quince minutos después estaban llegando al Arroyo, que, como todos los fines de semana, estaba atestado de matronas lavando y chiquillos bañándose en la parte menos honda. Las muchachas de doce años en adelante, los miraban y se sonreían entre ellas. Una mujer de gesto ceñudo le dio con la prenda que lavaba en la cabeza a una; fin de las risas entre las adolescentes. Cristian y Luis esperaron hasta estar más lejos para empezar a reírse.

―¿Qué les sucede? ―inquirió Luis en medio de risas.

―Parece que les resultas guapo. Aunque no lo entiendo, supongo que tienen malos gustos.

―¡Ey! Y no, no creo que sea eso, creo que es algo más. A lo mejor la combinación del agua, la lejía y el jabón les afecta el coco.

―Tendríamos que hacer un buen poco entonces y tirarlo en la clase, ¿te los imaginas a todos riendo como tontos?

―Seguro que solo funciona en chicas…

―Yo no vi a ningún varón lavando, así que no podemos afirmar nada ―rieron muy contentos con sus ocurrencias, hacía mucho que no reían así―. Ya en serio, les gustas, por eso se comportan así. Y mira que sé de lo que hablo, te he visto actuar como tonto muchas veces como para hacerme una idea.

―Jaja, muy gracioso, en todo caso les gustarás tú, el rubio hijo del gran abogado. ¡Ey! Ya entendí eso de “actuar como tonto”.

―¡Qué lento! ¡Por eso Kate no te hace caso!

Se echó a correr rumbo al Tamarindo, con Luis pisándole los talones, sin dejar de reír, sin dejar de lanzarse pullas amistosas. Como los muchachos normales que siempre habían sido, como antes de la aparición de Elliam.

―Ni te lo creas, pero ya he avanzado mucho ―dijo Luis por último, una vez hubieron llegado al Tamarindo

―Sí, lo he notado ―reconoció Cristian, serio.

Ya no pensaba mucho en el noviazgo o posible noviazgo entre Luis y Katherine, sino que miraba y pensaba en lo que tenía enfrente, al otro lado del Arroyo. Solo había árboles, malezas y arbustos, pero aún notaba el camino por el que se había internado la vez que fue directo a la trampa tendida por los Cazadores y Elliam.

Luis preguntó algo sobre si a él le gustaba Kimberly, que había notado cómo sus miradas parecían conectarse, pero Cristian apenas oía, y lo que oía no llegaba hasta su subconsciente. Este estaba entreverado en recuerdos y ominosos pensamientos. Recordaba la terrible persecución de la que fue objeto, las risas que encogían el corazón, la Voz guiándolo a donde ella quería, haciéndole creer que lo salvaba. Después el ritual, el dolor, Elliam…

Luis tuvo que zarandearlo varias veces para extraerlo de los derroteros que habían tomado sus pensamientos.

―No pienses en ello ―dijo, cuando notó que de nuevo le prestaba atención―, ya pasó. Si quieres mejor vamos a otro lugar. El Tamarindo no es el único sitio donde uno pueda bañarse.

―No, está bien, me dejé dominar por los recuerdos. ¿Qué me decías de Kim? ―preguntó, tratando de cambiar de tema, pero, sobre todo, quería que Luis le dijera qué pasaba entre Kate y él, para a su vez, contarle cómo se sentía respecto a la preciosa joven Belrose.

―Te preguntaba si le has dicho algo, como que te gusta o algo similar.

No iba a ser él quien se fuera de la lengua primero.

―¿Tú le has dicho algo a Kate?

―¿Esta sonrisa te dice algo?

Luis sonreía, con una sonrisa de oreja a oreja que hacía que sus ojos cafés brillaran como lo haría el sol o la luna en la superficie cristalina del Nacimiento.  

―¡Ya son novios! ―exclamó Cristian― ¿Desde cuándo?

―Bueno, novios, que se diga novios, todavía no, pero me ha dicho que le gusto, incluso nos tratamos con motes cariñosos.

―¿A qué estás esperando? ¡Pídeselo!




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