_ ¿Qué estás haciendo? _ Preguntó Ethan, lanzándome una mirada de reojo mientras mantenía las manos firmes en el volante.
Yo, con la cabeza casi enterrada en mi bolso, rebuscaba frenéticamente entre las páginas amarillentas de los diarios de mi abuela.
_ Busco algo. _ Murmuré sin apartar la vista de los cuadernos. Pasé la punta de los dedos por la gastada cubierta de uno de ellos antes de abrirlo. _ Tú concéntrate en el camino.
Ethan suspiró, pero volvió su atención a la carretera. El murmullo constante del motor nos envolvía en un silencio tenso, solo interrumpido por el crujido del papel mientras hojeaba los diarios, uno tras otro, como si supiera exactamente qué esperaba encontrar.
_ No vas a pasar la noche en Stone Hill. _ Soltó de repente. No era una pregunta, sino una afirmación.
Su tono era firme, pero yo seguía inmersa en la caligrafía de mi abuela.
_ No creo que sea un lugar seguro. _ Continuó. _ Y lo siento, Julia, pero después de lo que Ambrose nos contó, creo que tu abuela y todo el pueblo tienen razón sobre esa casa… y sobre Stone Hill en general.
_ No voy a pasar la noche en Stone Hill. _ Repetí distraídamente, con la mirada fija en las palabras de mi abuela.
Ethan pareció relajarse… hasta que levanté la vista y añadí:
_ En todo caso, pasaremos la noche en Stone Hill.
El auto se detuvo de golpe con un frenazo brusco que me lanzó violentamente hacia adelante.
_ ¡Ethan! _ Protesté, sujetándome del tablero.
Él me miró con el ceño fruncido, su mandíbula tensa.
_ No. _ Dijo con voz dura. _ Yo no voy a pasar la noche en esa casa.
No le respondí de inmediato. Mi atención estaba clavada en una de las páginas del diario, mi corazón latiendo con fuerza.
_ Aquí… mira esto.
Le tendí el cuaderno con la urgencia reflejada en mis ojos. Ethan lo tomó con cierta reticencia, pero lo abrió y comenzó a leer.
El silencio en el auto se hizo aún más denso.
5 de noviembre de 1986
Anoche, Elizabeth vino a verme. Tocó la puerta con tal urgencia que supe, incluso antes de abrir, que algo la había alterado profundamente. Cuando la dejé entrar, estaba pálida como una sábana, con los ojos muy abiertos y las manos aferradas al chal que llevaba sobre los hombros.
_ Lo vi. _ Susurró apenas cruzó el umbral.
No tuve que preguntarle a quién se refería. No hacía falta.
Le serví un poco de té, intentando que sus manos dejaran de temblar, pero su mirada seguía perdida en algún punto más allá de mi pequeña cocina. Se llevó la taza a los labios, pero no bebió.
_ El hombre de negro. _ Dijo al fin. _ Estaba allí, de pie, al otro lado del camino, justo frente a mi ventana. No se movía, no hablaba… solo me miraba.
Sentí un escalofrío recorrerme la espalda.
_ ¿Cuánto tiempo estuvo allí?
_ No lo sé. _ Su voz era apenas un murmullo. _ Me quedé paralizada. Sabía que, si parpadeaba, si apartaba la mirada por un segundo, podía desaparecer. Pero también sabía que él me estaba viendo. Que me veía de verdad.
Tomé sus manos entre las mías, tratando de transmitirle algo de calma.
_ Es por tu don, se siente intimidado. _ Le dije con suavidad.
Elizabeth negó con la cabeza, pero en sus ojos vi algo más que miedo. Vi aflicción.
_ Ethan estaba dormido. _ Continuó después de un largo silencio. _ Pero cuando me giré para mirarlo… supe que él también lo verá algún día.
Mi pecho se apretó.
No pude decirle que estaba equivocada.
No pude decirle que Ethan estaría a salvo.
Porque no lo estaría.
Ethan comenzó a sacudir la cabeza, negando una y otra vez, como si en el fondo se negara a aceptar lo inevitable. Pero después de todo lo que habíamos vivido en los últimos días, quedaba claro que no tenía otra opción.
_ ¿Qué demonios sucede en este pueblo? _ Explotó, golpeando el volante con frustración.
El eco de su furia se disipó rápidamente en el silencio del auto. Yo exhalé despacio, intentando contener mi propia inquietud.
_ No tengo idea _ Admití, tomando nuevamente el diario de mi abuela. Pasé las páginas hasta encontrar el párrafo que me había llamado la atención y lo señalé con el dedo. _ Aquí, la abuela dice que ese hombre misterioso se sentía intimidado por tu madre. ¿Por qué?
Ethan me miró como si acabara de perder la cabeza.
_ ¿Y cómo se supone que lo voy a saber? _ Resopló. _ Tal vez solo eran impresiones de tu abuela. Quizá lo dijo para tranquilizarla, para que no se asustara más de lo que ya estaba.
Negué con firmeza.
_ No, Ethan. Tus padres te enviaron lejos por una razón. Ella quería protegerte… porque temía que, al igual que ella, tú también pudieras percibirlo.
Editado: 31.01.2025