La voz

74

Elliam tenía razón, los Elegidos se encontraban en el parque.

Fue Erick quien, tras intentar hablar con Henrich cuando este pasó por la comisaría, y sin obtener más que un “Ya estamos en ello, chico, vete a casa”, había caminado de hecho con intención de irse a casa, pero se quedó en el parque, pese a las mil llamadas de sus padres.

Ahí se le unieron el resto de Elegidos, que llegaron exhaustos tras una larga carrera por recuperar sus motocicletas, la de Cris, en barrio Viejo, y la de Kim, frente a la casa de Bellarosa. En aquel momento de vida o muerte, las motocicletas eran lo de menos, no obstante, habían corrido por ellas como si de ellas dependieran sus vidas.

La respuesta más lógica era escapar. Irse a otro lugar, quizá incluso fuera del país. Si contaban a sus padres lo que pasaba y que el desalmado iba tras ellos, no dudaban que les creyeran, esta vez no. Los mandarían a la otra punta del departamento, a la otra punta del país, al otro lado del mundo de ser necesario.

Era lo más lógico: Huir.

No obstante, no se convencían. Pese al miedo, pese al irrefrenable deseo de salir pitando y poner la mayor distancia entre ellos y la Voz, que ya no era una voz, comprendían que no era esa la solución.

―¿No nos seguiría hasta el fin del mundo? ―aventuró Erick.

Era una pregunta que todos se habían planteado. Si de verdad los necesitaba, era lógico suponer que iría tras ellos adonde quiera que fueran.

―Yo lo haría ―dijo Luis, taciturno.

Estaban en las dos bancas que hicieron de punto de reunión en muchas ocasiones. Cristian, Jennifer y Erick en una, Katherine y Luis, en la de enfrente. En las calles aledañas al parque, y en el parque mismo, se reunía un nutrido grupo de los que habían huido, todos desconcertados y asustados, tan indecisos como ellos sobre qué hacer a continuación.

―¿Pero cómo? ―inquirió Kimberly, que temblaba ligeramente― ¿No se suponía que el fuego era el fin de todo. ¿No debería haber terminado todo ya?

Entonces empezó a sollozar. Se llevó las manos al rostro, incapaz de controlar sus emociones. El miedo y la incertidumbre se desbordaron en forma de lágrimas. Buscó consuelo en Cris y este la abrazó. No dijo nada. Solo dejó que se desahogara. El resto tampoco habló. Erick, sentado del otro lado de la chica, le tomó la mano y le dio unas palmaditas; muy en el fondo comprendía que la chica no era su consuelo lo que buscaba. Luis y Katherine observaban, mudos, preocupados, tan asustados como Kimberly.

―Así tendría que haber sido ―dijo Cristian un minuto después, una vez los sollozos de Kimberly Belrose cesaron― y creo entender qué pasó. ―Los demás lo miraron expectantes―. Creo que los cinco murieron al mismo tiempo o con pocos segundos de diferencia, y ningún cuerpo había sufrido más que quemaduras cutáneas, de manera que, aunque ardieron, aun le servían a Elliam. Si permitía que se carbonizaran, no le habrían servido, al menos es lo que pienso yo, pero estos eran en su mayoría carne todavía, útiles para el desalmado.

―Y ahora viene por nosotros ―musitó Katherine, contrita, con intenciones de retomar el llanto de Kim.

―Me temo que sí.

―Entonces, ¿huiremos? ―inquirió Erick, que no lo veía tan fácil como los demás.

Erick era el de menos recursos económicos de los cinco, bueno, tampoco es que el padre de Katherine fuera adinerado, pero al menos tenía un empleo fijo. En cambio, el padre de Erick era jornalero, trabajaba allí donde surgiera un día de trabajo y en unas manzanas de tierra que el abuelo le rentaba para que sembrara algo de maíz. Marcharse requería dinero, o al menos una familia que lo acogiera si solo había para el pasaje. Y él no se marcharía para poner en peligro a otra rama de su familia.

―Si nos marchamos, también tendrá que venir con nosotros nuestra familia ―intervino de nuevo.

No fue necesario hacer más aclaraciones. Elliam los conocía, a ellos, a la familia, incluso a sus amistades más cercanas, de ello no tenían duda. Es más, probablemente la Voz conocía el nombre de cada habitante de Aguasnieblas. Si se marchaban, cobraría venganza con los que se quedaran.

Claro que en esos momentos todavía no sabían que Elliam estaba incendiando todo a su paso con el fin de hacer desaparecer Aguasnieblas. Suponían que Elliam iba a por ellos, solo por ellos. Tampoco tenían idea de que Elliam tenía el tiempo contado. Suponían que una vez muertos ellos, Elliam sería de nuevo inmortal para hacer del mundo lo que le viniera en gana.

Nadie pudo rebatir lo que dijo Erick. Si se marchaban, tenían que irse todos. Y no todos querrían irse. Entonces morirían y la culpa y el dolor planearía sobre ellos como una amarga sombra. Y aunque se marcharan, Elliam se vengaría con el resto de la población. Y se marchaban todos los aguaneblineros, quedaba Sayaxché, Las Cruces, La Libertad… Cristian agitó la cabeza para evitar que sus pensamientos fueran más lejos.

¡Si tan solo los abnegados no se hubieran ido! Tenía la certeza de que ellos sabrían qué hacer. Es más, desde hacía unos momentos tenía la sospecha de que él sabía una manera de terminar con el desalmado, pero era tanta la información que los abnegados habían vertido en su cabeza que la solución escapaba de su alcance. Por momentos parecía que estaba allí, planeando frente a él, pero cuando alargaba el brazo de la mente para aprehenderlo, no había nada.




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