La Voz De La La Carta Final

cap 5

Bajo la piel del lobo (I)⚔️

Kael

El olor de la sangre de vampiros me llenó la garganta como un veneno familiar. Me limpié la boca con el dorso de la mano, sin perder de vista a los tres que me rodeaban. Dos estaban en el suelo, jadeando y el tercero no se atrevía a dar un paso más. Lo sabían.

Él sabía que yo no era un hombre corriente.

— Dile a tu amo que no me detendre que la sangre suya va correr por mis manos— Gruñí, con la voz aún vibrando entre humana y bestial. El vampiro retrocedió con sus ojos brillando bajo la luna, desapareció en un salto como una sombra tragada por la noche. Respiré hondo, tratando de contener el cambio; mi piel ardía, mis huesos podrían romperse y liberarse, pero no en el momento para desatar la bestia por completo. No aquí, no todavía. Fue entonces cuando la percibí .

Ella.

— No tenías que estar aquí— le dije con voz ronca, acercándome un paso.

Pero en sus ojos no vi solo terror, había otra cosa curiosidad, fascinación. Como si algo dentro de ella ya supiera quién era yo antes de que me mostrara. Recordé la carta que vi caer de su mano minutos atrás. Un Lobo dibujando en tinta oscura. La había sacado ella, como si me hubiera invocado. ¿ Era coincidencia , o el destino?

Mi corazón, ese maldito corazón dividido entre hombres y bestial, golpeaba fuerte. Me duele por ella, me repetí. Viene por Luciendo, vine a cazar al vampiro que incendió mi aldea, que mató a mi manada, que se alimentó de los míos como si fueran ganados. Lucian era mío, pero ahora estas chicas saben medio y las cartas parece que van a jugar un papel que ni siquiera yo comprendía.

—No digas nada —le advertí, clavando mis ojos en los suyos—. Si alguien descubre lo que has visto, el circo dejará de ser un espectáculo y se convertirá en una masacre.

Ella tragó saliva, asintiendo apenas. Pero en su mirada supe que no se quedaría callada. Que su destino estaba entrelazado con el mío, lo quisiera o no.

La luna rugió sobre nuestras cabezas.

Y yo supe que la verdadera función apenas estaba comenzando.

El silencio entre nosotros era espeso. Podía escuchar el ritmo acelerado de su corazón, podía oler el miedo mezclado con una extraña fascinación. Era como si estuviera atrapada en un hechizo que ni yo mismo podía romper.

—¿Qué eres…? —susurró, apenas moviendo los labios.

No respondí.

Si lo hacía, rompería el frágil velo que me mantenía aún oculto entre los humanos.

Si lo hacía, la arrastraría a mi guerra.

Me di media vuelta, dispuesto a perderme en la oscuridad antes de que me hiciera más preguntas, pero entonces la escuché decir:

—Eres el lobo de mi carta.

Me detuve en seco. Mi espalda se tensó.

¿Cómo demonios lo sabía?

¿Quién era ella para hablarme así, como si el destino la hubiera puesto frente a mí a propósito?

Giré lentamente y la miré de nuevo. La luna acariciaba su rostro, iluminando esa baraja que sostenía entre sus dedos temblorosos. El naipe que me mostraba llevaba la figura de un lobo, con los ojos tan feroces como los míos cuando me transformaba.

Un escalofrío recorrió mi espina dorsal.

No era casualidad.

Las cartas habían hablado, y ella… ella podía verme de verdad.

—Escúchame bien, muchacha —dije con voz baja, acercándose lo suficiente para que pudiera sentir el calor salvaje que aún me recorría—. Si insistes en seguirme, si juegas a interpretar esas cartas, terminarás muerta.

Ella tragó saliva, pero no retrocedió. Su mirada seguía clavada en mí, desafiante, como si la advertencia no bastará para quebrar su decisión.

Me habría reído si la situación no fuera tan peligrosa.

Los vampiros no eran mis únicos enemigos. Ahora debía cuidarme también de una humana que parecía más valiente —o más terca— de lo que debería.

El viento cambió.

El aroma de Lucien y sus esbirros regresaba, aproximándose de nuevo. No tenía tiempo para seguir discutiendo con ella.

—Vuelve al circo —ordené—. Haz como si nada hubiera pasado. Si quieres seguir viva, olvida lo que viste.

Ella apretó las cartas contra su pecho.

No dijo que sí.

No dijo que no.

Solo me observó con esos ojos oscuros que parecían querer descifrar cada rincón de mi alma.

Y eso era lo más peligroso de todo.

Me fundí con la sombra de los árboles, dejando atrás el eco de su respiración temblorosa. Pero mientras corría, mientras mis músculos ardían por contener la transformación, una certeza crecía en mi interior:

La chica de las cartas y yo estábamos encadenados por algo más grande que nosotros.

Y tarde o temprano, ni mi furia ni su baraja podrían detener lo que se avecinaba.

Corrí hasta que el olor de los vampiros quedó atrás, hasta que el aire frío de la madrugada calmó el calor animal que me quemaba bajo la piel. Cada fibra de mi cuerpo me gritaba que debía regresar a mi manada, centrarme en la misión, en la venganza.

Pero no podía sacarme a Ariadna de la mente.

No podía olvidar cómo sostuvo esa carta con mi rostro impreso en ella, como si el destino mismo hubiera puesto en sus manos mi secreto.

Eso era imposible.

Los humanos no saben. Los humanos nunca saben.

Y, sin embargo, ella me había visto a través de mí.

Me apoyé contra un árbol, jadeando, mientras mis uñas aún medio transformadas se clavaban en la corteza. Mis colmillos asomaban, reclamando sangre, reclamando guerra. Pero lo único que recordaba era su mirada firme, su voz temblorosa, su valentía absurda.

—Maldita sea… —gruñí entre dientes.

No podía permitir que ella se acercara más.

No debía…

Porque si Lucien descubría lo que había visto, si llegaba a sospechar que esa humana tenía un vínculo conmigo, la desgarraría sin piedad frente a todos, solo para demostrar su poder.

Y yo…

Yo no estaba seguro de poder contenerme.



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En el texto hay: cartas, vampiros y lobos

Editado: 19.12.2025

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