En el interior de la Guarida, el ambiente era de miedo e incertidumbre. El asesinato de Walter Ortiz imputado a la banda fue un aviso de que se estaba cocinando algo en torno a ellos. Todo lo que tenía que ver con muertes se estaba achacando a los Cazadores.
Pero lo de esa mañana fue la bomba que de verdad los alarmó.
Por una vez los cinco estaban totalmente de acuerdo en algo: alguien los estaba inculpando. No hubo necesidad de discutir mucho para descubrir la identidad de ese alguien. Lo que no estaba claro era el motivo.
Amanda expuso que podía tratarse de una venganza por haber fallado en el rito. Al final, nadie supo de qué iba el ritual. De lo que sí estaban convencidos era de que todo ese asunto de la inmortalidad había sido solo una treta para engatusarlos. Y ellos habían caído como tontos. También eran conscientes de que el Antiguo había manipulado sus mentes.
―Lo que busca es nuestra destrucción ―dijo Amanda en apoyo de su teoría―. Es obvio que no consiguió lo que buscaba con el ritual, y ahora quiere jodernos la vida.
―¡Cómo si eso hiciera falta! ―bufó el Sapo.
―Si lo piensan bien, hasta tiene lógica. Yo digo que algo pasó esa noche, algo que hizo que mi tía se fuera sin explicar nada. Algo que fue la razón de que la matara.
―Si él mató a la bruja de tu tía, ¿por qué no simplemente nos mata a nosotros también? ―replicó José.
Con lo que se ganó una mirada ceñuda de Amanda. La joven estaba molesta con él por tomarse su tiempo para llegar. En lo que lo esperaban, apenas habían discutido qué hacer ante todo lo que se les venía encima.
―Yo apoyo la noción de nuestra querida zorrita ―dijo el Sapo―. Porque si yo fuera un tipo con unos poderes como los del Antiguo, desde luego que no me vengaría con un solo golpe. No, me tomaría mi tiempo, jugaría con las víctimas, las acorralaría, las haría sufrir, sometiéndolas a tortura, haciéndolas pagar poco a poco…
―Eso es porque tienes una mente retorcida ―atajó Jennifer, antes de que El Sapo se extendiera en métodos de venganza más gráficos.
El Sapo soltó una risotada.
―Lo dice la gatita que se ensaña con los hombres porque la violaron de chica ―soltó David como un dardo.
Bellarosa acusó el golpe con un agudo dolor en el pecho. Era la primera vez que alguien de la banda hacía alusión a su pasado. No había hecho alusión al tema ni siquiera en la intimidad con Jaime. Eran una cuestión que simplemente no se tocaba. Menos de aquella manera.
El Sapo aún no había terminado de escupir su veneno cuando una mano lo cogió por el cuello de la camisa y un cuchillo amenazó su garganta. Jennifer sintió una oleada de amor por Jaime como jamás imaginó llegar a sentir. En ese instante supo que lo amaba de verdad.
―Cómo vuelvas a decir algo te rajo la garganta ―amenazó, la voz entrecortada.
El Sapo no dijo nada, pero había miedo en sus ojos. Algo debió ver en la expresión del Seco que lo convenció de que este hablaba en serio. Un hilillo de sangre se desprendió ahí, donde el cuchillo le rozaba la frágil piel desnuda.
―No es momento de pelear entre nosotros ―atajó Amanda y tiró del Seco; este no se movió―. Par de tontos, ¿es que quieren facilitarle el trabajo a la Voz?
―Amanda tiene razón ―intervino Jennifer, dándose cuenta de que había cosas más importantes que una alusión a su pasado. Solo entonces cedió Jaime, que regresó al lado de Bellarosa―. Gracias ―musitó al oído del Seco. Jaime la abrazó.
―Nadie te volverá a hacer daño ―prometió en un susurro―. Mucho menos nuestros aliados.
Jennifer sintió una lágrima de gratitud y amor resbalar por su mejilla. El Seco se la limpió y le dio un casto beso en los labios.
El Sapo se limpió el hilillo de sangre con una servilleta y procuró hacer caso omiso a lo que había pasado.
―¿Qué proponen entonces? ―preguntó.
―Tenemos que irnos ―dijo Jennifer.
No fue necesario discutir la idea, al final, todos habían llegado a la misma conclusión. Existía la posibilidad de que ni huyendo se libraran de la sombra de Elliam, pero los cinco consideraban que esta era remota. Había un fuerte consenso en que una vez salieran de Aguasnieblas, también se librarían del Antiguo.
Lo que discutieron fue el cómo. Aunque tampoco lo discutieron largo y tendido; todos tenían claro de que debían seguir juntos, al menos hasta estar fuera del pueblo. Después, cada quien podía coger el rumbo que quisieran.
No sospechaban que nuevamente estaban siendo influenciados por una fuerza exterior. Los cinco daban por sentado que esta decisión, como las demás, eran enteramente fruto de su raciocinio y voluntad. Nada más lejos de la realidad. Lo que ocurría era que Elliam era ahora más fuerte, era más hábil, podía ser más sutil.
―Debemos irnos ahora mismo ―apuntó Amanda, y todos notaron lo nerviosa y asustada que estaba.
Y no era para menos. La More era hasta el momento la única que había sido descubierta, y el miedo de que en cualquier momento la policía fuera a por ella pendía sobre su cabeza como una guillotina. Además, a veces se encontraba pensando en el hombre de barba entrecana, que la miraba mientras ella cerraba el portón. Por alguna razón, el recuerdo de su mirada era lo que más miedo le provocaba.