La Voz De Un Sendero Entre Las Hojas

UNA DURA CONVIVENCIA

— Muchacho, es muy importante que controles tu ira y tus malos impulsos. No puedes andar por la vida queriendo golpear a las personas y derribar todo lo que hay a tu alrededor —le decía el maestro Soo Chung Hee al joven Akins que había despertado luego de un largo sueño provocado por el tranquilizante que el Doctor Doyun le había inyectado—

— Ya no quiero dormir, maestro. No permita que ese doctor vuelva a inyectarme otra vez. No lo permita, por favor —suplicaba entre llantos balanceándose de atrás a adelante a punto de caer en una nueva crisis—

El maestro tomó al chico de los brazos.

— Cálmate… cálmate ya. Mírame y escúchame. Anda… Hazlo.

Difícilmente el joven intentó calmarse y centrar su atención en el maestro.

— Nada de esto volverá a suceder si tú logras controlar todos tus malos impulsos. Al Doctor Doyun no le queda de otra que inyectarte si te pones en un estado incontrolable.

— ¿Usted me entregará a ese doctor y al policía? ¿Lo hará?

— No haré nada de eso. Tú te quedarás aquí conmigo porque me has dicho que aquí te sientes a gusto. De todos modos el Doctor Doyun vendrá a verte dos veces a la semana y seguirás tus terapias con él.

— Yo no necesito terapias.

— Por supuesto que las necesitas. Y aparte de las terapias con el Doctor Doyun también tendrás tus terapias conmigo.

— ¿Con usted?

— Así es. Solo que las mías serán muy distintas, muchacho.

— ¿Usted también es doctor, maestro? —preguntó engañosamente más calmado—

— Lo soy.

El joven Gregg Akins se puso inmediatamente de pie.

— Usted también me inyectará cosas todo el tiempo. Me engañó y me trajo hasta aquí.

— No digas tonterías. Te invité a venir y tú aceptaste.

— Pues ahora mismo me marcho de este lugar.

— Akins…

— No me llame de ese modo. Déjeme salir.

— Ese es tu verdadero nombre.

— No lo es —vociferó intentando abrir la puerta que estaba asegurada con llave—

— Solo deseo ayudarte, muchacho. Mira en qué estado te pones por nada. ¿Piensas que voy a hacerte daño?

— Usted es un doctor. Y todos los doctores hacen daño. Inyectan a las personas.

— Pues yo no lo hago.

— Miente. Déjeme salir de aquí.

— No utilizo ningún tipo de fármacos con ninguno de mis pacientes, y he tratado con casos mucho peores que el tuyo. Realmente peores.

— Yo no estoy enfermo.

El chico yacía parado de cara a la puerta y a espaldas del maestro.

— Lo estás. Tienes Asperger y aparte de eso una cabeza muy confundida con historias y momentos que no has vivido nada más que en tus sueños.

— Ya cállese. No diga nada más. No hable. Cierre la boca.

— No me faltes al respeto de ese modo. Estoy intentando conversar contigo, pero ni siquiera eso puedes.

— Pues no quiero conversar. Déjeme salir. Quiero irme de aquí.

— ¿A dónde irás?

— A cualquier parte. Déjame ir.

— ¿Por qué buscabas a tu ángel en la gruta?

El joven no contestó.

— Contéstame. ¿Quedaron en encontrarse en la gruta de Sanbanggulsa?

Akins negó con la cabeza.

— ¿Entonces porque la buscabas allí?

— Pensé que allí estaría.

— ¿Por qué pensaste eso?

— Hace demasiadas preguntas —dijo cubriéndose los oídos con las manos— No me gustan las preguntas. Déjeme ir.

— Si no contestas mis preguntas no podré ayudarte a encontrarla y no podré ayudarte a recuperar esa cabeza perturbada que tienes.

— ¿Usted conoce otras grutas? ¿Podría llevarme hasta ellas para buscarla?

— Te ayudaré a que vuelvas a estar con ella.

El maestro Soo Chung Hee no tenía intenciones de engañar al muchacho. No existían otras grutas en la isla de Jeju-do. Algo similar a una quizás en las cuevas de lava como las de Gimnyeong, pero nada que quisiera mencionarle al chico y que saliera huyendo en una vana búsqueda.

— ¿Por qué piensas qué encontrarás a tu ángel dentro de una gruta?

— Ella es una bella durmiente dentro de una gruta. Rodeada de infinitas flores y con una tiara de reina sobre la cabeza.

— ¿Cuál es su nombre?

— Aurora. Mi pequeña Aurora. Mi hermosa reina de París, pero ese ya no será su nombre.

— ¿Cuál será su nombre?

— Ohazia. Mi hermoso ángel de alas luminosas.

— Bien –dijo el maestro tomando cada palabra del joven para tenerla muy en cuenta al momento que fuera necesario— Por el momento nos centraremos solo en Aurora.

— Pero si son la misma persona, maestro.




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