Finos hilos de luz se filtraban por los resquicios de las ventanas y caían directamente en mi rostro, advirtiéndome del nuevo día y exigiéndome despertar para comenzar con mi búsqueda. Me removí en la cama intentando ocultarme debajo de las cobijas, pero después de unos minutos comenzaron a invadirme los recuerdos de mis hermanos. Escuchaba sus risas atrapadas en aquellas paredes y sus voces llamándome con entusiasmo, instándome a unirme a sus juegos.
Froté mis ojos mientras me levantaba de la cama y observé el viejo lugar donde había compartido tantos momentos con ellos. La luz que entraba por la ventana era tenue pero suficiente para permitirme apreciar toda la habitación sin necesidad de encender la lámpara. Todo estaba exactamente como lo recordaba, salvo por una manta de un profundo color rojizo que cubría la pared detrás de la cama que solía usar Tom.
Un frío alarmante recorrió la piel de mis brazos, obligándome a abrazarme a mí misma. Mis ojos se fijaron en aquella manta y su extraña disposición en la habitación. Algo no estaba bien. Me levanté de un salto y, con rapidez, me acerqué a la cama opuesta. Alargué la mano y recorrí la tela con la punta de mis dedos. La jalé de un solo tirón, descubriendo completamente la pared.
Un nudo se formó en mi estómago. Me horroricé al ver lo que había detrás. Alguien había rasgado las paredes con un objeto afilado y escrito un sinfín de frases desconcertantes. Pero entre todo aquel caos de palabras incoherentes, dos resaltaban más que las demás: “Ha vuelto”. Dos palabras sin un significado claro, pero que lograban perturbarme profundamente.
No podía comprender cómo alguien se había atrevido a dañar la propiedad ajena, un hogar que, aunque abandonado, seguía siendo un refugio de memorias valiosas. La posada había sido el corazón de mi infancia, representando tanto mi felicidad como mi desdicha. Pensar que alguien había irrumpido para profanar aquel lugar me llenaba de una mezcla de tristeza y rabia.
_ Tienes que irte.
Todo mi cuerpo se paralizó al escuchar esa voz a mis espaldas. Era cercana, tan cercana que casi podía sentir el aliento en mi nuca. Mi corazón, acelerado, martillaba contra mi pecho. Reconocía esa voz, no había duda. Podía tratarse únicamente de él.
Me giré inmediatamente, llena de esperanza, deseando verlo. Pero el lugar estaba vacío. Estaba completamente sola en aquella habitación. Sentí un golpe de frío, un frío que no provenía del aire, sino de la decepción. Por un instante, había creído que mi hermano Tom podía estar con vida.
_ Tienes que calmarte. _ Me dije en voz baja mientras me frotaba el rostro con ambas manos. _ Ellos están muertos. Se fueron y no volverán, aunque yo lo desee desesperadamente.
Intenté aquietar mi mente. No había regresado a Stone Hill para alimentar ilusiones infantiles ni para perder la cordura como lo había hecho mi madre. Sin embargo, no podía evitar desear que Tom estuviera vivo. Porque si él vivía, significaba que Alex también estaría bien, que mi padre seguiría a nuestro lado y que mi madre nunca habría caído en esa abismal locura que destruyó nuestra familia. Pero esa vida perfecta no existía. Lo que quedaba era esta oscura y angustiante sombra que parecía empeñada en atormentarme.
Me senté en la cama, con la mirada fija en mis pies descalzos. No podía permitirme perder el control. Necesitaba concentrarme en mi búsqueda. Había regresado para entender qué había sucedido, para hallar respuestas que tal vez me liberaran de esta culpa que no me daba tregua.
Respiré hondo, dos veces, intentando tranquilizarme. Sin embargo, en cuanto el silencio se instaló de nuevo, un sonido irrumpió desde la cocina: pasos. Pasos que iban y venían, acompañados de un leve crujido de madera. La piel se me erizó.
_ Tienes que concentrarte. _ Me repetí, frotándome el rostro con cansancio. _ Todo esto está en tu mente.
A pesar de mis palabras, los sonidos continuaron. Tomé el valor suficiente para levantarme y dirigirme hacia la cocina. Mis pies descalzos rozaban el suelo frío mientras avanzaba por el pasillo. Con cada paso, la tensión en mi pecho aumentaba. La cocina estaba iluminada por una luz mortecina que se filtraba desde la ventana. Al asomarme, no había nadie.
Pero algo no estaba bien. La puerta del armario bajo el fregadero estaba entreabierta, algo que no recordaba haber dejado así. Me acerqué con cautela, incliné mi cuerpo para inspeccionar el interior y, de repente, un golpe seco resonó detrás de mí. Me giré con rapidez, pero nuevamente no había nadie.
_ ¿Quién está ahí? _ Grité, mi voz temblorosa resonó en la estancia vacía.
El silencio fue mi única respuesta. Retrocedí lentamente, tratando de reprimir el miedo. De pronto, lo vi: un papel arrugado en el suelo, justo en medio de la cocina. No estaba allí antes. Lo recogí con manos temblorosas y, al desdoblarlo, encontré un mensaje escrito con letra apresurada: “No sigas buscando. No estás sola.”
Sentí cómo el aire se me escapaba de los pulmones. El nudo en mi garganta era insoportable. Ya no había dudas: algo o alguien estaba jugando conmigo. Pero no me iría sin encontrar la verdad. No importaba el precio.
Con los dedos crispados, arrugué el papel y lo metí en el bolsillo. Entonces, me giré hacia la puerta principal de la posada y tomé una decisión: explorar cada rincón de este lugar, enfrentar lo que fuera necesario. Había regresado para hallar respuestas, y no me detendría hasta encontrarlas.
Editado: 31.01.2025