La Voz De La La Carta Final

cap 6

La carta escondida🕯️

Ariadna

Regresé al circo al amanecer, con el corazón aún retumbando en mi pecho como un tambor de guerra.

El aire olía a humo de antorchas apagadas y a perfume barato, a esa mezcla que siempre cubría la lona del Circo de Medianoche. Pero esa vez no sentía la seguridad de siempre; sentía que cada rincón me vigilaba.

Metí la carta del Lobo en lo más profundo de mi baraja, como si esconderla pudiera borrar lo que vi.

Pero sabía que no.

Esa carta me quemaba los dedos.

Era como si me susurrara su nombre, como si Kael estuviera grabado en ella con fuego invisible.

Lucien me esperaba en el centro de la carpa principal.

Su sonrisa… esa sonrisa perfecta, inmortal, afilada como un cuchillo.

—¿Dónde estabas, pequeña vidente? —preguntó, con un tono meloso que no engañaba a nadie.

Me encogí de hombros.

—Meditando… las cartas hablan más fuerte en la noche.

Su mirada me recorrió como una daga. Durante un instante creí que podía leer mis pensamientos, arrancar de mi mente la imagen del hombre en el bosque, del lobo que casi me alcanzaba.

Pero no.

Solo asintió, como si estuviera satisfecho con mi respuesta… o como si estuviera esperando a que yo misma me delatara.

—Procura no perderte tanto, Ariadna. Aquí, hasta las sombras tienen hambre.

Lo dijo y se marchó, dejando tras de sí ese frío que siempre me obliga a temblar cuando él se aleja.

Me refugié en mi carpa, cerré la cortina y respiré hondo.

No podía confiar en Lucien.

Pero tampoco podía dejar de pensar en Kael.

Saqué el mazo.

Lo barajé.

Dejé que una carta cayera sobre la mesa.

Era la misma.

El Lobo.

Y esta vez, junto a la imagen del animal, apareció un segundo trazo que nunca había visto antes: una corona manchada de sangre.

Tragué saliva.

Eso solo significaba una cosa.

Kael no era un simple lobo.

Era un rey caído… o uno destinado a alzarse entre cadáveres.

Mi destino ya estaba entrelazado con el suyo, y lo peor de todo es que las cartas nunca mienten.

Mis manos temblaban mientras observaba esa corona ensangrentada brillando en la carta. Nunca antes un símbolo había cambiado frente a mis ojos. Nunca.

Sentí que alguien me observaba.

No era una sensación vaga, era real. El aire se espesó, y el silencio se volvió tan denso que podía escuchar el latido de mi corazón.

Giré la cabeza.

La cortina de mi carpa estaba entreabierta.

—¿Quién anda ahí? —pregunté con un hilo de voz.

No hubo respuesta.

Solo el roce de pasos ligeros alejándose.

Me levanté de golpe, las cartas resbalaron de la mesa y se desparramaron por el suelo como gotas de tinta negra. Intenté asomarme, pero el pasillo entre carpas estaba vacío. El circo entero parecía dormido, excepto por las linternas que oscilaban con el viento, proyectando sombras alargadas y grotescas.

Respiré hondo, intentando calmarme.

Entonces lo escuché:

—No juegues con lo que no entiendes, pequeña vidente…

La voz era un susurro, frío, acariciando mi oído aunque no había nadie cerca.

Me giré de golpe, pero la carpa estaba vacía.

Las cartas en el suelo comenzaron a moverse solas. Una por una, giraron hasta mostrar sus rostros.

Todas diferentes. Todas comunes.

Excepto una.

La misma carta.

El Lobo.

Siempre el Lobo.

Me arrodillé, respirando agitadamente, intentando apartarla. Pero se pegó a mi piel, como si mis dedos hubieran sido sellados con ella.

Y en ese instante, lo sentí.

Un aullido lejano, reverberando en mis huesos, llamándome desde más allá de las carpas.

Kael.

Sabía que no debía ir. Que si daba un paso hacia ese sonido, todo cambiaría.

Pero también sabía que las cartas nunca me habían mentido.

El destino ya estaba en movimiento.

El aullido resonaba en mi cabeza, más fuerte, más cercano, como si estuviera dentro de mí. La carta pegada a mi piel ardía, quemándome con un fuego invisible. Intenté arrancarla, pero cuanto más tiraba, más se hundía contra mi carne.

—¡Basta! —grité, como si alguien pudiera escucharme.

Y alguien lo hizo.

La cortina de la carpa se abrió de golpe. Una figura alta, elegante, con la piel tan pálida que parecía hecha de mármol, entró en silencio. Su presencia hizo que la temperatura bajara de inmediato.

Lucien.

El amo del circo.

Su mirada carmesí se posó en mis manos, en la carta pegada, y su sonrisa fue tan suave como letal.

—Veo que los secretos han decidido encontrarte antes de tiempo, Ariadna… —dijo con un tono casi paternal, aunque sus ojos eran cuchillas.

Tragué saliva, intentando ocultar el temblor de mi voz.

—No sé de qué habla… son solo cartas.

Lucien se inclinó hacia mí, su sombra cubriéndome por completo.

—Oh, no. —rozó con un dedo la carta que se negaba a soltarme, y sentí un frío mortal recorrerme el brazo—. Estas cartas no son tuyas, pequeña vidente. Pertenecen a un juego mucho más antiguo.

Se enderezó, su silueta recortada contra la tenue luz de la carpa.

—Y si no aprendes a jugarlo, terminarás siendo solo otra pieza rota en este tablero.

La carta, de pronto, se desprendió de mi piel y cayó al suelo como si nada hubiera pasado.

Lucien me sonrió de nuevo.

—Descansa, Ariadna. Mañana será una función… inolvidable.

Cuando se fue, mis piernas se aflojaron y caí de rodillas. Las cartas seguían esparcidas por el piso, pero no me atreví a tocarlas. Afuera, el viento arrastró un nuevo aullido.

Y, por primera vez, supe que el circo no era solo un espectáculo. Era una trampa.

Y yo ya estaba dentro de ella.



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En el texto hay: cartas, vampiros y lobos

Editado: 19.12.2025

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