La lámpara titiló una vez más antes de apagarse por completo. La oscuridad nos envolvió como un sudario, y en ese instante supe que el Hombre de Negro estaba aquí.
El aire se volvió espeso, cargado de una presencia antinatural. Pude sentir algo moviéndose en las sombras, una entidad que no pertenecía a este mundo pero que lo reclamaba como suyo. La voz de Alex se alzó por encima del silencio:
_ Julia, no tienes que resistirte. Acepta tu destino.
Mis piernas temblaban, pero no me permitiría ceder al miedo. No ahora. No después de todo.
_ No. _ Mi voz salió firme, a pesar del nudo en mi garganta. _ No seré parte de esto.
Un escalofrío recorrió mi espalda cuando las sombras comenzaron a moverse a su alrededor, como si se alimentaran de su presencia. Mi hermano ya no era solo Alex. Algo más lo habitaba.
Y entonces, la puerta del sótano se abrió de golpe.
Ethan irrumpió en la estancia, con la cara ensangrentada y la respiración entrecortada. Alex lo había dejado inconsciente con aquel golpe, pero Ethan había vuelto. Y había vuelto por mí.
_ ¡Suéltala! _ rugió, lanzándose contra mi hermano mientras dejaba caer un contenedor al suelo con un estrépito.
Los dos chocaron con una violencia brutal, cayendo al suelo enredados en un forcejeo desesperado. Ethan golpeó a Alex con todas sus fuerzas, pero este pareció no inmutarse. No era natural. No era humano.
Aproveché la distracción para moverme. Mi corazón latía con fuerza descontrolada mientras escaneaba la habitación con la vista. Necesitaba algo. Algo para cambiar el rumbo de esta pelea.
Y entonces lo vi.
Un cuchillo descansaba en el suelo, junto a la base de la mesa de piedra. Me lancé hacia él sin dudar, pero en el instante en que mis dedos lo rozaron, una fuerza invisible me arrojó hacia atrás.
El Hombre de Negro estaba aquí.
Un susurro llenó la habitación, antiguo y oscuro. No eran palabras, sino una presencia que penetró mi mente como un veneno.
Ethan gritó cuando Alex lo lanzó contra la pared con una fuerza inhumana.
¡Julia! _ Gritó Ethan, su voz aún impregnada de aturdimiento mientras me lanzaba un encendedor.
No tenía tiempo para dudar. Con el pulso acelerado y la certeza de que esta era nuestra única salida, corrí hacia el contenedor que Ethan había dejado caer. El olor acre de la gasolina me golpeó de inmediato, ardiendo en mi nariz y en mi garganta. Sin perder un segundo, lo levanté con ambas manos y comencé a esparcir el líquido sobre las vigas de madera y la puerta, empapando cada superficie con la intención de reducirlo todo a cenizas.
El eco de los pasos de Alex resonaba detrás de mí, cada vez más cerca.
¡Detente, Julia! _ Su voz era un rugido de furia y desesperación, pero yo ya no escuchaba.
Con las manos temblorosas, deslicé el pulgar sobre la rueda del encendedor. Una chispa. Luego otra. Finalmente, la llama cobró vida, pequeña pero feroz, reflejándose en mis ojos.
El fuego había nacido.
_ Mamá tenía razón… _ Susurré.
El fuego nació de inmediato, con hambre feroz. Se extendió por las vigas y trepó por las paredes como una criatura viva.
Alex se giró hacia mí, sus ojos oscuros brillando con furia. _ ¡No!
Stone Hill rechinó, como si la misma casa estuviera gimiendo en agonía. La presencia del Hombre de Negro se agitó en el aire, furiosa, impotente.
Ethan, a pesar del dolor, se levantó de inmediato y corrió hacia mí. _ ¡Tenemos que salir de aquí!
Las llamas crecieron con rapidez, envolviendo todo a su paso.
Alex no se movió. Se quedó allí, observándonos con una expresión extraña. _ Tú no entiendes… _ susurró. _ Esto es más grande que nosotros.
El fuego lo rodeó. Y por primera vez, vi miedo en sus ojos.
Ethan tiró de mi brazo y corrimos escaleras arriba. La casa entera crujía bajo nuestros pies, consumida por las llamas.
_ ¡Alex! _ Grité, volteándome una última vez.
Mi hermano me miró, y por un instante, creí ver al niño que alguna vez fue.
Pero ya era demasiado tarde.
Las sombras lo envolvieron justo cuando el techo colapsó sobre él.
Salimos de Stone Hill justo cuando la casa comenzó a derrumbarse. Afuera, la lluvia caía con violencia, pero nada podía detener las llamas que devoraban la maldición de nuestra familia.
Ethan y yo caímos de rodillas en el barro, viendo cómo la historia de mi familia ardía hasta los cimientos.
Y en medio del crepitar del fuego, creí escuchar una última voz en el viento.
Un susurro de despedida.
Y luego, nada.
Solo el silencio.
Editado: 31.01.2025