La voz

31

Estaban reunidos en la biblioteca. Era la una, pasado mediodía del domingo 27 de enero. Habían optado por la biblioteca porque era más fácil convencer a los padres que los dejaran salir si era con una excusa académica.

Últimamente las tareas se hacían investigando en Internet, ya fuera desde una computadora personal o desde el mismo teléfono personal. Pero habían inventado que la tarea debían sacarla de un libro específico. Tras lo ocurrido en las últimas dos noches, el temor a los Cazadores era casi palpable. Ninguno de los padres de los Elegidos quería que sus hijos anduvieran tonteando por ahí, aún si era de día. Transigieron a regañadientes.

Se sentaron a la mesa del fondo, donde podían hablar sin que la encargada les dirigiera miradas asesinas cada dos por tres. En la mesa tenían algunos libros, que ojeaban de vez en cuando, para que la oronda bibliotecaria no sospechara. El que Cris había tomado al azar era el de Algebra de A. Baldor. Si alguien le preguntaba, no sabría ni de qué iba la primera página.

―He tenido el mismo sueño cuatro veces ―repitió Cristian en voz baja―. Estoy convencido de que está relacionado con lo que sea que está planeando Elliam. También estoy seguro de que los Cazadores son solo peones, y puede que no lo sepan o bien han sido engañados con la promesa de que obtendrán algún beneficio.

―Pero, ¿cómo estás seguro? ―quiso saber Kimberly.

―No lo sé. Pero lo estoy.

―¿Y sueñas la noche en que ellos asesinan? ―preguntó Erick.

―Sí. Quizá han matado otras veces y yo no he soñado, pero al menos las veces que he soñado, ellos han asesinado ―señaló Cristian―. La primera vez fue cuando murió Jefferson Santos, murió torturado y yo oí los gritos tras la bruma. Luego murió Brandy Bernal, tras la bruma vi los faros del coche que lo atropelló. Le siguió Benny Rivas, escuché los disparos y también vi unas llamas, por lo que supongo que lo del chico calcinado también fue obra de ellos.

»Y por último, está lo de esta madrugada, aunque no recuerdo mucho, solo el ruido de un coche al frenar y el ruino bofo del cuchillo entrando y saliendo del cuerpo húmedo.

Kimberly se llevó las manos a la boca.

―¿Por qué lo cuentas hasta ahora? ―preguntó Erick.

―Porque es la primera vez que recuerdo los cuatro sueños. Las otras veces me despertaba con la sensación de haber tenido alguna pesadilla, pero incapaz de recordar de qué iban.

―¿Por qué a ti? ―continuó indagando Erick, que parecía receloso.

―Tras pensarlo mucho he llegado a la conclusión de que lo que sea que intenta ayudarnos no es muy fuerte. Ni siquiera para mostrarme la verdad de manera directa —dijo Cris, titubeante, temeroso de que los demás se echaran a reír y le dijeran que todo lo que decía eran sandeces. Nadie rio, todos lo miraban, serios y expectantes. Así que continuó—: Sé que la verdad está tras esa bruma, y sé que esa bruma es Elliam. Pero solos ese algo y yo no podemos contra él.

―Entonces, ¿cómo averiguaremos lo que pretende mostrarnos? ―Kimberly hizo la pregunta que pasaba por la mente de todos.

Cristian se rascó la cabeza.

―He pasado toda la mañana pensando en ello ―empezó― y me he preguntado por qué siempre me pone en la misma calle, o por qué escucho o veo vestigios de las atrocidades que cometen los Cazadores. Sobre lo primero, se me ha ocurrido que lo que sea que quiere que descubramos está un poco más allá, y si no me pone directamente donde quiere es porque Elliam dejó una especie de salvaguarda.

»En cuanto a lo segundo, verán, cada vez que avanzo, la niebla se cierne sobre mí, y mi cuerpo sufre como si fuera sometido a una gravedad aumentada varias veces; esto es Elliam impidiendo que vaya más allá.

»Pero también tengo miedo de lo que hay adelante. El miedo es inculcado por la Voz, algo así como: “Si el dolor no lo hace desistir, el miedo a lo que pueda hallar delante seguro que sí». Y adelante están los Cazadores y sus asesinatos. Acá no tengo nada claro, podría ser que los gritos, los derrapes y los disparos sean otro método para obligarme a retroceder. No lo sé. Francamente no lo sé.   

»Lo único que tengo claro es que esa calle pertenece a Aguasnieblas, y si la hallamos, también encontraremos respuestas. Quién sabe, quizá encontrar esa calle sea lo que necesitamos para lograr que atrapen a los Cazadores y terminar con los planes de Elliam.

―¿Podría estar tras esa bruma su madriguera? ―aventuró Katherine.

―Es una posibilidad.

―Pero, ¿si no hay nada? ―planteó Erick.

Cristian los miró algo azorado y volvió a rascarse la cabeza.

―No sé si lo han notado, o solo es mi imaginación, pero desde que fuimos obligados a formar parte de los planes de Elliam, especialmente tras la noche del jueves 10, hubo algo que nos unió. No sé si sea un vínculo dejado por el mismo Elliam o puesto por “ese algo más” que nos quiere ayudar. Pero a veces, cuando me abandono a mí mismo, juraría que puedo sentirlos en la distancia.

Pensó que se iban a reír o que harían algún gesto restándole importancia, pero lo miraron con gravedad. Entendió que ellos también lo sentían, o al menos asumían, después de todo lo que habían pasado, que no era una tontería, sino algo muy posible.




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