Lograron que Kimberly reaccionara a las tres en punto. Sin embargo, no estuvo totalmente despierta hasta cinco minutos más tarde. No fue hasta ese momento que Cristian pudo soltar un suspiro de alivio.
Cuando la vio inerte sobre las piernas de Katherine, al ver a esta llorando, a un Erick que desesperado abanicaba con la pasta de un cuaderno espiral a la joven, fue presa de un pánico angustiante.
Lo primero que pensó fue que estaba muerta. Y la desesperada fatalidad lo hizo su presa. No consiguió medio serenarse hasta que vio que el pecho de la joven subía y bajaba lentamente. El esfuerzo que todos hicieron para que los abnegados pudieran comunicarse la había agotado hasta el desmayo.
―¡Es Jennifer! ―dijo Kim al incorporarse de pronto, tan de improvisto que sobresaltó a los Elegidos. Nadie la entendió. Pensaron que deliraba―. ¡Es Jennifer! ―repitió―. La Gata es Jennifer.
―¿Te refieres a la Gata, la miembro de los Cazadores? ―indagó Luis.
―Sí, ella. ¡Es Jennifer! ―repitió.
―¿Qué Jennifer? ―preguntó Katherine.
―Mi prima.
El resto se miró, sorprendido. Nadie sabía que Kimberly tuviera una prima. Es más, todos cayeron en la cuenta en esos momentos, que aparte de sus padres, apenas sabían nada de los demás.
―¿Estás diciendo que tu prima fue quien te secuestró y sometió a tortura? ―aventuró Cris, incrédulo.
Kimberly asintió.
―Debí haberlo adivinado hace mucho ―dijo la chica―. Desde que un mechón de cabello color caoba, similar al mío, se escapó de su máscara la noche que me llevó a la cabaña. Ese mechón venía a mi mente a menudo, con más insistencia en mis sueños, pero no me atrevía a pensar que era de Jennifer, a pesar de que no muchas personas tienen nuestro color de cabello por acá.
―Es un cabello precioso y raro ―dijo Kate, en un intento de ser amable.
Kimberly apenas le respondió con una mueca, afectada como estaba por el descubrimiento de que su misma sangre la había condenado a muerte.
―¿Estás segura? ―insistió Cris―. Es solo un mechón de cabello. Tratándose de seres tan retorcidos como Elliam y los Cazadores, no me sorprendería que se tratara de una treta.
Kimberly negó con rotundidad.
―No es solo el cabello ―explicó―. Si bien es cierto que fue eso lo que me hizo darle muchas vueltas al asunto. A ustedes los secuestraron estando despiertos, en cambio yo estaba dormida ―los chicos empezaron a comprender―. Desperté en la cabaña, sobre la mesa negra, solo para ser torturada, y luego me durmieron y desperté en mi cama, casi convencida de que había sido una pesadilla.
―Excepto por las marcas ―dijo Luis.
―Sí ―asintió Kimberly―. Esa noche Jennifer cenó con nosotros, luego me acompañó un rato a la habitación y charlamos un buen rato. Incluso me convidó a un poco de whisky. Ahora sé que ese whisky tenía algo. A lo mejor ni era whisky. ¡Fue ella! Tan segura como que este fue mi primer desmayo.
Nadie dijo nada sobre el hecho de que una chica que apenas había cumplido los trece tomara traguitos de licor a escondidas de sus padres. No cuando todos habían hecho algo indebido más alguna vez.
―¿Qué hacemos con esa información? ―preguntó Kate.
―¿No es obvio? ―inquirió Erick alzando una ceja―. Ir a la policía. Porque imagino que no tendrás reparo en denunciar a tu prima.
―No ―respondió Kimberly, sin vacilación―. Pero… pero…
―¿Pero qué? ―preguntó Erick, casi como si estuviera molesto.
―No tenemos pruebas ―sentenció Cris.
Kim asintió. Los demás no asintieron, pero estaban de acuerdo. De nuevo el mismo problema, no tenían pruebas de nada, solo conjeturas.
―Pero somos cinco ―insistió Erick―. Y ya sabemos la identidad de dos de la banda, la hija o sobrina de la Bruja y la prima de Kim. Sería un necio ese tal Henrich si no nos presta atención.
―Tienes razón ―concedió Cristian, viendo todo desde otra luz―. Nosotros estamos seguros de que esos dos forman parte de la banda. ¿Y quién mejor para asegurar algo sino nosotros mismos que sufrimos en sus manos? A las motos. Vamos con Henrich.
Además, pensaba en algo de lo que dijo el abnegado sin nombre: “…solo le resta una posibilidad, y es que los cinco mueran, juntos, en un breve lapso. Si uno no muriera, o lo hiciera separado del resto, o varias horas antes o después…”
Si conseguían que la policía encerrara a uno o dos, apartándolos de los demás, no se cumpliría la premisa esencial para que Elliam retornara a la corporeidad. Recordó que en el parque dijo que después de obtener respuestas, si ir a la policía era la mejor opción, entonces irían a la policía.
No se dijo más. Devolvieron a las mochilas los efectos que habían sacado y… fijó la vista en el Libro del Conocimiento, de pasta negra y gruesa, de cuero, cuya portada tenía inscritos jeroglíficos ininteligibles de un idioma perdido hace muchos milenios. Un libro que nadie podría leer ni desentrañar. No estaba seguro, pero intuía que el abnegado solo había traducido una mínima fracción. Y ahora se habían ido…