La voz

69

El grito de los Cazadores llegó con estridencia hasta donde se encontraban los Elegidos. Era un grito de dolor, angustiante, que caló hondo en sus jóvenes corazones.

«Nadie merece morir así —pensó—. Pero era la única forma.»  

Se supone que debería estar satisfecho. Era el fin de la banda que los había torturado, a él, a Luis, a Erick, a Katherine, a Kimberly.

¡Kimberly! La muchacha tenía la mirada perdida en las llamas que danzaban, apretaba los puños, la mandíbula tensa y silenciosas lágrimas surcaban sus mejillas. Entre los que ardían estaba su prima, una prima a la que había amado. La joven tenía un corazón puro, y Cristian estaba seguro de que, igual que él, no guardaba rencor por ninguno de los Cazadores.

Volvió a estrecharla en un abrazo y le dijo que todo estaría bien, que a partir de hoy todo estaría más que bien.

—No tienes que mirar —le susurró.

Kim ocultó su rostro en su pecho y el joven pudo sentir cómo las lágrimas humedecían su camisa.

El sí que continuó mirando.

Los habían torturado, sí, pese a ello, no los odiaba. Ahora que sabía la verdad, no podía odiarlos, solo podía sentir compasión. Quizá no eran buenas personas, pero estaba convencido de que todas las atrocidades que cometieron en gran parte no era obra suya, sino que formaba parte del Gran Plan de Elliam.

Un plan al que había empezado a dar formar aún antes de que María Solomon lo liberara de su prisión, un plan que había puesto en marcha desde hacía muchos años, desde que los Cazadores eran bebés, quizá.

Puede que muchos de los sucesos que vivieron cada uno de ellos, acontecimientos que los llevaron a convertirse en lo que terminaron siendo, fueran promovidos por el mismo desalmado. Había sido paciente. Al momento de contactar con la Bruja llevaba más de cinco mil años encerrado, así que, ¿qué eran para él una o dos décadas más?

No obstante los años de planeación, había fracasado. No contaba con que los abnegados, que formaban parte de su cárcel, también gozaban de cierta libertad cuando la prisión empezó a debilitarse. Se habían mantenido a la sombra, esperando la ocasión idónea para utilizar los últimos vestigios de energía que les quedaban para dar un manotazo a la elaborada estrategia del antiguo. Como cuando alguien está construyendo un castillo de naipes y un leve soplo puede tumbar todo el trabajo.

Lo detuvieron una vez, cuando intentaba llevar a cabo el vetusto ritual. Y ahora, no creía que hubieran hecho demasiado, no obstante, el plan de Elliam se desbarataba por sí mismo. Después de todo, era harto difícil hacer encajar las piezas de aquel rompecabezas que había intentado armar. Si faltaba una pieza, el puzle carecía de sentido.

Los Cazadores ardían, y esa pieza no encajaba en el puzle de Elliam.

Por eso debía sentirse contento. El plan del desalmado se desbarataba. No podría reencarnar para llevar a cabo sus macabros planes. Había fracasado. Pese a los años, a los planes, a los tira y afloja en la mente de los habitantes de Aguasnieblas… pese a todo eso había fracasado.

Una vez los Cazadores se convirtieran en ceniza, porque Cristian no tenía dudas de que aquel abrasador fuego no dejaría más que Cenizas de los pobres infelices, Elliam perdería el vínculo que lo unía a la vida terrenal y entonces moriría de verdad. Quedaban ellos, era cierto, pero el vínculo que unía a los Elegidos con Elliam no funcionaba sin los Cazadores. Eso no se lo dijo el abnegado, no obstante, era una deducción que sabía era acertada.

Sin embargo, también sentía pena y tristeza. La que sufrían era una muerte cruel, puede que la peor muerte posible, y él los había perdonado. Tras entender que eran casi tan inocentes como ellos, incluso había llegado a amarlos.  

Pero era la única salida posible.

Los gritos de los Cazadores fueron apagándose paulatinamente. La gente hacía ratos que había enmudecido, la ira y las ansias de muerte y venganza desaparecidas por completo. Ahora solo había incertidumbre y en cierto grado, vergüenza.

Fue ese el momento en el que empezaron a cuestionarse y a arrepentirse. ¿Qué habían hecho? ¡Oh Dios Santísimo! ¿Qué habían hecho?

Se habían convertido en una tribu primitiva y salvaje. En una horda medieval. Algunos pensaron que solo les había faltado la antorcha y los rastrillos.

También empezaban a sentir miedo. Mucho miedo. Los más cobardes empezaron a separarse de la muchedumbre y regresaban a sus casas furtivamente, cargados de miedo y vergüenza. Aunque no entendían bien por qué.

Y de pronto el silencio fue completo. El último de los Cazadores había muerto.

Luego, el espasmo de un cuerpo carbonizado. Endereza la cabeza y mira a todos.

―¡MORIRÁN! ―Grita.




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