La voz

26

Hay gente que se pregunta si los criminales sienten amor. ¡Qué pregunta tan absurda! La persona más pía y noble del mundo llega a albergar sentimientos tales como el odio y la ira. De igual manera, la peor lacra puede profesar sentimientos tan puros como el amor. Y ninguno de los Cazadores había hecho méritos para ser la peor lacra. Mucho menos José.

José amaba a sus padres, amaba su libertad, amaba el dinero, o más bien, amaba no carecer de él, amaba su Toyota Corolla 2017 gris (tanto así que nunca lo había expuesto en algún delito) y amaba a Cinthya Payes, una joven que durante dos años fue su novia.

Ahora ya no eran novios. No lo eran desde hacía seis meses. No lo dejó por otro, ni él la cambió por otra, simplemente discutieron y él la llamó de formas horribles. Todavía le ardían las mejillas de rabia y vergüenza al recordar lo que le había dicho. Lo peor era que ella solo había llorado.

Ojosrojos era incapaz de recordar por qué habían discutido. Y más de una vez había caído en la cuenta de que la discusión y posterior ruptura sucedió poco después de que Amanda y su tía lo convencieran de participar en la ridícula farsa del ritual.

«Poco antes de que empezara a oír la voz de Elliam en mi cabeza», tampoco era la primera vez que pensaba algo similar. Curiosamente, durante el tiempo que tardó la aventura del ritual, como a veces llamaba a esa locura, no había pensado en pedirle perdón. Tampoco lo había hecho ella, pero no la reprochaba; la había herido con sus palabras.

Ahora se sentía mal. Desaparecido Elliam y la Bruja, volvió esa necesidad de estar con ella. Vinieron el dolor y el remordimiento por lo que había hecho y dicho. Llevaba diez días intentando hacer que lo perdonara, pero sus intentos de momento quedaban en eso, solo intentos.

Su mayor éxito consistía en lograr que le respondiera el miércoles anterior. Luego se habían visto el jueves en una heladería, donde la muchacha apenas había hablado, le rehuía con la vista y apenas le reclamó por todo lo que le había dicho. Se limitó a decir que lo que había pasado, había pasado.

José sabía que ninguna mujer se quedaría sin pelear después de lo que había sucedido, y Cinthya no era la excepción. Esa noche del jueves pensó en ello, pensó en su mirada huidiza, en su poco ánimo de conversar, en lo poco que quería hablar del pasado ni de lo que hacía actualmente. El viernes 25 de enero, mientras Jaime salía en persecución de Benny Rivas desde la Guarida, José Ojosrojos llegó a la conclusión de que Cinthya tenía otro.

La mañana del sábado 26 todavía le envió algunos textos. Si lo hubiera dejado en visto, o no los hubiera leído, habría creído que quizá lo hacía por venganza. Pero la joven le respondió, con poco entusiasmo y a cada media hora. José se confirmó en su convicción: Cinthya tenía otro.

*****

Eran las diez de la noche y Cinthya aún no había vuelto. Ella vivía en calle Davinci, en los límites de zona 4 con barrio Alto. José espiaba desde una bocacalle a una manzana de la casa de la joven. Estaba en su Corolla 2017, pues solo había ido para comprobar la teoría sobre su ex.

En ningún momento se le ocurrió lo que iba a pasar esa noche de sábado 26.

Permanecía en la bocacalle desde las ocho de la noche. Al principio fue al lugar donde la joven trabajaba. Ella salía a las seis, ya que sacaba el turno de la tarde en una venta de comida. José llegó con veinte minutos de antelación y estacionó su auto entre un viejo Toyota y un Nissan, en el extremo contrario al que usualmente usaba la joven al salir del local.

A las seis y media pensó que se estaba retrasando. A las siete, que se había retrasado demasiado. A las siete y media, que alguna muchacha no había llegado y que le había tocado cubrirla. Pero fue a las ocho menos cuarto cuando vino a su mente la idea que más lo convenció: «Cinthya no está aquí, quizá no vino o pidió salir antes. ¿Para irse con él?»

¡Cómo bullía la rabia en su interior!

Al igual que al resto de Cazadores, una vida de delincuencia lo había obligado a ser prudente, a hacer todo bien. Antes de suponer que se había ido con su nuevo novio, tenía que asegurarse de que no estaba trabajando. De modo que se bajó del auto y entró al local. La buscó con la vista y cuando una de las meseras le preguntó si deseaba ordenar, se disculpó y salió aprisa.

Afortunadamente la joven que lo interceptó era nueva, no recordaba haberla visto de las veces que fue a recoger a su novia, por lo que no sabía que él era el ex de Cinthya. No convenía que supieran que había estado allí. El rencor empezaba a crecer como la espuma en una bañera y las ideas se agolpaban en su cabeza.

De todas formas, no convenía apresurarse. Todo seguían siendo suposiciones suyas. No había ninguna prueba.

Todavía.

Subió de nuevo al auto y fue a aparcarse en el callejón en el que estaba ahora, ya en territorio de barrio Alto, donde a diferencia de las cuatro zonas principales, las calles eran de terracería.

A las diez continuaba a la espera. Solo se bajó del auto una vez para orinar sobre unos arbustos. Los transeúntes pasaban y apresuraban el paso con la proximidad del auto. A José se le ocurrió que probablemente pensaban que él era el loco de la máscara del sapo. Sonrió en el interior de su coche.

«¡Idiotas! Yo no me parezco en nada a ese loco. No les haré nada si no me hacen nada. Bueno, a Cinthya tal vez, pero entiendan que ella se lo está buscando.»




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