La voz de Stone Hill

El sacrificio de la fortuna

_ Julia, debes despertar.

El susurro de Ethan rozó mi piel como una caricia invisible, arrancándome lentamente del abismo del sueño. Me removí entre las sábanas, intentando ignorarlo, aferrándome a los últimos fragmentos de descanso que aún flotaban en mi mente.

_ Julia, por favor. Debo mostrarte algo.

Su voz era baja, pero firme. Algo en su tono despertó una alarma en mi interior.

Parpadeé varias veces antes de incorporarme con torpeza. Mis músculos protestaron y un leve mareo me golpeó al cambiar de posición. Me llevé las manos a los ojos, frotándolos con suavidad mientras intentaba ajustar mi vista a la penumbra del cuarto.

El aroma de lavanda aún flotaba en el aire.

Me tomó unos segundos darme cuenta de dónde estaba. El cuarto de la madre de Ethan.

Las sombras proyectadas por la lámpara de la mesita de noche se alargaban en las paredes, danzando con el leve movimiento de la llama de una vela. Todo en la habitación parecía detenido en el tiempo.

Me giré lentamente hacia Ethan, quien estaba sentado en el borde de la cama, observándome con una expresión tensa. Había algo en su mirada, algo pesado, como si estuviera debatiéndose entre hablar o callar.

_ Lo siento… _ Murmuré con voz ronca, pasándome una mano por el cabello. _ ¿Cuánto he dormido?

Me costaba despabilarme, como si el sueño aún me envolviera con su peso invisible.

Ethan negó con la cabeza.

_ No importa. _ Su voz era baja, tranquila, pero cargada de algo más. _ Lo necesitabas.

Pero su expresión decía otra cosa.

Fruncí el ceño, enderezándome un poco más.

_ ¿Qué te pasa?

Él suspiró y apartó la mirada por un momento, como si estuviera eligiendo con cuidado sus palabras. Cuando finalmente me miró de nuevo, sus ojos reflejaban algo parecido a la duda… o al miedo.

_ ¿Cuánto confías en tu hermano?

Su pregunta me tomó completamente desprevenida.

_ ¿Qué? _ Mis cejas se arquearon en confusión.

Ethan no apartó la vista.

_ Julia, mientras dormías, no podía dejar de pensar en la historia de tu hermano. Algo… algo en su relato no encajaba del todo.

Su voz era cautelosa, como si midiera mi reacción.

_ Entonces recordé que mi madre no solo pintaba. También tenía cuadernos donde dibujaba cosas… cosas que nadie entendía.

Se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas y entrelazando los dedos.

_ Aproveché que te traje aquí para buscarlos. _ Hizo una pausa, como si dudara en continuar. _ Y encontré algo.

Mi corazón comenzó a latir con fuerza.

_ ¿Qué cosa? ¿Qué encontraste?

Ethan tomó aire lentamente antes de responder, y su siguiente frase cambió por completo el aire de la habitación.

_ Algo que no sé cómo interpretar… pero que podría cambiarlo todo.

El silencio que siguió fue denso y cargado de incertidumbre.

Y, de pronto, el aroma a lavanda ya no me pareció tan reconfortante.

Ethan me tendió el cuaderno con cautela, sosteniéndolo con ambas manos como si pesara más de lo que parecía. Sus ojos estaban fijos en los míos, estudiando cada pequeña reacción, cada destello de reconocimiento en mi rostro.

Lo tomé con dedos temblorosos, sintiendo el cuero viejo y desgastado bajo mis yemas. Había algo inquietante en la forma en que lo miraba, como si deseara que no lo abriera, pero al mismo tiempo necesitara que lo hiciera.

Tragué saliva y pasé las páginas con un nudo en la garganta, hasta que una ilustración en particular me arrancó el aliento.

Mis ojos se abrieron de par en par.

Era un dibujo detallado. Demasiado detallado.

El sótano de Stone Hill estaba allí, representado con trazos precisos y una crudeza escalofriante. Podía sentir la humedad en las paredes, el aire denso y el eco de los susurros en mi mente. Pero lo peor no era el escenario.

Lo peor eran las figuras.

Tres siluetas.

Dos de ellas se abrazaban desesperadamente, en una postura de pánico, de súplica. La tercera alzaba un cuchillo sobre sus cabezas, con el filo listo para caer. La pose era rígida, ceremonial… calculada.

No podía apartar la mirada de aquel dibujo.

_ No… _ Murmuré, mi voz apenas un hilo de aire.

Mi estómago se revolvió.

Detrás de la figura con el cuchillo, una sombra se alzaba. Oscura. Alargada. Descomunal.

El Hombre de Negro.

El corazón me martilleaba en el pecho.

_ Ethan… _ Mi voz sonó rota, apenas reconocible. _ ¿Cuándo dibujó esto tu madre?

Ethan tragó saliva, como si le costara pronunciar la respuesta.

_ Años antes de que sucediera.




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