La voz

81

Cristian cortó la llamada emitiendo un hondo suspiro. Instó al resto de Elegidos a que se dieran prisa en cortar la comunicación con sus respectivas familias y vigiló al grupito de cinco o seis personas que estaba reunido en una esquina a dos manzanas de casa de Kate. Lo ponía nervioso que miraran cada rato hacia su posición.

―¿Listos? —Los demás asintieron―. De acuerdo. Ya saben lo que hay que hacer. ―El resto asintió de nuevo―. Será mejor que los deje un poco lejos de aquí ―dijo a Erick y a Katherine dirigiendo una mirada nerviosa al grupito que había empezado a avanzar hacia ellos.

¿Eran los primeros en intentar darles caza? No se quedarían para averiguarlo.

El plan era sencillo: consistía en dispersarse para que Elliam tuviera dificultades a la hora de cogerlos o determinar la ubicación de cada uno. Al menos en principio. Y tanto daba si se dispersaban más allá, que no aquí, cuando no se estaba seguro de las intenciones del grupo. No permitiría que sus amigos quedaran a merced de aquel hatajo que seguía acercándose peligrosamente.

Los aludidos no replicaron y subieron a la motocicleta del chico de mayor edad. Cristian miró a Luis y a Kimberly una última vez, asintió, y tomó rumbo norte por calle Alah.

El disco rojizo del sol casi desaparecía tras el horizonte, aunado al manto gris que persistía en permanecer inmóvil sobre Aguasnieblas, obligaron al muchacho a encender las luces. La oscuridad era creciente; ahora era oscura, pronto sería negra.

La noche traía lóbregos recuerdos a los Elegidos. Excepto Cristian, todos habían sido secuestrados durante las horas de oscuridad, y el terror del que fueron objeto también ocurrió en lo más negro de la noche. No obstante, en esa ocasión, la oscuridad podía jugar a su favor, en la cuestión de pasar ocultos y desapercibidos, al menos para los nieblenses, pues Elliam siempre podía ubicarlos merced al vínculo.

Para lo que Cristian planeaba hacer podría significar un obstáculo.

Cruzó a la derecha dos cuadras más adelante y se detuvo a mitad de manzana, a un costado de donde antes estuviera el seminario del islam; el edificio era ahora una bodega de alguna comercializadora.

―Manténganse lejos de la gente ―sugirió―. Es posible que nos estemos poniendo paranoicos, pero mejor es prevenir, ¿no?, como solía decir mi abuela.

―Tu abuela era una sabia ―dijo Kate.

―Todas lo son ―convino Erick.

―Sí, todas.

―Basta de charla ―dijo Cristian―. Me voy. Todos a lo suyo. Y, por lo que más quieran, manténganse a salvo.

―Sí ―dijo Katherine.

―Sí ―dijo Erick.

—Tu ten especial cuidado —dijo a Erick, sin entender por qué le hablaba de forma particular—. Elliam no es todopoderoso, si no podemos detenerlo, lo hará el gobierno, no es necesario cometer ninguna locura.

«Lo sabes —pensó Erick, de pronto avergonzado—. Sabes que he decidido suicidarme para que la Voz no me mate con sus manos si tu plan no funciona. Entonces también deberías saber que no cambiaré de opinión, lo haré por ti y los demás, por Kim… sobre todo por ti, Kimberly.»

—Nadie cometerá locuras ni jugará al héroe —prometió Erick.

―Muy bien —asintió Cris—. Nos vemos más tarde cuando toda esta locura haya terminado.

«Si es que podemos terminar con esto.»

Cristian aceleró, subió al Boulevard y continuó por ella, siempre rumbo norte, alejándose de Elliam.

*****

Quedaron solos Erick y Kate, en medio de la oscuridad que iba volviéndose más densa. Miraron a Cris cruzar Miguel Ángel mientras el faro de un auto lo iluminaba de costado dándole el aspecto de un espectro dorado. «Espectro no —pensó Kate—, parece un caballero dorado». Luego se unió al tráfico del Boulevard y lo perdieron de vista.

Ambos chicos notaron que había un tráfico inusual a esas horas de la tarde. Aunque no les debería sorprender, ya que todo aquel que poseía un vehículo buscaba abandonar Aguasnieblas. El problema residía en que en el municipio apenas tenían auto una de cada cinco familias (arriesgando pecar de optimismo) por lo que la mayoría de la población seguía en el pueblo, a merced de Elliam.

«Y como potenciales mercenarios de la Voz», concluyó Kate.

―¿Crees que me reconozcan? ―preguntó Erick, con la vista perdida en el tráfico del Boulevard.

Katherine percibió el nerviosismo y el miedo en la voz del chico. Lo comprendió y lo compadeció. A él le correspondía una parte importante de la misión. Por eso Cristian había solicitado un voluntario, y quizá por eso le había pedido que fuera especialmente cauteloso. Llegada la hora era de esperarse que tuviera miedo de ir por donde sin duda habría más gente, arriesgando ser reconocido, arriesgando ser aprehendido.

―No lo sé ―respondió Kate con sinceridad―. Te diría que solo saben nuestros nombres, no nuestro aspecto, pero a esta hora… —Erick la interrumpió. De pronto el chico parecía muy maduro y solemne.

―Elliam pudo implantar nuestro rostro en sus mentes o bien las redes sociales… todos tenemos fotos en las redes sociales.

―Sí ―reconoció Katherine―. Se hace de noche.




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