La Voz

Una tarde de domingo

Era una tarde de domingo, cuando la siesta daba sus primeros pasos y el aburrimiento de los chicos se vuelve insoportable.

Raquel, soñaba con un domingo distinto; ella también sentía el peso de las tardes de fin de semana.

Pero, ¿qué hacer? Cómo lograr sentir que estaba viva, cuando todo a su alrededor era tan gris, tan monótono.

Sin saber por qué  decidió salir a caminar. El reloj marcaba las tres y el sol brillaba con toda su energía.

La brisa tibia, dócil, hablaba a claras de la primavera.

Calles polvorientas, desnuda de árboles. Todo tan simétrico, tan chato, descolorido.

Era como estar en un enorme local, donde las casas eran cajas de zapatos. Rectángulos grises, marrones, algunos rosa o celeste, pero sólo eso, grandes o pequeñas cajas de zapatos.

¿Qué había allí?, dentro de esas cajas. Nada, nada que a ella la hiciera sentir viva; todo ese mundo que la rodeaba era nada.

Si bien, por su educación, se saludaba con todo el pueblo, ella no pertenecía a ese lugar, es más, odiaba ese pueblo.

Al llegar a una esquina, sin saber por qué, detuvo su paso, quedo inmóvil por unos minutos; la rodeaba un silencio tétrico y bello al mismo tiempo.

El cielo azul, la brisa y el silencio, conjunto patético de tan hermoso paisaje.

No había canto de pájaros, ni risas alegres e inocentes y mucho menos el ronroneo molesto de vehículos desvelados.

Miró a su alrededor, la inmensidad de la nada era su compañía.

Tuvo deseos de gritar, pero el pueblo estaba viviendo su siesta, hubiera sido muy inoportuno su grito, prefirió dejarlo morir en su garganta, al igual que ella lo hacía en ese lugar.

Continúo su camino. ¿Cuál era su camino?.- se preguntó algo confundida - ¿dónde iba?.  Siguió.

No tenía noción de cuanto había caminado, cuando miró atrás y con sorpresa vio que el pueblo era un punto lejano, tan lejano que gritó.

¿ Quién soy? ¿ Qué hago aquí?

Grande fue su asombro cuando detrás de unos matorrales, una voz le respondió.

  • Solo eres un granito de arena en los médanos de la vida. Y cada uno está donde sus pies lo llevan.

Quedó paralizada, el miedo y el desconcierto recorrió cada poro de su piel. Abrió muy grande sus ojos negros, para buscar entre las ramas secas de los arbustos la voz que había tenido la osadía de responder a sus preguntas.  Pero no halló nada.

Entonces con mucho miedo y mucha curiosidad (ya que Raquel no era muy valiente) preguntó.



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En el texto hay: tristeza, tristeza y preguntas sin respuesta

Editado: 30.08.2020

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