La Voz De Un Sendero Entre Las Hojas

HOMBRES VALIENTES

No poseía recuerdos en aquel inmenso lugar más que los pocos que había arrastrado tras los pasos de su tesoro más preciado, sin embargo, en lo profundo de sus sueños aquel plató fue el epicentro de todas sus batallas. De todas sus pesadillas. Las mismas que al cerrar sus ojos una y otra vez se repetían.

Naciste de noche

como las estrellas

Y mamá te cantaba

La nana más bella.

Te adoraba. Tú eras

su hermoso lucero.

La luz más brillosa

de todo su cielo

— ¿Madre? ¿Madre, eres tú?

— Soy yo, cariño. Ven aquí conmigo. Toma mi mano.

El niño se acercó y sujetó la mano de su madre que tenía meciendo entre sus brazos a un bebé. La miró a los ojos y sonrío.

— Si eres tú. Eres mi madre.

— Y tú eres mi niño. Te gusta mucho esa canción y siempre la canto para ti antes de dormir.

— Karîm… —Se oyó una voz estrepitosa que amenazó con quebrar el encanto de manera horrorosa—

— No voltees mi niño. No mires. Quédate aquí conmigo.

— Karîm, hijo. No le creas a esa mujer. Yo soy tu madre. Voltea. Mírame y ven aquí junto a mí. Karîm…

— Ignora esa voz, mi niño. Yo estoy aquí contigo. Yo soy tu madre.

— Karîm... Hijo mío.

— No mires atrás. Mi pequeño valiente, no temas jamás.

— Hijo… hijo mío. No puedes ignorar a tu madre. Yo soy tu madre porque fui yo quien te amó y te crió.

— No voltees. No la mires.

— Hijo…

Su cabeza comenzó a dar vueltas. Las mismas gotas heladas de sudor corrían por todo su cuerpo. No deseaba oír más y se cubrió con las manos los oídos echándose a llorar.

— No llores cariño. Los hombres valientes no le temen a nada ni a nadie. Mucho menos derraman lágrimas. Abre los ojos. Ábrelos —vociferó con enojo la que en un principio poseía la más dulce voz—

El pequeño abrió los ojos. Su madre ya no estaba. El rostro de la mujer era el de la más grande de sus hermanas, y el bebé entre sus brazos ya no se encontraba. Dio vueltas buscando aquella voz que a sus espaldas hablaba, pero no observó más que tinieblas en el mismo sendero de las almas.

Miró sus manos que se hicieron invisibles. Y enterrado entre hojas muertas, sus pies inservibles. No podía tocar su rostro. ¿Cómo saber si había dejado de ser un niño? Dio vueltas buscando a su hermana, pero solo y abandonado entre las tinieblas se encontraba. Era como un ave perdida que había caído de lo más alto de su nido.

— ¿Karîm? ¿Corazón mío, qué tienes? Abre los ojos, Karîm, despierta. ¡Ay, Dios mío! ¿Y ahora que qué tienes?

El muchacho despertó empapado en sudor. Sentado sobre la cama sin la mínima reacción.

— Dime alguna cosa, Karîm. No te quedes callado. No me asustes.

Ante la nula reacción de su hermano, Aurora fue a llamar a Gina Alicia, y cuando ambas a la habitación ingresaron, Akins sobre la cama ya no se encontraba.

Se había puesto de pie y se puso a humificar con inciensos por toda su habitación.

— Bastó una sola noche en este lugar para que volvieran todas mis pesadillas. Esta mansión es como el infierno. Debo volver a mis hábitos de meditación. También he estado pensando en hacer yoga. De algún modo debo espantar todos los demonios que habitan en mi cabeza.

— Ah… ah… ¿Qué demonios son esos, Karîm? No hables así que me asustas aún más.

— Cariño, si necesitas volver a tus hábitos para sentirte mejor, puedes retomarlos cuando tú mejor lo creas y más aún si dices que te hace sentir mejor, pero no asocies tus pesadillas con estar aquí.

— ¿Y con qué otra cosa podría asociarlas? Esta mansión es la única razón.

— El maestro Chung limpió para ti hasta el último rincón de este lugar. Incluyendo desde luego esta habitación. ¿Cómo puedes decir que te acechan los demonios Los sueños y las pesadillas han de ser por otros motivos?

— Mmm… no me diga, señora experta en sueños. ¿Y según usted cuáles podrían ser esos motivos?

— El miedo, por ejemplo —dijo Gina Alicia, absolutamente convencida de sus palabras —

— No mires atrás. Mi pequeño valiente, no temas jamás.

Akins recordó las palabras de sus pesadillas y se preguntó si en verdad lo habían sido o no.

— ¿Cómo podría considerarla como tal habiendo visto y oído a mi dulce madre? —se dijo a sí mismo sonriendo— Ella Me cantó Una hermosa canción de cuna —pensó finalmente en voz elevada—

— ¿Quién te cantó una hermosa canción de cuna? —le preguntó Aurorita, sin recibir respuesta— ¿Soñaste con nuestra madre?

El joven miró a Aurora, sonriente, pero al desviar su mirada en la más grande de sus hermanas, el semblante le cambió abruptamente.




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