La Voz De Un Sendero Entre Las Hojas

PEQUEÑA MENTIROSA

Ella lucía radiante, hermosa. Bien sabido tal cual un auténtico ángel. La cámara la amaba y esmerada, buscaba la fortuna de capturar el aura de aquella predilecta de los coros celestiales.

Él yacía en silencio. Oculto en un rincón de aquel estudio, pese a haberse prometido sacarla de aquel lugar, aunque ella convirtiera de sus lágrimas un auténtico diluvio.

— ¿Desea usted que yo vaya por ella, patrón?

El chico negó con la cabeza.

— Déjala, Waldo. Ni bien acabe lo que está haciendo yo mismo, iré por ella.

Casi un par de horas había transcurrido y la joven Aurora con aquel compromiso había cumplido. Volvió a vestir el atuendo que inicialmente había traído. Tomó su bolso y su teléfono móvil para revisar los mensajes recibidos.

— Disculpa hermanita mayor. Recién pude ver tus mensajes —dijo habiendo discado el número de Gina Alicia— ¿Dime qué sucede?

— ¿Aurorita, tú no le hablaste a Akins sobre la sesión fotográfica que tenías el día de hoy? ¿No le comentaste que tienes un contrato con una marca y que yo te lo autoricé?

— No pude hacerlo hermanita. Mi bello príncipe jamás lo aceptaría —contestó encogiéndose de hombros— pero no te preocupes que ahora acabé la sesión fotográfica y volveré a la mansión.

— ¿Qué dices, pequeña? Me prometiste que hablarías con él, Aurora. Ahora ya es muy tarde. Karîm te descubrió y probablemente ya se encuentra allí en estos momentos.

— Ah… ah… ¿Qué dices?

— Lo qué acabas de oír, y yo no me haré cargo esta vez, ¿sabes? Quiero ver que tú solita logres lidiar con tu furioso príncipe fugado sobre una motocicleta.

— ¿Motocicleta? ¿Qué motocicleta? Aló… ¿Gina?

Gina Alicia había colgado la llamada, entonces Aurora intentó de inmediato comunicarse con Karîm. El teléfono del chico comenzó a sonar. Sonaba tan, pero tan cerca como si lo tuviera detrás.

Presintiendo la peor parte de aquella desatinada historia, lentamente volteó bajando del teléfono móvil la bocina, y observó el rostro de su hermano, quien le tenía los ojos puestos encima.

— ¡Oh, corazón mío! ¿Estás aquí?

— No, Aurora. Soy un fantasma. Un producto de tus fantasías.

Oyendo esas palabras, la pequeña se puso a pellizcarle los brazos y las mejillas.

— No eres un producto de mis fantasías. Eres real.

— Por supuesto que soy real y tú eres una pequeña mentirosa.

— Karîm…

— No me hables y tampoco me sigas.

— Karîm, espérame. Iré contigo.

— No quiero que vengas conmigo. Pídele a tu chofer que te lleve a la mansión.

Con pasos largos y presurosos, el joven Akins abandonó el estudio fotográfico para montarse sobre su motocicleta. Haciendo caso omiso, la pequeña Aurora lo siguió hasta el sitio.

— ¿Viniste sobre esta motocicleta? Aún no sabías conducirla.

— Apártate de mi camino.

— ¿Ibas a matarte sin?

El chico no contestó, se puso el casco y la motocicleta arrancó. Aurora observó al guardia Waldo, le enseñó su cara de fastidio y le vociferó.

— Todo esto es por tu culpa, Waldo. Eres un traidor. Estás despedido.

Al oír aquellas palabras, el joven volvió a quitarse el casco.

— Tú no vas a despedir a nadie. Waldo y todos los guardias están bajo mis órdenes. Ahora sí, apártate de mi camino.

Una vez más, ignorando por completo las palabras de su hermano, y antes de que este volviera a ponerse el casco, Aurora se echó sin titubeos frente a la motocicleta sobre el asfalto.

— ¿Piensas que no pasaré encima de ti?

— Hazlo si es lo que deseas y libérame de una vez de todas mis penas.

— Deja de decir tonterías y levántate.

Waldo, quien tenía a Copito de nieve entre sus brazos, intentó arreglarlo; sin embargo, el joven fue quien se hizo cargo. Descendió de la motocicleta y se acercó a ella.

— Levántate del suelo, Aurora. ¿No te da vergüenza comportarte de esta manera?

— No —respondió la jovencita, quien al verlo de pie junto a ella se incorporó de inmediato para montarse sobre la motocicleta—

— Ahora sí podemos matarnos los dos, mi bello Romeo.

— Baja de allí.

— No lo haré.

— Que te bajes, Aurora.

La joven negó con la cabeza un par de veces.

— Mmm… de acuerdo. Si eso es lo que quieres, nos mataremos juntos.

— ¿Qué está diciendo, joven? —preguntó Waldo con el rostro palidecido— Joven… oiga, podemos ir en el coche. No es necesario que lleve a la pequeña sobre la motocicleta.

— Mi fiel e inseparable Copito de nieve, cuida mucho a Ezra, del mismo modo que yo sé que él cuidará de ti.




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