Todo no fue más que basura.
Nosotros solo queríamos que nos apoyaran en lo que nos gustaba, pero ellos insistían en que hiciéramos algo que "valiera la pena".
Entonces, con la excusa de que éramos "rebeldes", nos inscribieron en la escuela de talentos, donde aseguraban que íbamos a volvernos obedientes y que íbamos a incorporar "verdaderas capacidades".
A pesar de que allí algunos podían llevar adelante las matemáticas, los idiomas y todas esas demás materias que no lográbamos comprender, lo cierto era que la mayoría éramos castigados por tratar de hacer algo diferente.
Una niña de mi aula escribía elegantes poemas con extraordinarias rimas, pero dejó de hacerlos cuando un maestro los tiró a la basura y le hizo escribir un ensayo de 100 hojas. Otro compañero tenía grandes habilidades para el dibujo, pero dejó de hacerlos cuando otro maestro se los quitó y lo obligó a hacer un estudio completo del cuerpo humano. También se supo de una chica de otra aula que fue obligada a recitar el himno en voz alta unas 50 veces, debido a que su grandioso canto había interrumpido una llamada de la directora.
Yo, un ejemplo de tantos más, fui obligado a estar sentado en un rincón durante dos horas seguidas por jugar fútbol en el recreo, ya que podía llegar a lastimar a alguien y, según ellos, el fútbol tampoco me servía para nada.
Cada día nos sentíamos más alejados de esas "verdaderas capacidades", pero mucho más de nuestras propias capacidades.
Como dije, todo no fue más que basura. Pero ya no será así.
Ahora tenemos un plan. Los profesores se intimidarán, nuestra voz se alzará y nuestros padres escucharán, entonces, lo que quisimos desde un principio:
Que nos dejen ser niños.