La voz

41

LA VOZ

SEGUNDA PARTE

CAPÍTULO 41

Cris y Erick fueron los últimos en llegar.

―¿Vienen de esa casa? ―preguntó Kimberly.

Los aludidos negaron con la cabeza.

―Solo he ido a traerlo ―informó Cristian―. Tampoco quiso decirme nada en el camino.

Erick, el pelirrojo, estaba inusitadamente pálido. Cuando sacó el teléfono de sus bolsillos, las manos le temblaban. Buscó algo en el celular. Al encontrarlo, miró a Katherine.

―A ti te tocó la que usaba máscara de zorra, ¿verdad? ¿Una chica chaparra y llenita? ―indagó

―Sí ―respondió Kate, sin comprender.

Erick recordaba haber visto el perfil que esa muchacha tenía en Facebook. De modo que, al regresar a casa, se propuso encontrarlo. Conocía el apellido, Solomon, el resto fue sencillo.

Había una fotografía en la que Amanda aparecía de cuerpo completo; usaba jeans azules y blusa blanca, el cabello negro le caía a la altura de los omoplatos. Le pasó el celular a Katherine.

―¿Crees que es ella?

No fue necesario que Kate respondiera. El reconocimiento era legible en su rostro que se crispó, y en sus ojos que se abrieron, alarmados. La mano firme que cogió el celular empezó a temblar. Respondió en un hilo de voz:

―Sí.

Y todos sabían lo que implicaba ese sí. ¡Tenían a una! En cuanto la policía la capturara sería sometida a interrogatorio hasta que revelara el nombre de los demás.

Se miraron, sonrieron y felicitaron a Erick por su gran aporte.

Ahora, tocaba ir con la policía. No tenían pruebas, pero el testimonio de los cinco tendría que bastar. Añadido a eso, eran víctimas de esos desequilibrados, si Katherine decía que Amanda Solomon tenía la misma fisonomía de la mujer que la torturó, tendrían que creerle, o al menos, concederle el beneficio de la duda.

Estaban convencidos de que el paso lógico era dar parte a las autoridades.

¡Por eso el extraño y recurrente sueño de Cristian! ¡Por eso ese afán de Elliam por mantenerlo lejos de la casa! ¡Por eso habían tenido que aunar fuerzas para romper la densa niebla! ¡Para dar con Amanda, claro!

Señalándoles a uno de los miembros de los Cazadores era la manera en que se algo alguien les prestaba ayuda.

Pero, pese a todo eso, Cris dudaba. Se preguntaba por qué ese algo les señaló la vivienda de uno de los Cazadores y no la Guarida de toda la banda. Porque, de pronto estaba seguro, por más que fuera la casa de Amanda y de la Bruja, que no se trataba de la Guarida. Algo se le escapa, lo sabía, algo bastante obvio y que sin embargo en ese instante no lograba aprehender.

―Debemos ir con la policía ahora mismo ―dijo Erick, que, tras las felicitaciones de los chicos, había recuperado el aplomo. Era gratificante que reconocieran su descubrimiento. No obstante, al terminar de hablar, su voz se había tornado seria y preocupada, otra vez―. Debemos ir porque ella me vio… y sabe que lo sé.

Todos dieron un respingo. Kim se llevó una mano a la boca abierta y Kate buscó instintivamente la mano Luis, que se la cogió y apretó con fuerza. Un silencio ominoso se cernió sobre ellos.

«Y si sabe que lo sabes, sabe que lo sabemos», comprendió Cris, y el miedo lo envolvió como una desoladora capa. Se descubrió mirando a los lados, temeroso de que un sujeto alto y flaco los vigilara, esperando el momento propicio para dar cuenta de ellos.

En el resto de bancas solo había estudiantes, algunos de su colegio y la mayoría del INEMA. Algunos conversaban con normalidad, pero otros parecían discutir sobre algo verdaderamente importante.

Más allá de las bancas ubicadas frente a la concha, bajo la sombra de una ceiba había tres hombres, no obstante, ninguno le pareció sospechoso. Miró a los pasamanos que bordeaban el parque; había gente en ellos, pero resultaba difícil saber si alguno los vigilaba. Sospechaba que no, sin embargo, no podía asegurarlo.

El aullido de una ambulancia lo hizo volver la vista al Boulevard, solo para toparse con las sólidas construcciones del mercado, que se interponían entre parque Central y la calle. No vio cuántas eran, pero desde luego era más de una. ¿Había ocurrido un accidente?

―¿Saben que ocurrió? ―preguntó, tratando de ocultar su pánico, a un grupo de jóvenes que ocupaba una de las bancas de adelante. Eran dos chicos y una chica, y los tres miraban el teléfono entre expresiones de asombro y espanto.

―¡¿No lo saben aún?! ―preguntó sorprendido uno de los chicos―. Vean la página de Noticias Peteneras.

No solo ellos buscaron la página en cuestión, sino también el resto de muchachos que tranquilos esperaban la hora de entrada a clases. Las exclamaciones, grititos y gestos de estupefacción no se hicieron esperar. Una chica chaparrita soltó un grito más agudo que el resto a la vez que salía corriendo mientras gritaba:

—Mi tío… mi tío… mi pobre tiíto.

Sus amigos la acompañaron a su casa, consoladores. Los Elegidos asistieron a la escena mudos. El lamento de la muchacha, que no conocían, caló hondo en su ser.

«Mañana podría ser cualquiera de nosotros el que se entere de la muerte de un ser querido. ¡Tenemos que parar esto!».

En la mencionada página había un post que contenía varias fotografías de un bus de transporte público. O que al menos fue un bus. En las fotos no era más que un amasijo de metales torcidos, arrancados y… cuerpos, muchos cuerpos humanos. No era una imagen apta para compartir al público. Sin embargo, estaba allí, irreal y aterradora.

Era la fotografía de un accidente como nunca se había visto en Aguasnieblas.

Cris permaneció un rato como hipnotizado. Mientras, miraba los extraños dobleces del armazón del bus. Pero, sobre todo, sus ojos recorrían los miembros torcidos en extraños ángulos que salían por las ventanas reducidas a pequeñas rendijas, cuando no desaparecidas.

Kimberly soltó un gemido al igual que Katherine. Y todos sin excepción palidecieron ante semejante visión.




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