_ ¡Están todos locos! _ Salí de la casa de Ambrose rabiando como una desquiciada. No lo dejé terminar de hablar, no tenía intención de escuchar una sola palabra más de esas teorías absurdas que parecían emanar de las paredes mismas de ese lugar maldito. Mi paciencia estaba agotada; no quería continuar indagando en aquel pozo sin fondo de historias torcidas y rumores insanos que parecían ser un miembro vivo del pueblo.
Ese maldito pueblo… Siempre lo mismo: la casa, el apellido, las desgracias que caían sobre todos como si aquel lugar fuese un agujero negro de calamidades. ¿Por qué la gente parecía tan obsesionada con alimentarse de esas historias? Las adornaban, las pasaban de boca en boca, como si fueran joyas preciosas en lugar de las cadenas que mantenían al pueblo atrapado en un ciclo interminable de supersticiones y miedos.
_ ¡Puedes calmarte! _ Ethan, que había salido detrás de mí, caminaba a paso rápido, intentando alcanzarme. Su voz era apremiante, pero había en ella una nota de preocupación genuina. _ Julia, por favor, detente un momento.
Pero yo no podía detenerme. Sentía la sangre hervir en mis venas, el corazón golpeando en mi pecho como si quisiera escapar también. Finalmente, frené en seco, girándome con un movimiento brusco que hizo ondear mi cabello alrededor de mi rostro. Lo miré fijamente, los ojos ardiendo con la furia acumulada de años soportando la misma locura
_ ¿¡Que me calme!?_ Mi voz se elevó, dejando escapar toda mi frustración. _ ¡Todos en este pueblo están mal de la cabeza! Es como si no pudieran vivir sin inventar tragedias o buscar culpables para sus miserias. ¿Y sabes qué es lo peor? Que lo disfrutan. Se aferran a esas historias como si fueran su única razón de existir. ¡No existen los pueblos, ni las casas malditas!
Ethan me miró en silencio por un momento, su expresión un reflejo de algo que no supe descifrar del todo. ¿Era compasión? ¿Era resignación? Quise creer que entendía, que sentía al menos una fracción de la desesperación que me carcomía. Pero también sabía que, al igual que los demás, estaba atrapado. Todos estaban atrapados.
_ ¡Sí, que te calmes! _ La voz de Ethan tronó con una fuerza, su mirada clavándose en la mía con una intensidad que me hizo retroceder un paso. _ Vienes aquí buscando respuestas sobre algo que ocurrió hace años, algo que según tú destruyó tu magnífica vida citadina. Pero lo cierto, Julia, es que te quedaste atrapada en ese momento, congelada en el tiempo, sin poder avanzar realmente.
Sus palabras golpearon como un martillo, cada una abriendo fisuras en el muro de rabia que me protegía. Quise interrumpirlo, decir algo, cualquier cosa, pero no me dio oportunidad.
_ Llegas aquí, a este pueblo que tanto desprecias, y no paras de hablar mal de todos nosotros. Nos llamas locos, nos acusas de aferrarnos a historias estúpidas y maldiciones como si eso fuera lo único que nos define, como si nuestra vida no tuviera más valor que esas leyendas. Pero dime algo, Julia… _ dio un paso hacia mí, acortando la distancia entre nosotros, su tono más bajo pero cargado de una intensidad que me desarmó. _ ¿Quién está más atrapado?
Me quedé en silencio, sintiendo cómo el eco de sus palabras reverberaba en mi cabeza. Quería contestar, quería gritarle que estaba equivocado, pero no podía. Porque, en el fondo, algo de lo que decía era verdad. Había pasado años huyendo de ese recuerdo, de esa sombra que había marcado mi vida. Me convencí de que, si podía dejarlo atrás, si podía enterrarlo, entonces podría avanzar. Y, sin embargo, ahí estaba, de vuelta en el lugar que tanto odiaba, removiendo heridas viejas en busca de respuestas que tal vez nunca iba a encontrar.
_ ¿Te has mirado a ti misma, Julia? _ Continuó Ethan, su voz más calmada, aunque el peso de sus palabras seguía aplastándome. _ No son las historias las que te tienen atrapada, ni siquiera la casa o el apellido. Eres tú. Eres tú quien no ha podido soltarlo, quien sigue cargando el pasado como si fuera una maleta llena de piedras. Tal vez el pueblo no es el problema. Tal vez el problema eres tú.
Lo miré fijamente, sintiendo una jodida combinación de ira y tristeza que se enredaba en mi pecho como una cuerda apretada. ¿Era eso lo que pensaba de mí? ¿Que yo era mi propio peor enemigo? Las lágrimas se acumularon en mis ojos, pero las contuve, negándome a mostrar debilidad frente a él.
_ Julia. _ La voz de Ambrose rompió el silencio, atravesando el aire húmedo y denso del atardecer. Me giré, y lo vi avanzar con dificultad por el camino enlodado, sus pasos pesados marcando huellas profundas en la tierra mojada. Su rostro, surcado por arrugas de una vida entera, mostraba una preocupación tan genuina que me hizo sentir un nudo en el pecho. De repente, una oleada de culpa me invadió.
Sin pensarlo, comencé a caminar hacia él, apresurando mis pasos para no obligarlo a seguir detrás de una mujer tan desconsiderada. Las gotas de lluvia fina que comenzaban a caer se mezclaban con el sudor frío en mi frente. No podía evitar sentirme pequeña ante su presencia.
Cuando por fin estuvimos frente a frente, Ambrose tomó mi mano con la suya, huesuda y temblorosa, y depositó algo en mi palma con sumo cuidado. Su mirada se encontró con la mía, y en sus ojos pude ver tristeza mezclada con una especie de resignación que me hizo doler el corazón.
_ Quiero que te lleves esto. _ Su voz era baja, pero firme. Abrí la mano para descubrir una delicada cadenilla con una medalla que llevaba grabada la figura de un santo.
Editado: 31.01.2025