La Voz De Un Sendero Entre Las Hojas

LA GRUTA

Se preguntó Akins si había llegado de nuevo al punto de partida. Al núcleo exacto de todas sus pesadillas.

Un sendero extenso a los pies de una montaña por donde toda la gente caminaba.

— ¿Estas personas también van al infierno? —se preguntó en voz elevada—

— La subida de 150 metros del sendero qué lleva a los templos por ser bastante empinadas y cubiertos de neblinas, pueden llegar a parecer lo más parecido a un infierno, pero a llegar arriba no hallarás más que paz y notarás que habrá valido la pena —le dijo un guardia del lugar que había oído sus palabras—

— ¿Usted puede oírme?

Para el guardia el chico le resultó de rara actitud, sin embargo, le contestó que sí.

— Si sigues este sendero llegarás a la gruta de Sanbanggulsa

— ¿Una gruta? ¿Hay una gruta allá arriba?

— Así es. La gruta de Sanbanggulsa como acabo de decirte.

El recuerdo de una gruta que no emanaba más que llantos de dolor asaltó sus pensamientos. La imagen de su pequeña Aurora dormida en la eternidad de un sepulcro, rodeada de infinitas flores.

— Mi Aurora está allá arriba. Finalmente, la encontré —dijo aventurándose a caminar por el extenso sendero que conducía a aquel lugar—

Durante su apresurado y a la vez dificultoso trayecto, otras personas avanzaban con pasos más lentos. Él se detuvo un momento al observar que la neblina amenazaba con su hermoso ángel su reencuentro perturbar. Observó sus manos y luego sus pies. Aún había tiempo, pues aun sus extremidades podía ver.

— Esta neblina se traga a las personas y las lleva a un mundo de tinieblas, pero todas desean ver a mi ángel luminoso —volvió a decir en voz elevada— No sienten temor igual que yo.

Según las fuerzas que le permitían sus piernas, prosiguió su marcha con pasos acelerados mientras le rogaba a los tronos del cielo qué le permitieran llegar a su lado.

Era una mañana gris en la isla de Jeju. Las nubes estaban espesas y amenazaban con lanzar una gran tormenta, sin embargo, Akins logró atravesar las tinieblas.

Una estatua de piedra dedicada a Gwanseeum-bosal (El Bodhisattva de la Compasión) parecía darle la bienvenida, al igual que una hermosa pagoda de piedra de cinco pisos con una rueda del Dharma que decía "Camino Óctuple” en su base.

Fatigado buscó un lugar donde poder reposar. Akins acababa de llegar a un lugar nada parecido a lo que había podido imaginar.

Para su fortuna el largo sendero a la gruta contaba con numerosos miradores y en el Templo de Bomusa pudo encontrar uno donde descansar.

Aquel mirador le otorgaba una vista imponente del Mar del Sur y de la costa suroeste de la isla de Jeju-do mientras le devolvía unas gotas de conciencia que yacían dormidas en su mente. Recordó que alguna vez había leído libros de historias acerca de los monjes budistas y la enorme estatua dorada dedicada a Yaksayeorae-bul (El Buda de la Medicina y el Buda del Paraíso Oriental). Yaksayeorae-bul que miraba serenamente hacia el Salón Daeung-jeon.

— ¿Mi ángel se encuentra en la gruta de Sanbanggulsa? —se preguntó poniéndose de pie—

Debía ir hasta allá de inmediato, por lo que retomó el sendero atravesando el templo Sanbangsa y las tiendas hasta encontrar finalmente las escaleras que conducían a la gruta.

En su trayecto pudo observar nuevamente el Mar del Sur. La isla de Mara-do y la costa de Dragon Head hasta llegar a la cima de la cresta que albergaba el Templo Sanbanggulsa. Allí observó la gruta negra de gran altura e ingresó con pasos lentos observando todo su alrededor. Una escritura antigua Hanja a lo largo de la cara de una cueva se expandía ante sus ojos.

Akins se topó con otras escaleras y subió más allá de la gente qué se encontraba rezando en el lugar. Se paró delante mismo del altar principal de la gruta Sanbanggulsa, sin embargo, todo lo que veía era una estatua solitaria de un monje budista. Una estatua negra perteneciente a Seokgamoni-bul (El Buda histórico) de un par de metros que parecía haber sido hecha de la misma roca volcánica que era la isla de Jeju-do.

En absoluto silencio escuchaba una y otra vez goteos de agua. Levantó la mirada y vio que provenían del techo de la cueva. Un hombre que se encontraba cerca de él rezando se acercó para beber el agua qué caía del techo y que se acumulaba justo debajo de la estatua del Buda.

— Mi ángel no está aquí. Ella no está aquí —dijo en voz elevada—

El hombre que bebía el agua de la fuente de Buda lo escuchó. Los ojos de Akins se llenaron de lágrimas e ira incontrolable.

— Mi ángel no está aquí. ¿Por qué? ¿Por qué?

A punto de derribar todo el altar y de profanar con su tempestad interior toda la paz del templo, el hombre que oyó sus palabras lo detuvo sujetando ambas muñecas de sus manos y enganchando sus piernas a las del joven para reducirlo al suelo y quedar finalmente sobre él sujetándolo del cuello con el brazo inferior derecho.

— Yo qué tú no haría lo que has intentado hacer ni aquí ni en ningún otro lugar, muchacho. Te soltaré ahora y te calmarás porque los guardias no tardarán entrar —le advirtió el hombre susurrándole al oído— Te soltaré y seguirás mis palabras si quieres salir de este problema.




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