La voz

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A la mañana siguiente Aguasnieblas amaneció conmocionada por segundo día consecutivo. La noticia del doble asesinato de los Ederson pronto corrió de boca en boca. Los homicidios, que tan comunes eran en la población, empezaban a despertar una especie de sorda rabia en casi la totalidad del municipio.

Miedo y rabia, más rabia que miedo.

De manera tácita los neblinenses habían convenido que podían vivir entre ladrones, entre delincuentes que se mataban entre sí al tener sus roces, entre asesinatos de inocentes que morían al defender sus pertenencias cuando intentaban ser robados. También habían aceptado la neblina como una parte de la cotidianidad, a la que simplemente no debías adentrarte si no querías que nada malo te sucediera.

Sin embargo, lo de la última semana empezaba a ser inaudito. Demasiadas muertes sin motivo aparente en tan poco tiempo. No había ninguna conexión evidente entre todas las muertes, pero para todos, esa conexión existía. Tras los rumores que empezaron a circular esa mañana de domingo 27, en los que un testigo afirmaba haber visto a un hombre que utilizaba una máscara de halcón perpetrar los asesinatos, la conexión fue más evidente todavía.

El nombre de “Los Cazadores” empezó a oírse con más frecuencia en los hogares neblinenses. Y cuando se hablaba de ellos, ya no se aludía solamente a la banda de ladrones y secuestradores, sino que también se les llamaba asesinos (si bien esto último en voz más débil).

Al llamarlos asesinos lo hacían con temor, pero también con ira. No era posible que sujetos tan desequilibrados y peligrosos caminaran impunes en las mismas calles por las que caminaba la gente decente.

Lo peor de todo era que no se sabía quiénes eran, ni quiénes serían las siguientes víctimas.

Haciendo un recuento de los últimos muertos a manos de los Cazadores, se llegaba a un conteo de ocho. Los primeros fueron el profesor y su alumna-amante, que Jaime abatió la noche del secuestro de Luis; el siguiente fue el pequeño Jefferson Santos, que murió de forma horrenda a manos de David; el cuarto fue Brandy, embestido por el mismo David; El cuarto y el quinto fueron Benny Rivas y Fernando Recinos, muertos el primero por Jaime y el segundo por Jennifer, y los últimos fueron los Ederson, padre e hijo, quienes murieron a puñaladas a la puerta de su propia casa.

―Ya no se está seguro ni en la propia casa. ―Sería una de las frases más utilizadas en los días siguientes.

Porque una cosa es morir en un callejón oscuro, en un pase peligroso, en un barrio ajeno. Pero, ¿morir a las puertas de tu propia casa? Y si se tomaba en cuenta que tanto a Ederson padre como a Ederson hijo se les tenía como personas honradas y de bien, todo se volvía más indignante. ¿Quién entonces tenía tan poco corazón para semejante maldad? ¿Y quién estaba seguro si ni los Ederson se libraron de la ola de muerte?

Se colegía entonces, en esos momentos, que fueron ocho las muertes achacables verdaderamente a los Cazadores. El detalle residía en que no eran únicamente ocho personas las que habían muerto en Aguasnieblas en el mismo lapso, ni mucho menos.

De pronto, los Cazadores eran los autores materiales e intelectuales de todas las muertes violentas ocurridas en las últimas semanas.

Y los muertos eran varios. ¡Vaya si los eran!

Mynor Gutiérrez, primo segundo de la agente Gutiérrez, murió el 3 de enero después de una noche de borrachera. Su cuerpo fue hallado flotando en el Subín, trabado en las ramas de la ribera. Todo mundo supuso que se había ahogado por la borrachera; a partir del domingo 27, muchos no lo creían así.

El 7 fue encontrada una joven en un desagüe, mutilada, las extremidades metidas en bolsas de basura. Su nombre era Vanessa Guzmán, y llevaba desaparecida desde la celebración del año nuevo. Se barajaron varias posibilidades; ahora esas posibilidades se habían restringido a una sola.

Como ellos, hubo varias muertes que, una a una, fueron achacadas a los Cazadores. Excepto la de Byron Gómez, que murió en una pelea de borrachos con cien ojos de testigos; y la de Félix Hernández, cuyo auto se salió de la carretera cuando volvía de Sayaxché. El choque con un viejo cedro había hecho el resto.

Sin embargo, el resto de muertes, iniciando el conteo desde antes de Navidad, cuyo número total casi triplicaba a las que realmente habían cometido, les fueron adjudicadas, de forma tácita, entre el domingo 27 y lunes 28 de enero.

Las resultas de esto fue que su mala fama se elevó como espuma y se empezó a hablar de ellos con marcado temor y odio reconcentrado. ¿Quién se hallaba a salvo con esos tipos rondando todo el tiempo por ahí?

Mientras esto ocurría, Elliam flotaba y sonreía con una sonrisa que no era sonrisa porque no tenía boca ni dientes. Sin embargo, era una sonrisa, y no una grata, a decir verdad. Observaba sin ojos, no obstante, veía, y lo que veía, le complacía.

Todo iba de maravilla, sino es que mejor. Las muertes de las que hacían responsables a los Cazadores no estaban contempladas en sus planes, pero no interferían, al contrario, los potenciaban. Ello solo contribuiría a acelerar su regreso.

¡Ah, cómo se vanagloriaba de lo que estaba haciendo y de lo que iba a lograr!

¡Pronto sería de carne y hueso otra vez!

Cinco mil años encerrado, cinco mil años privado de los placeres de la carne, de la caricia del viento, de la frescura del agua, de la embriaguez del vino, de la calidez de las mujeres, de la tibieza de la sangre… ¡Ah, la sangre! No había vino más dulce que la sangre.




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