En la mañana, cuando con horror el pueblo comprobaba los desastres dejados por la tormenta; Raquel, con espanto y desolación no podía aceptar que nuevamente estaba sola. Trató de mitigar su dolor, con la oración y se pasaba gran parte del día en la iglesia rezando por todos los que habían perdido seres queridos o sus propiedades, pero por sobre todas las cosas, rezaba por ella, para que Dios la guiara y no la dejará caer vencida por desesperación.
Fue entonces cuando recordó las palabras del padre Luís.
- hija, el Señor es quien guía nuestro destino, jamás nos quita lo que más queremos sin una buena razón. Debes confiar en él, aceptar su decisión. Tal vez tu misión en este mundo sea brindar ayuda a quien la necesita, ya que hay mucha gente más infeliz que tú.
Raquel, no podía aceptar que fuera así, para ella no había nadie en el universo más infeliz que ella, ya que nada tenía, todo se lo habían quitado.
Y hoy diez años después de aquel trágico día, ella aún sentía los latidos de su corazón.
Cuentan en el pueblo, que Raquel cansada de esa vida monótona y gris tomó un autobús y se marchó con rumbo desconocido; otros dicen que se fue a un convento y algunos pocos piensan que enloqueció de amor y de tristeza.
Pero en tardes de primavera cuando algún aburrido y desolado pueblerino, sale a caminar por las polvorientas calles; suele escuchar voces entre los arbustos.
Los más escépticos dicen que es el ruido que provocan las ramas secas.
Los otros, los que creen en la magia del amor, dicen que seguramente es Raquel con su enamorado, que en tardes de sol salen por las calles del pueblo a revivir su amor...