_ No confío en él. _ Confesó Ethan en voz baja, sin apartar la mirada de Alex, quien dormía plácidamente en el sillón. Su respiración era tranquila, su rostro sereno… demasiado sereno. _ Sé que es tu hermano, pero no confío en él.
Sus palabras quedaron suspendidas en el aire, pesadas, cargadas de duda.
Me quedé observando a Alex, intentando encontrar en su expresión dormida algún indicio del niño que recordaba, del hermano que solía protegerme cuando éramos pequeños. Pero no lo encontré.
Dormía con una paz inquietante, como si nada hubiese ocurrido, como si el pasado no lo persiguiera del mismo modo que a mí. Como si todo lo que había sucedido en Stone Hill no fuera más que una simple anécdota sin importancia.
Lo amaba. Siempre lo haría. Pero en ese momento, no podía negar lo evidente: había algo en él que no reconocía.
Ethan seguía mirándolo con el ceño fruncido, su mandíbula tensa.
_ No te culpo. _ Murmuré finalmente, tomando un sorbo del café caliente que él había preparado para ayudarnos a calmar los nervios. El líquido quemó un poco al pasar por mi garganta, pero lo agradecí.
Porque, aunque no quería admitirlo en voz alta, en el fondo yo tampoco confiaba en Alex.
_ Deberíamos revisar eso. _ Dijo Ethan en voz baja, señalando los documentos que había sacado del sótano.
Asentí sin decir nada y extendí los planos sobre la mesa con manos temblorosas. El papel crujió bajo mis dedos, frágil por el tiempo y cubierto de un polvo fino que parecía haber estado allí por décadas.
A primera vista, los planos parecían ser el diseño arquitectónico estándar de Stone Hill: habitaciones, pasillos y alas de la mansión trazados con meticulosa precisión. Pero cuanto más los observábamos, más evidente se hacía que algo no encajaba.
Había modificaciones extrañas. Correcciones, tachones, líneas añadidas con tinta mucho más oscura que la original. Puertas dibujadas donde nunca las habíamos visto, habitaciones que no recordábamos haber pisado y pasadizos ocultos que conectaban lugares que, hasta ahora, parecían separados.
Pero lo más inquietante estaba en el sótano.
El mapa mostraba un nivel subterráneo mucho más grande del que habíamos explorado, con túneles que se extendían más allá de los límites de la casa. Y en varios puntos clave, repetido una y otra vez, estaba el mismo símbolo retorcido que habíamos visto en la puerta oculta del sótano.
Los extraños grabados no solo marcaban el sótano, sino que parecían rodear ciertas habitaciones de la casa, formando un patrón que no podía ser casualidad. Como si estuvieran conteniendo algo… o advirtiendo de su presencia.
Fue entonces cuando mis ojos se posaron en una pequeña anotación en un rincón del plano.
La tinta estaba desvaída, como si el tiempo hubiera intentado borrar la advertencia, pero aún era legible.
"No abrir. No entrar. No despertar."
El aire a mi alrededor pareció enfriarse de golpe.
Tragué saliva y desvié la mirada hacia el otro objeto que habíamos tomado del sótano: el viejo cuaderno de cuero desgastado.
Tomé el cuaderno con cuidado, sintiendo la textura áspera y desgastada del cuero bajo mis dedos. El tiempo había dejado su huella en él: los bordes estaban deshilachados, las esquinas dobladas y la cubierta desprendía un leve olor a papel antiguo y humedad.
Tragué saliva y, con una mezcla de ansiedad y temor, deslicé mis dedos por el borde de las páginas antes de abrirlo en la primera hoja.
La tinta, aunque desvaída, seguía siendo legible. La caligrafía era firme, pero había algo en ella… algo inquietante. Algunas letras parecían escritas con prisa, otras con una meticulosidad obsesiva, como si el autor hubiera querido asegurarse de que cada palabra quedara perfectamente plasmada.
Respiré hondo y comencé a leer.
Octubre 1934
Nunca fui un hombre supersticioso. Crecí creyendo en el esfuerzo, en la disciplina, en la certeza de que el éxito se forja con sudor y determinación. Pero algo cambió… algo nuevo se ha manifestado en mi vida.
La primera vez que escuché la voz, pensé que era mi propio pensamiento, una idea súbita, un destello de inspiración. “Toma el camino menos transitado”, me susurró aquella noche mientras observaba la sala repleta de inversores que dudaban de mi proyecto. Lo hice, improvisé una estrategia que no había considerado antes, y en cuestión de minutos los vi asentir, convencidos. Firmaron el contrato. Fue mi primer gran triunfo.
Desde entonces, ha regresado. No con frecuencia, pero siempre en los momentos cruciales. No sé cómo explicarlo, pero cuando la voz habla, sabe exactamente lo que debo hacer. No es duda, no es intuición… es certeza.
Esta noche, mientras revisaba las cuentas de la empresa, volvió a manifestarse. “No temas arriesgarte. Confía. Da el siguiente paso.” Sus palabras eran frías pero llenas de una seguridad absoluta. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda, pero obedecí. Invertí el doble de lo planeado. El resultado fue un éxito arrollador.
No sé qué es esta voz. No sé de dónde viene.
Editado: 31.01.2025