No quiso seguir recordando aquella tarde y en busca de nuevos recuerdos llego a su adolescencia cargada de obligaciones. Fue entonces cuando conoció a Horacio.
Él había llegado al pueblo con una empresa extranjera. Claro que no era el único, pero sí el más atractivo y simpático del grupo de recién llegados.
Cuando se conocieron Raquel pensó que podía volver a ser feliz y soñó con ciudades, playas y montañas junto a Horacio.
Se la veía alegre, cantando mientras hacia las tareas de la casa, muchas veces hasta bailaba sola. Fueron los dos años más hermosos de su vida.
Aún recordaba cada palabra pronunciada por Horacio, cuando le declaró su amor.
Era tal la emoción de Raquel, que quería gritar – si, si, si yo también te amo. Pero sólo atinó a sonreír y muy tímida y recatada respondió.
Horacio, no sólo hablaba de noviazgo, sino de un futuro casamiento. Eso significaba dejar el pueblo, conocer otros lugares, vivir de una forma diferente. Todo esto logró confundirla más y atemorizarla más aún.
Fueron estas palabras las que lograron vencer la timidez de Raquel, que con mucha vergüenza y miedo, cerro los ojos y beso los labios de Horacio. Y él acepta ese beso como un Si a su declaración de amor.
Vinieron días felices para Raquel y Horacio. Veinticuatro meses, llenos de ilusiones y planes para formar una familia.
Hasta aquella noche trágica para el pueblo.
Eran como las diez de la noche cuando un fuerte temporal de agua y granizo azotó con una furia nunca antes vista en la zona. Todo era caos y descontrol. Horacio, por temor a que algo malo le sucediera a Raquel, salió en plena tormenta rumbo a su casa, pero la fatalidad nuevamente le jugaría una mala pasada a esta joven e ilusionada mujer. Un alud de lodo y piedras arrastra el auto de Horacio, destruyéndolo.