El lobo bajo la lona 🔮
Ariadna
No había dormido nada; las cartas no me lo permitían. A veces siento que el mazo respira, como si cada naipe latiera al ritmo de un corazón que no es mío. Esa madrugada me mostraron un símbolo que jamás había visto: un colmillo sangriento atravesando la luna. El frío me recorrió los huesos. Estaba intentando descifrarlo cuando lo sentí. No un sonido, no un movimiento… una presencia pura, antigua, imposible de ignorar. Me giré, y él estaba allí: el forastero, el que Lucien había llamado Kael. Observaba desde el umbral, tan inmóvil que parecía tallado en sombra. Sus ojos oscuros no eran humanos, pero tampoco vampíricos. Eran algo intermedio… o algo completamente distinto. Había en él un peligro latente, una rabia contenida, retenida apenas por un hilo. Quise preguntarle quién era en realidad, pero en ese instante la sombra de Lucien llenó la carpa. Lo conozco demasiado bien: su sonrisa siempre parece amable, pero cada palabra suya lleva cadenas invisibles. “Nuestra pequeña ilusionista tiene un don especial”, dijo como si yo fuera un objeto y no una persona. Guardé las cartas al instante; jamás debe ver lo que realmente me muestran. No confiaba en Lucien, pero tampoco confiaba en Kael. Aun así, cuando nuestros ojos se encontraron, sentí un eco extraño, como si ya lo hubiera visto en otro tiempo. Lucien se marchó satisfecho, dejando tras él un silencio incómodo y pesado. Kael permaneció solo un segundo más, y su voz salió baja, grave, con un gruñido escondido entre las palabras: “No dejes que él controle lo que ves en esas cartas”. No supe qué responder. Cuando se fue, mi corazón latía con fuerza desbordada. Volví a barajar. Una carta cayó sola al suelo: El Lobo. Al tocarla, entendí que Kael no era un simple espectador. Era una pieza que el destino estaba moviendo en el tablero. No dormí esa noche. El mazo insistía, una y otra vez, en mostrarme el colmillo sangriento bajo la luna. Trataba de interpretarlo cuando otra vez sentí esa presencia primitiva detrás de mí: Kael, oscuro, tenso, casi irreal. Iba a hablarle cuando Lucien irrumpió nuevamente, cortando el aire con su simple presencia. Apenas dijo unas palabras antes de marcharse, pero dejó una tensión que me arañó la piel. Kael dio un paso hacia mí y repitió su advertencia con la misma intensidad grave: “No dejes que él controle lo que ves en esas cartas”. Luego desapareció entre las sombras. Temblaba. Baraja una vez más, y otra vez El Lobo cayó al suelo, como si me llamara. Guardé el mazo y salí de la carpa. La feria terminaba: luces apagándose, artistas recogiendo lo que el público nunca debía ver. Pero el aire era distinto. Pesado. Cargado. Entonces lo vi: Kael caminando entre las jaulas de los animales con la firmeza silenciosa de un depredador. Lo seguí, ignorando el instinto que me decía que huyera. Detrás de la carpa principal tres figuras lo esperaban. Vampiros. Los hombres de Lucien. “No perteneces aquí”, dijo uno. “El amo no te quiere cerca de la niña de las cartas.” Sentí un golpe en el pecho al escuchar ese nombre. Kael no respondió. Solo inclinó la cabeza, y escuché —lo juro— un gruñido profundo salir de su pecho antes de que su silueta cambiará: músculos tensarse, ojos encendiéndose con furia animal, garras asomando donde antes había dedos. Un lobo. Un lobo contra vampiros. Llevé ambas manos a la boca para no gritar mientras los vampiros se lanzaban sobre él. Pero Kael se movió con la velocidad del rayo: arrojó al primero contra una jaula, desgarró el brazo del segundo y obligó al tercero a retroceder solo con su mirada encendida. Yo estaba paralizada. No de miedo… sino de certeza. Las cartas lo habían anunciado. El lobo ya estaba dentro del circo. Y de algún modo, yo era la razón por la que había venido.